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Crisis en el Gobierno: las horas dramáticas que siguieron a la derrota electoral. La pulseada entre Alberto y

Trastienda de la salvaje pelea entre Alberto Fernández y CFK tras la derrota. ¿Puede gobernar sin ella? El ultimátum de Máximo.

JUAN LUIS GONZÁLEZ jlgonzalez@perfil.com @juanelegonzalez

Alos grandes hechos en la historia cuesta cronometrarlos, ponerles un segundo exacto. La destrucción absoluta del Frente de Todos no es la excepción. Es imposible saber en qué momento tomó forma en la cabeza de Cristina Fernández el intento de tomar por asalto el gobierno de Alberto Fernández. Si fue durante la hora y media que esperó al Presidente en el búnker de Chacarita, si ocurrió en el tenso mano a mano que tuvieron antes de que el mandatario saliera al escenario, si fue al día siguiente, cuando envió a su hijo a Olivos para darle un ultimátum, o al otro, cuando ella misma fue hasta la Quinta en un intento final de hacerse escuchar. También será tarea de los historiadores del futuro intentar averiguar en qué instante el primer mandatario tomó la inesperada decisión de plantarse y dar batalla, y cuánto tuvieron que ver en eso los funcionarios y gobernadores leales que, ahora sí, se esperanzan con lanzar finalmente el albertismo y librarse de la presión K. Todo esto es tarea para otro momento, pero lo que el big bang peronista dejó claro es que el FDT -o, de mínima, la lógica con la que gobernó durante casi dos años- murió, sepultado por las PASO y por una incendiaria carta que publicó CFK. ¿Qué nacerá ahora?

LABERINTO. Esa respuesta no la tienen ni siquiera los dos que están al mando del espacio. El oficialismo pasó de ser una coalición de gobierno a una gran pregunta abierta. Tiene sentido: el cataclismo electoral desató una serie de hechos inesperados, en especial para el Presidente. Hay que entender que la realidad entera cambió para él en sólo unos minutos, cuando apenas después de las 20 horas del domingo 12 los primeros

resultados entraron a su celular. Ahí mismo, con la fuerza de una trompada al mentón, descubrió que estaba más desnudo de lo que creía. Al día siguiente recibió a Máximo Kirchner y al ministro del Interior “Wado” de Pedro en la Quinta de Olivos. Podría haber sido una reunión más de las cientas que tuvieron desde que son gobierno, pero las PASO habían cambiado todo.

Ahí el jefe del bloque de Diputados le dio, lisa y llanamente, un ultimátum. Luego de haber estado reunido durante un largo rato con Sergio Massa, y con el aval de CFK, Máximo llegó a Olivos a hacer un pedido bien claro: tenía que hacer cambios urgentes en el Gabinete. Esa reunión fue una bomba atómica en la relación entre el líder de La Cámpora y el Presidente.

Lo cierto es que aquel lunes 13 a la noche, luego de esperar en vano durante el día que el propio Alberto decidiera por la suya hacer los cambios que se le reclamaban, todo explotó por los aires. Hasta entonces CFK enviaba indirectas, mandaba a sus discípulos a realizar sus encomiendas, o, cada tanto, pateaba el tablero con venenosas declaraciones desde un escenario o desde una carta. De cualquier manera, los dardos nunca habían sido directos. Eran “los funcionarios” los que no funcionaban. Pero el big bang cambió todo: ahora es Máximo (es Cristina), en la cara, el que le dice a Alberto lo que tiene que hacer.

Hay que entender cómo llegó CFK a este punto de ruptura. Ella se madrugó, el lunes y martes luego del palazo, que los cambios que venía exigiendo desde mucho antes de las elecciones –como luego dejo bien en claro en su carta- no lleg llegaban. No sólo eso: Alb Alberto se paseó, aquellos días, en varios actos conn con C Cafiero, Guzmán y KKul Kulfas, precisamente lo los os ministros de los cua cuales ale ella –y también vía Máximo M en aquella reun reunión fatídica- había pedido d la cabeza.

