La aventura del cine como algo feliz

El director de Hace mucho que no duermo” estrena su radical comedia, que corre a lo largo de Buenos Aires como pocos films recientes. Reflexiona sobre el trabajo con los actores.

JONÁS ZABALA

2023-09-17T07:00:00.0000000Z

2023-09-17T07:00:00.0000000Z

Editorial Perfil

https://kioscoperfil.pressreader.com/article/283046944081650

CINE / FESTIVALES

Creo que a nuestro equipo de trabajo realmente le gusta hacer películas”, dice Agustín Godoy, y habla de cierta alegría, cierto frenesí, que se respira en su próximo estreno, su ópera prima, Hace mucho que no duermo, una comedia argentina que sabe hacer del estilo, lo urbano y, precisamente, esa energía comunal mencionada su mejor instinto. Y sigue: “Hay algo del entusiasmo de salir a filmar, de lanzarse a esa aventura que es contagioso, y queríamos que ese amor por nuestro oficio pudiera ser compartido con el público. La película nació como un impulso de salir a trabajar entre amigos, haciendo las cosas como nos gusta hacerlas. Entonces salimos a la ciudad y es imposible con ese entusiasmo no ver su belleza y no querer celebrarla, tanto sus lugares y personas como su ritmo y su locura. La historia, creo, es más el resultado de ese entusiasmo”. —Es una película que se anima a recorrer Buenos Aires, como poco cine lo hace, y que se anima a los géneros: ¿qué definió la puesta de la película? —Empezamos a filmar en 2018, sabiendo que íbamos a avanzar poco a poco. Queríamos trabajar en exteriores, pero empezamos por los barrios que más transitamos, lo que conocíamos. Y de a poco nos fuimos expandiendo. Cuando habíamos hecho un tercio de la película vino la pandemia, y ese año de encierro y de pausa en el rodaje puso en perspectiva algo del espíritu político de la película, del habitar el espacio, de gozar realmente de salir de casa. Entonces, eso fue como una explosión para nosotros que nos envió a más y más barrios, a ir por locaciones que parecían inalcanzables y escenas complejas para este tipo de presupuesto tan bajo. Todo eso lo hicimos bajo una guía que era el tono de la película: una vez que encontramos ese tono, entendimos que podíamos saltar entre lugares y géneros, siempre y cuando cuidáramos el ritmo y el tono. —¿Cómo fue el trabajo con los actores? —Tuvimos la suerte de trabajar con actores que ya conocíamos. En su mayoría, escribí para actores y actrices con los que quería trabajar, con lo cual el proceso posterior se facilitó mucho. Son todos actores que proponen muchísimo, y mi trabajo solo era encauzar esas propuestas dentro del tono que estábamos buscando. La película pedía mucho de ellxs, tanto actoralmente como por el despliegue físico que se necesitaba, pero cuando se trabaja con personas tan talentosas y tan generosas, es todo un placer. —Las persecuciones tienen mucha historia en el cine, ¿qué querían lograr con las suyas? —Las persecuciones surgen por la necesidad de sostener un ritmo que tuviera que ver con el ritmo de vivir en Buenos Aires, donde todos vamos apurados a ningún lugar. Por las condiciones de producción, entendimos que iba a ser más interesante pensar esas secuencias desde un cine más antiguo que desde el cine de acción contemporáneo, que tanto dinero requiere. Más Buster Keaton y menos Rápido y furioso, por así decirlo. Queríamos que se notara que son personas normales haciendo un esfuerzo físico muy grande, no atletas demostrando su virtud. Por eso son secuencias sin música, sin efectos especiales ni nada muy artificial. Son cuerpos reales en lugares reales y el esfuerzo que hacen se siente. —¿Qué descubriste de la película que quizá no sospechabas que estuviera ahí? — Descubrí, porque es mi primer largo, que hacer una película es un proceso de aprendizaje constante. La película se hizo en 55 jornadas a lo largo de cuatro años, así que fuimos filmando y viendo el material, editando, reescribiendo y volviendo a filmar. En ese sentido todo el tiempo encontramos cosas que no habíamos