Cuernos y doble vida, un chiche

2017-03-22T07:00:00.0000000Z

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Editorial Perfil

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Vintage

No podía faltar en este libro que cuenta las inolvidables historias de cuernos de la farándula argentina, una que incluyera bigamia. Y eso es lo que tuvo que padecer la primera actriz Marta González con quien fue su marido durante 36 años, el exfutbolista y exdirector técnico Osvaldo “Chiche” Sosa, a quien ella siempre definió y define como “el amor de mi vida” y con quien se casó en 1968. Sí, Marta fue una botinera pionera, aunque como ella dijo alguna vez, “en todo caso, él era teatrero, porque yo siempre trabajé y me banqué”. Según la Real Academia Española, bigamo/a es todo aquel hombre o mujer casado/a con dos personas a la vez, pero en la vida real, está claro que no hace falta tener libreta roja o azul para llevar el título. Lo que hay que tener es solamente dos parejas o familias paralelas. ¡Qué coraje! Si ya debe ser complicado serle infiel a una sola mujer, meterle los cuernos a las dos y en simultáneo con casi vida de hogar incluida requiere no sólo de un poder de sincronización absoluto, además de una cara de piedra y egoísmo supino, sino también de complicidad ajena y aliados en la mentira. Aunque en realidad, él sólo engañó a Marta, porque siendo una persona pública es más que obvio que “la otra” aceptó la situación como venía. Puede durar, y la historia y los diarios han dado innumerables casos de bígamos que estuvieron años haciendo doblete, pero tarde o temprano, te descubren. Por un descuido; por la inteligencia superior de tu cónyuge, a la que subestimás pensando que jamás se va a dar cuenta; porque la otra se lo cuenta a la legal o, sencillamente, por una simple casualidad, como fue el caso de Marta. Y eso de que de casualidades está lleno el mundo, que es un pañuelo, es absolutamente cierto. ¿Por qué elijo este caso? Primero por la tipología y segundo, porque en él se mezclan otras muchas cosas y sensaciones: Un amor increíble y eterno, un engaño de película y, en el medio, un cáncer de ella en dos etapas y la peor desgracia que pueden vivir un padre y una madre: la muerte de un hijo. Todo eso puede ser demasiado para una persona y para un matrimonio, pero hoy, si bien cada uno hace su vida legalmente separados, Marta, con 71 años al cierre de este libro, en noviembre de 2016, está de pie, entera y trabajando. Y él, sigue siendo ese hombre al que siempre llama y para quien siempre está y estará, de forma mutua. Hay algo que puede morir, pero eso que alguna vez los hizo familia puede perdurar. A veces sólo en pos de los hijos (ellos tuvieron dos: Leandro, que falleció a los 32 años en un accidente automovilísitico en México, en 2001, y María Mercedes, que les dio tres nietos) y otras, por esa química inexplicable que hace que dos personas se sigan queriendo ya sin necesidad de que medie el amor de pareja y aún después de ciertas humillaciones. Y eso, señoras y señores, es personal, individual e instransferible. Y nadie es quién para juzgar. Uno dice que jamás perdonaría algo así, pero el jamás es una palabra que deberíamos desterrar de nuestro vocabulario, y mucho menos deberíamos escupir al cielo y decir que “eso a mí no me va a pasar” porque, seguramente, te pasa. “Los viajes y actuar me salvaron la vida, y el humor también. Ahora pienso en mí. Sólo quiero actuar y recorrer el mundo. Eso sí, no hay más lugar para ningún hombre en mi vida. Eso se terminó. Yo tuve dos amores. Ahora sólo quiero pensar en mi”, decía Marta varios años después de aquella separación primera. Sí, porque incluso después del fatal descubrimiento de una familia paralela, Chiche volvió a vivir con Marta. Fue después de ese inmenso dolor, incomensurable y que, como se dice siempre, no tiene título. Quien pierde a sus padres es huérfano; quien pierde a su cónyugue es viudo, pero perder a un hijo, definitivamente, no tiene nombre... El reencuentro no duró, porque él no sólo siguió con su otra mujer sino que la dejó embarazada. “La primera vez que descubrí que él me era infiel y que tenía una familia paralela fue por casualidad. El estaba en Corrientes, a mí se me había suspendido la obra que estaba haciendo y quise darle una sorpresa. Nos separamos, ella era mucho más joven, veintitrés años menos que él más o menos. Pero después que sucedió lo de Leandro, Chiche volvió a casa. Atravesar ese dolor no iba a ser posible estando separados. Pero un día me llama su otra mujer y me dice que tiene un hijo de trece meses con Chiche. Y ahí sí, ahí no hubo retorno”, contó Marta en 2013 en el ciclo “Intrusos”, pese a todo con una sonrisa. “El amor tiene la maravillosa facultad de reciclarse y proponer nuevos descubrimientos en distintas etapas de la vida, pero exige, antes que nada, amarse a sí mismo. Volver a empezar con mi marido no resultó. Finalmente nos dimos cuenta de que nos había reunido el dolor y que con eso no bastaba. Hace falta redescubrirse todos los días y amarse. El verdadero amor siempre tiene cabida en nuestro corazón, pero hay que luchar mucho por él y actuar constantemente para revivirlo. Claro que si uno de los dos deja de querer, es en balde insistir”, también supo decir la actriz, en este caso en 2004, en el diario La Nueva, de Bahía Blanca. Y, muy sabia, agrega algo fundamental: “Chiche estaba enamorado, e-namo-ra-do de esa mujer, y qué se puede hacer ante eso. Y ojo, una cosa es el amor y otra, el