Acá, en medio de toda la maraña, aparecen algunas certezas sobre la reacción. Primero mandó a que Capitanich, gobernador de Chaco, y Alicia Kirchner, de Santa Cruz, le pidieran la renuncia a su gabinete, orden que luegó amplió a Kicillof y que tenía como indudable misión obligar a Alberto a que siguiera el ejemplo. Pero, por si quedara alguna duda, ella misma viajó el martes hasta Olivos. De base, ya eso era un mensaje: la vicepresidenta prefiere no pisar la Quinta, y sobre todo ahora, que está convencida de que la mujer con quien Alberto compar

te cama, y en particular el cumpleaños que coprotagonizó con el Presidente, tiene una parte importante de la culpa de la derrota. Pero CFK se tragó el orgullo y fue a repetirle lo que su hijo le había dicho el día anterior. Tanto desde el Gobierno como desde el cristinismo minimizan los roces que hubo en aquel encuentro, pero se sabe que la única verdad es la realidad.

Y el miércoles 15 se cruzó el Rubicón. Las renuncias masivas del cristinismo al Gabinete sellaron el punto de no retorno dentro de la alianza gobernante. Esa tensión se elevó hasta la estratósfera al día siguiente, con la turbulenta carta de CFK, en la que critica directamente a Alberto, a Cafiero y al vocero presidencial, Juan Pablo Biondi. Es todo una gran pregunta. RESISTENCIA. Fernando Gelbard, el hijo de José, estaba en Gaspar Campos cuando Perón le pidió la renuncia a Héctor Cámpora. En una nota con NOTICIAS, el que era jefe de Gabinete del entonces ministro de Economía recordó la anécdota con precisión: el “Tío” entró a la residencia a las 10.30 de la mañana y para las 11 ya se había ido. En menos de treinta minutos se había evaporado la primavera camporista.

Tanto Alberto como Cristina detestan la comparación de ellos dos con Cámpora y Perón, pero bien vale el contraste. A diferencia de lo que sucedió en los setenta, ahora Fernández se plantó. El resultado es incierto, pero, como él mismo anda repitiendo a quien se lo pregunte, no tiene planeado “ceder ante las presiones”. Es que tanto él como su círculo íntimo sintieron la avanzada como un apriete, y el hecho de que ninguno de los ministros le haya notificado la renuncia antes de hacerla pública, como una estocada en la espalda.

El caso de De Pedro, o de Juan Cabandié, a quienes Alberto se sentía cercano, dolió especialmente.

El Presidente, dicen desde la Rosada, estaba convencido de hacer cambios ministeriales -incluso desde antes de las PASO-, pero jamás los planeaba para antes de las elecciones de noviembre. Tiene cierta lógica. “¿Para qué vamos a cambiar ministros ahora, ocho semanas antes de las elecciones? ¿Para qué los que agarren sean la cara dee esa derrota? Es ridículo”, repiten cerca del mandatario. Las preguntas esconden una realidad que hoy ya nadie se atreve a poner en duda: las elecciones están más que perdidas. Si durante las últimas horas en el búnker en Chacarita, y en la mañana del día siguiente, varios cerebros de la campaña se esperanzaban con recortar la diferencia nacional de 10 a 5 puntos, eso ya quedó muy lejos en el pasado.