pensado y las incluimos. Agustín Aristarán pareciera que todo lo puede. Da, lejos del comediante que no es otra cosa que el salto evolutivo del universo de Marcelo Tinelli, la impresión de esos artistas plenos, de esos actores que cantan, bailan, entienden el código de lo que hacen (sea entrevista, musical, comedia o magia). Por eso, un documental sobre su gira en Europa, un contenido original de Flow ya disponible llamado Una película de gira, si bien es extravagante, no es disonante con su propuesta, con su largo camino, con su esfuerzo por contar de muchas formas diferentes, sea desde el musical Matilda o sea desde mostrar su detrás de escena. El mismo Aristarán sostiene: “Todo nace de ganas de hacer cosas, del mismo lugar donde nace todo lo que vengo haciendo, de querer hacer algo que sea divertido, entretenido; que el espectador o el usuario, en este caso de Flow, vea algo y que pase un buen rato”. Y a la hora de definirse, al menos profesionalmente, dice: “Actor. Siempre fue una constante esa pregunta de qué sos. En un momento decía ‘soy el papá de Bianca y ya’. Entiendo la pregunta, pero soy un actor que interpreta a un cantante, interpreta a un mago, interpreta a un payaso, que interpreta a un entrevistador. Un actor, sí”. Y suma: “De pendejo flasheaba, o me gustaba esta idea, de que si alguien veía algo tirado en la calle, que es mío, lo que sea, eh (un objeto, un prop de show de magia) diga ‘ah, esto es de Rada, o de Agustín’, que todas las cosas que hago, que gestiono, tengan mi personalidad. Creo que el lugar es el que alguna vez un maestro, no me acuerdo si era de teatro o de máscara neutra, me dijo que la búsqueda cuando querés ser artista tiene que apuntar a que todo sea original. Y no original en un sentido novedoso, sino tuyo, entiendo que todos somos irrepetibles, que somos únicos, y que lo que vale es mostrar esa originalidad, tu propio universo a la vista, sin copias y pensando solo en lo que querés contar”. —¿Qué sentís entonces que define tu universo considerando que podés hacer musical, stand-up, magia, entrevistas y más? —El hacer, lo define el hacer, el hacer cosas. Me gusta hacer cosas. No tengo ganas de arrepentirme de no haber hecho algo que yo tenía ganas de hacer, no es que pretenda hacer todo. No es mi objetivo en la vida hacer todo. Pero sí tengo ganas de hacer lo que siento que realmente quiero hacer. Lo que me produce curiosidad, una urgencia de contar. No quiero llegar a viejo, al último minuto de mi vida, y decir “ay, que lástima, ¿por qué no bailé tap? ¡Qué pelotudo, tenía ganas de bailar tap!”. —¿Dónde aparece entonces la inquietud que te lleva a otra cosa, a otra tarea artística? —Las ganas, es algo interno, que se parece mucho a cuando te gusta una persona y decís “ah, claro, me encanta, es ella”. Me pasa eso. Ahora, por ejemplo, en este momento de mi carrera estoy muy copado con la actuación y sin dudas mi carrera artística la estoy llevando para ese lado. Ojalá, y vienen pasando, que las circunstancias me permitan cada vez más ir yendo hacia ese lado, que me llamen más como actor, más que como “Rada”, que unipersonal Rada; con papeles que me permitan trabajar esto que vengo trabajando. Es algo que me sucede. Me dan muchas ganas, y empieza a suceder. Ojo, también son cosas que buscamos. Yo trabajo con un equipo de gente, y cuando comienza el año empezamos a pensar en qué queremos que suceda, qué cosas queremos realmente que tengan lugar en mi carrera, armar de esta manera, y no de otra y así lo pensamos, más allá del año, claro. —¿Cuán difícil puede ser entonces escapar a la fórmula de quedarse en lugar y moverse artística y profesionalmente? —Es mucho el trabajo, mucho. Tengo una carrera muy satisfactoria. No podría decir “que difícil que fue todo”, sí fue muy costoso, y fue muy arduo. Trabajo mucho para que sucedan las cosas. Resigné un montón de cosas: qué sé yo, en mi adolescencia yo llegaba siempre al boliche cuando estaba cerrando porque venía de laburar en