enamoramiento. Son sentimientos tan diferentes. Es tan distinta la pasión del verdadero amor, que está más allá y que imprime mucha fuerza. De vez en cuando me encuentro con alguna chiquilina con ganas de casarse y suelo sugerirle que ella sentirá el momento adecuado para tomar ese compromiso cuando esté ante el hombre de su vida. Cuando me enamoré de mi marido supe que iba a ser el padre de mis hijos y por eso me refiero a él del modo en que lo hago. Hoy me suelo preguntar por qué nos pusieron el mote de sexo débil. De todas maneras, y eso responde a una crianza culturalmente romántica, más grandes o más jóvenes, todas seguimos esperando al Príncipe Azul que llegue a rescatarnos en el caballo blanco, por eso adornamos a nuestros hombres con virtudes y cualidades que no siempre poseen. Lo importante del amor, creo, es aceptarlos como son y no tratar de cambiar al personaje”. Con el tiempo, cada vez que Marta cuenta sus duros momentos de pareja, lo hace con un humor envidiable. Porque ella lo sabe bien, desgracias son otras... “Con los años la tragedia se convierte en comedia. La muerte de mi hijo nunca se va a convertir en comedia, pero todo lo demás, sí. Cuando te pasan ciertas cosas, como la infidelidad, querés morirte porque está en juego el ego. Es tan cultural eso de querer mantener una imagen a toda costa… Es duro sobreponerse como mujer a enterarte de que tu marido tiene una familia paralela. Está la confianza, está el amor, pero también está el orgullo y la imagen pública… Eso dejó de ser un problema para mí, pero yo hice un cáncer de todo lo que me pasó. Sufrí innecesariamente durante muchos años. Porque incluso estando separada mi ex venía a casa cuando él se enfermaba y yo lo seguía cuidando. Había todo un enchastre que me afectó mucho internamente. A medida que iba tomando conciencia, iba sintiendo los quiebres en mi interior. Y esos quiebres me enfermaron. Los cuernos habían estado hacía mucho, pero siempre me sentí como si yo fuera la loca. No podía confiar en mi percepción. Y hoy, con todas las cosas que pasaron, puedo decir que ya no me importa nada. ¡Qué lindo es sentir esto! Todo se relativizó con la muerte de Leandro. De todas maneras, las cosas no terminaron ahí, yo seguí mi relación con Chiche, y después de eso, además, fue el golpe más duro: descubrir que tenía otro hijo. Cuando pasó eso, lo que tanto me costaba, dar el adiós final, no fue tan difícil. Sentí en mi interior el alivio de la renuncia, de decir, ‘listo, ahora sí, no te quiero más’. Eso no puede ser amor. Eso era ego pisoteado. ¡Vos no podes querer a alguien que te hace mal! Yo creo que las mujeres, al menos yo, tenemos esta cosa de que ‘van a cambiar’. Yo pensaba mucho en eso. Pensaba: ‘bueno, yo me casé muy joven; pobre, él tenía 23 y es lógico que quisiera conocer otras mujeres’. ¡Pero yo también tenía 23!”, dice refiriéndose a otra de las varias infidelidades de su ex. Sí, porque el episodio de la bigamia fue con Chiche y Marta ya maduros, pero el hombre había sido infiel varias veces. Es más, la propia Marta contó en algunas oportunidades que su ex la había engañado con ¡una pareja de su amigo, el actor Juan Carlos Thorry! ¿Algo así como un icardista precursor? Seguramente, hubo más cuernos en su historia, pero quedarán para su intimidad. Claro que la vida pública de Marta González ya comenzó con un escándalo sentimental que si bien por cronología no tiene que ver con infidelidad, también la puso en otro triste lugar, el de la novia dejada casi al borde del altar, otro golpe a la autoestima de cualquier mortal. En los ‘60, Marta y Palito Ortega eran novios. Jovencísimos y exitosos ambos, el tucumano estaba en su mejor momento, post furor de “El club del clan”. El amor de la pareja llegaba a las tapas de revistas y el casamiento era esperado por los fans y el público en general. Terminaba el año 1964. Tenían hasta el departamento comprado y amueblado, pero Palito, de un día para el otro, la dejó. Vale decir que en 1966, él conocería a Evangelina Salazar en el filme “Mi primera novia”, con quien se casó en 1967. Cuando rompió con Marta, se dijo que Palito había compuesto “Sabor a nada” (en ralidad su autor, como el de casi todos los temas, es Dino Ramos, pero siempre figuraba Palito), una canción bellísima como pocas, pero no parece ser cierto ya que ese tema ya figura en un disco del tucumano de 1963. De haber sido real la historia, Marta tendría que haberles pedido derechos de autor, a lo sumo como indemnización por el dolor y la vergüenza... Al fin y al cabo, habría sido la musa sin siquiera una maldita regalía... ¿Y Marta, habrá sido infiel? “Jamás lo voy a decir, pero la verdad, con los patrones familiares que tenía impuestos en mi cabeza y con un hermano cuida como Gerardo (productor, hoy viudo de la vedette Ethel Rojo) era más que imposibe. Pero cuando yo estaba separada, sí...” , dijo en “Intrusos”. No cuenta. Eso, definitivamente no es infidelidad. Habría que hacer una tablita. Como esas tantas de las matemáticas o la economía. Si se está en un stand by, es decir en un “terminamos pero no terminamos”, “estamos charlando para ver qué hacemos”, “por ahora sólo nos bloqueamos en Twitter”, “por ahora no nos seguimos en el Face”, hay semicuerno pleno. Ahora, si uno de los dos dijo basta, pero el otro aún anda rondando e insiste, no lo hay, y que en todo caso el otro haga terapia. Hombres, mujeres, ¡hagamos ya una tabla de valores del cuerno, de uso legal!

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