Lo que sucedió desde el domingo fue tan impensado que al propio Fernández se le abrió una puerta que hasta ahora sólo existía en las fantasías de sus colaboradores más anticristinistas. Es que la avanzada K sobre el Gobierno, que despertó rechazos incluso entre la oposición, envalentonó a la tropa albertista, que amenaza con salir de las editoriales periodísticas y convertirse en una realidad. “Alberto tiene que echar a todos los que presentaron la renuncia y nos quedamos nosotros. Que se jodan, el Presidente es él”, se entusiasmaba un secretario de Estado, de los que deberían actualizarse su perfil en Linkedin si el golpe palaciego de Cristina triunfa. En la misma jornada de las renuncias masivas, Alberto sumó apoyos de la CGT, de todos los gobernadores peronistas, de varios intendentes (incluso el de la camporista Mayra Mendoza), de dirigentes sociales, y de importantes empresarios de distintos rubros. A las defensas al Presidente que fueron vía Twitter, incluso, el aludido se tomó el tiempo de darle un “me gusta”. El PJ sigue la jugada de cerca y estudia sus fichas: vía Uñac, el gobernador de San Juan, le hizo llegar un claro mensaje. “Le dijo que si se pelean mamá y papá, el peronismo se va a quedar con papá”, dicen cerca del mandatario provincial.

Pero, más allá de las declaraciones, la duda de si Alberto puede romper con su viceprisidenta persiste. ¿Qué pasaría con el bloque oficialista en Diputados, en el Senado? ¿Con los cientos y miles de funcionarios de primera, segunda y tercera línea que se referencian en el kirchnerismo? ¿Puede el Presidente gobernar sin todo esto? Parecería que, con el re

cuerdo todavía fresco del estrepitoso fracaso de la Alianza en el 2001, las coaliciones de gobierno son un karma para Argentina (ver recuadro).

El más sigiloso y discreto jugador en este entuerno vuelve a ser Sergio Massa. Máximo, en las dos reuniones mano a mano que mantuvieron esta semana, le hizo llegar el pedido de CFK de que lo quiere en el Gabinete. El cristinismo lo quiere como reemplazo de Cafiero, puesto para el cual a mediados del año había pretendido a Agustín Rossi -y cuando Alberto se enteró de esto hizo una operación para mandarlo de candidato a Santa Fe, que terminó mal- y también a Juan Manzur, con quien el cristinismo viene acercando posiciones. Massa, en cambio, prefiere que se arme un superministerio bajo el cual estarían Economía y Producción, pero sabe que también corre un riesgo al exponerse. “Va a pasar de jefe a empleado, yo no se lo aconsejo”, dice uno de sus más íntimos colaboradores. El tigrense, sin embargo, sabe que tiene poco margen de maniobra ante la insistencia K, y busca cerrar su llegada con el desembarco coordinado de Máximo en Trabajo o en algún área social. “El mensaje es que si vamos, vamos los dos”, cuentan desde las oficinas del Frente Renovador. Sin embargo, algo está claro: en pleno incendio, entre cartas venenosas y declaraciones de independencia del Presidente, Massa preferiría quedarse en su reino. Al cierre de esta edición, estaba más cerca que nunca de volver al Gabinete.

FUTURO. Entre Cristina y Alberto hay hoy una diferencia política, teórica. CFK pide poner más plata en la calle, aumentar el déficit fiscal, preocuparse menos por la incómoda mirada del FMI. Fernández propone, a tono con Guzmán, exactamente lo contrario. La truculenta novela que ambos protagonizaron en estos días vino a exponer, sobre todo, las profundas diferencias que hay entre los dos. Revela también que el Presidente no fue y no es un títere. Tiene una opinión propia, y es ese, exactamente, el problema: un títere es exactamente lo que CFK quería. Si Alberto en algún momento le prometió eso y ahora la traicionó es otro misterio.

Pero en la grieta adentro de la grieta hay una trama de fondo. CFK se está jugando, además de sus votos, su capital político, su lugar en la historia y, sobre todo, el futuro judicial suyo y de su familia. Alberto pelea arrimarse al fin de su mandato entero. En el medio, aunque ambos están actuando como si no lo supieran, hay una Argentina con 50 por ciento de pobres.

CFK PIDE PONER MÁS PLATA EN LA CALLE, AUMENTAR EL DÉFICIT FISCAL, PREOCUPARSE MENOS POR EL FMI.

SUMARIO

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2021-09-18T07:00:00.0000000Z

2021-09-18T07:00:00.0000000Z

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