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El Jenga del Día Después

El Gobierno convoca al diálogo porque se siente débil. FMI, inflación y parches sociales. Cómo tocar piezas sin que se derrumbe todo.

* COLUMNISTA de NOTICIAS.

Aunque los argentinos estamos tropezando con las mismas piedras por enésima vez, al menos una lección estaríamos por aprender: no es tan importante el resultado electoral, comparado con el día después de los comicios. Ahí empieza la realidad.

El Gobierno teme no poder dar vuelta el mal trago de las PASO, e incluso no descarta que la mala racha se amplíe. Pero incluso si los manotazos de ahogado que está dando sirvieran para achicar la diferencia, o alcanzar un empate, o revertir la tendencia, nada de eso le garantiza la estabilidad mínima necesaria para conducir un país con síntomas alarmantes de incertidumbre económica y social.

Por eso sus distintos nodos de decisión se pusieron de pronto a hablar -cada uno con su retórica- de la necesidad urgente de un diálogo ecuménico con los factores de poder externos al Frente de Todos, sea la oposición, los empresarios y/o los movimientos sociales y sindicales no alineados automáticamente con el Gobierno.

Esa clase de convocatoria dialoguista se produce típicamente en dos momentos de cualquier proyecto de poder: a) cuando está bien parado y en franca expansión; o b) cuando se siente retrocediendo en chancletas. Es obvio que el segundo escenario calza más nítidamente con la actualidad del experimento Fernández-Fernández.

Más allá de si finalmente se produce la gran sentada a la misma mesa de diálogo nacional, ya se registra un temario común con una llamativa coincidencia de diagnóstico respecto de la agenda del “Día Después”. Gobierno, oposición, medios y establishment parecen coincidir más que nunca en la urgencia de resolver de algún modo el acuerdo pendiente con el FMI, también hay consenso en que este ritmo inflacionario ya no da para más, e incluso que tampoco conviene seguir aplicando las mismas recetas de emparche social masivo e indefinido, en un país con tanta pobreza acumulada y donde los planes sociales ya compiten en número con la masa de empleados en actividad.

Una vez más, nos une el espanto.

Pero nos une mal. El principal punto de contacto entre la mirada oficial y la opositora es la miopía que impide vislumbrar un plan de salida a la decadencia imparable del país: ni el apego al pasado míticamente dorado del peronismo, ni el futurismo sin presente del posmacrismo atinan a enunciar una fórmula superadora de las políticas que ya aplicaron ambos y con las que ya fracasaron fuerte.

De esta falta de visión concreta (más allá del “storytelling”) se deriva la interna disolvente que aqueja a ambos bloques. Es fácil rumiar culpas contra Cristina Kirchner y contra Mauricio Macri, acusándolos internamente de taponar el recambio generacional y doctrinario de sus respectivos espacios. Pero ella y él se han convertido, hoy por hoy, más bien en síntomas de la impotencia institucional frente al gran Jenga que es la inestable sociedad argentina. Si tocamos cualquier pieza, tememos que se derrumbe todo. Entonces, mejor, no jugamos en serio a nada, al precio de que todo quede así: un cachivache lleno de agujeros.

¿A quién le toca mover, entonces? El kirchnerismo ahora intenta pasarle el turno a la oposición, facturando hasta el cansancio la “herencia recibida” y la posible derrota electoral del 14 de noviembre. Y la oposición reclama su derecho a cruzarse de brazos hasta el 2023. Por eso los “trending topics” de esta campaña son los llamados a incendiar esta Torre de Babel hecha con bloquecitos de madera barata.

OPIINIIÓN

es-ar

2021-10-23T07:00:00.0000000Z

2021-10-23T07:00:00.0000000Z

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