eventos y demás. Pero esto no lo cuento buscando el titular de la adolescencia sacrificada de Agustín. Ni en pedo, yo quería eso. Yo buscaba eso. Me da mucho placer hacerlo. Estoy compartiendo la vida con una persona, Fernanda (N. de R: Fernanda Metilli, su pareja), y somos muy parecidos: nos copa darle ahí, laburar eso. ¿Es sacrificado? Sí, por supuesto que lo es. Si me decís: ¿si hubieses nacido en Estados Unidos hoy tendrías un piso en Manhattan? Qué sé yo, no tengo idea. Yo nací acá, soy feliz acá. Amo Argentina, puteo con Argentina todos los días. Pero desde un lugar de mucho privilegio lo digo. No podría ponerme nunca en un lugar donde digo “qué país de mierda”, ni por casualidad. Insisto con la idea del privilegio, de que me va muy bien. Por suerte mi equipo de gente permite generar laburo para muchas personas, parece que estoy solo, pero atrás hay mucha gente y una estructura independiente de trabajo. Nosotros somos nuestra productora. —¿Qué descubriste del entretenimiento a partir de ser un profesional del mismo? —Lo hago desde antes de tener uso de razón, así que ni idea. Empecé a laburar tan de pendejo, lo aprendí a medida que fui aprendiendo a vivir. En términos ideales de carrera, hoy, por ejemplo, me encantaría hacer drama, y estoy a punto de entrar a un proyecto que es un drama bien bravo, bien desgarrador. —¿Qué ves hoy en el documental? —No puedo separarlo de que es algo muy personal, del “mirá que hermoso registro me quedó”. Me pasa eso, celebrar el registro, qué lindo quedó. Me cuesta esto de “si filmamos esto, este ‘asado’, queda buenísimo, pero sería absurdo que eso sea una película, una anécdota, hicimos notas, hicimos una avant-premiere”. Es absurdo, es una gran historia. Entiendo que es un producto de mucha calidad. Se ve del carajo, se escucha bárbaro, es de calidad. —¿Cuán crítico sos con vos mismo? —Soy muy crítico con el laburo, un montón, un poco con mi equipo. Quiero llegar a un grado no de perfección, pero sí de que fluya todo, que sea, por usar una palabra de moda, todo orgánico, y cuando alguien vea, sienta que hay verdad, sienta que habla Agustín, o que habla Rada, el personaje. O se habla desde el absurdo, y se siente que está pasando. —¿Sentís que hay un alma común a todo lo que hacés? —Sí hay algo uniforme, coherente entre sí, coherente una cosa con la otra. Por ejemplo, hubo un ideal que fue llegar al Luna Park, y eso sucedió el año pasado. Era un megaideal. Hay un lugar constante que tengo en la cabeza, que lo sueño, que sé que es difícil, pero que algún día me gustaría que suceda, y pongo ahí toda mi energía, hoy por hoy, al menos desde el deseo, no se está gestando o trabajando para que eso suceda. Es un lugar donde me gustaría actuar y me gustaría tener esa figurita pegada en mi álbum de cosas. Es laburar en el Colón. Es un lugar que me paraliza de lo hermoso, lo imponente que es. —¿Qué relatos de cuando eras chico sentís que están en el ADN de tu forma de entretener? —La carpintería de mi abuelo. Al lado de la salamandra, cuando yo tenía entre 6 y 9 años, a las siete de la tarde, caían todos los amigos de mi abuelo a tomar mate y contar las mismas anécdotas, y para mí eso era un show increíble. Venía el italiano que había emigrado, venía el cartero, venía el albañil, venía el que laburaba en el ferrocarril, venían a contar anécdotas, y muletillas, y eran increíbles. Hasta había un mago, de hecho, que nunca me quiso enseñar nada porque la había pasado mal en su vida profesional, en cabarets y demás. Era El gran pez esa carpintería. Yo en esa época tocaba en una banda de jazz para niños. Mi abuelo Mingo nos hacía escuchar mucho jazz de pendejos, con mi hermano. Mucho jazz de big band. Nosotros fuimos a lo de Tito Pique en Bahía Blanca, donde vivíamos, que era un señor que enseñaba jazz tradicional de la década del 50 a niños. Tocábamos en festivales de jazz, una locura total. Yo presentaba a mis amigos, en vez de ir a vóley o fútbol, iba a lo que Tito Pique.

es-ar