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150 años de contar con el corazón

*Empresario teatral

Infinidad de veces afirmé, con total convencimiento, que los edificios teatrales sobreviven a las personas y a las empresas. Hacen al acervo cultural de toda ciudadanía.

Cuando ingresamos a una sala teatral no pensamos que estamos ahí porque hubo alguien que la construyó 80, 120 o 150 años antes, como el caso del Liceo.

Este teatro histórico de la esquina de Rivadavia y Paraná en la ciudad de Buenos Aires, inaugurado el 26 de julio de 1872 (34 años antes del mismísimo edificio del Congreso, que le dio nombre al barrio) es hoy el teatro más antiguo de nuestro país y, también, el privado más antiguo de toda América Latina. Hago la salvedad de lo de “privado” porque los que existen en la ciudad de Ouro Preto en Brasil o el Solís de Montevideo son anteriores, pero sostenidos por el erario público.

En lo personal, hace casi treinta años me hice cargo de este espacio, patrimonio urbano de la ciudad, de manera inesperada. Una tarde llegó a mi oficina del teatro Ateneo -Paraguay y Suipacha- el empresario del Liceo, a quien se conocía con el seudónimo de Buddy Day.

Vino a plantearme su urgencia en venderme su teatro por motivos de salud. Sorprendido respondí que me era imposible porque estaba comprometido económicamente por la compra del Blanca Podestá, antiguo Smart, hoy Multiteatro Comafi.

Buddy me dijo que ese no sería un obstáculo. Ya lo había pensado. El socio del 50% de esa propiedad era el empresario Julio Werthein, del banco Mercantil. “Ya lo hablé. Él te ofrece un crédito blando de su propio banco para que puedas hacerlo. Sos la carta que creo que debo jugar: de lo contrario se lo tendremos que vender al único ofertante que tenemos, para convertirlo en una casa de apuestas hípicas”.

Impactado por el posible cambio de destino de ese inmueble quedamos en que esa misma noche, junto a mi arquitecto de confianza, iríamos a recorrer la sala. El encuentro debía concretarse a las dos de la mañana “para que no trascienda la posibilidad de la operación”, según me dijo.

Efectivamente a esa hora Buddy levantó una de las cortinas metálicas de la sala de Rivadavia y Paraná con el fin de la recorrida y mirada profesional del arquitecto, quien dio el visto bueno de su estado edilicio. En la mañana estábamos en las oficinas del banco para iniciar la operación. Las pantallas con caballos fueron a uno de los cines de la calle Suipacha entre Lavalle y Corrientes. Buddy no había mentido.

El teatro Liceo cumplió esta semana exactos 150 años desde su fundación. Decidimos como empresa, superada hace meses la clausura impuesta por la pandemia, recién reabrirlo en la fecha y hora de aquel viernes de 1872, además esperando un espectáculo que ya conoció este mismo escenario en el año 2009 y que quedó referenciado entre lo mejor de la historia del teatro musical.

Elena Roger, al frente de un equipo artístico de excepción dando vida a Piaf, significaría el reencuentro entre la excelencia artística y un marco muy acorde. Eso ocurrió este último martes, cuando la emoción provocada por el enorme talento bajó a un patio de butacas que no dudó en ponerse automáticamente de pié como devolución a tanta entrega.

Ser empresario teatral en este país desde hace 47 años ofrece una paleta variopinta de encantos y sinsabores, nada distintos a quienes llevan profesionalmente otras actividades. También suelo repetirme pensando que soy más teatrista que empresario. No creo que la ecuación inversa me hubiese permitido mantenerme en este rubro, en el cual la materia humana es protagonista, los egos llevan “cartel francés” y las sensibilidades siempre están preparadas para librar batallas.

En contrapunto a eso, y justamente por eso, se convierte en una profesión misteriosa -la mejor para mi sentir- donde noches como la del martes, al apagar simbólicas las velitas del Liceo, me provocan una felicidad inmensa que, por lejos, no se mide en bordereaux.

CONTRATAPA

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2022-08-06T07:00:00.0000000Z

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