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Hacia lo desconocido:

En Chile, las urnas marcan el fin de tres exitosas décadas tras la dictadura militar, con final incierto. Venezuela, en un laberinto.

PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universidad Empresarial Siglo 21. Por CLAUDIO FANTINI*

en Chile, las urnas marcan el fin de tres exitosas décadas tras la dictadura militar, con final incierto. Venezuela, en un laberinto. Por Claudio Fantini.

Las urnas cambiaron todo en Chile y dejaron todo igual en Venezuela. Después del domingo electoral que ambos países tuvieron, los venezolanos siguen atrapados en su laberinto y los chilenos quedaron en el umbral de la dimensión desconocida. El escrutinio sentenció el final de un capítulo de la historia que duró tres décadas y marcó avances hacia la “despinochetización” política y el desarrollo económico. La democratización y el crecimiento de la economía fueron el producto de lo que podría considerarse una “polarización virtuosa”, ya que dominaban dos coaliciones centristas: la de centroizquierda que reunía al Partido Socialista y el Partido Demócrata Cristiano; y la coalición centroderechista entre la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN).

De haberse prolongado esa era de gravitación centrista que predominó desde el final de la dictadura, habrían pasado al ballotage el centroderechista Sebastián Sichel y la democristiana Yasna Provoste. Pero como señal de fin de ciclo, quedaron relegados al cuarto y quinto puesto porque los tres primeros fueron ocupados por una alianza ultraconservadora, una coalición de izquierda y un candidato liberal que, por no residir en Chile ni haber ido siquiera para hacer campaña electoral, actuó como catalizador antisistema del voto-queja.

Unamuno remató una argumentación con la que destruyó los torpes ideologismos con que le discutía un falangista, diciéndole: “Si te digo tonto, no te estoy insultando, te estoy describiendo”. Lo mismo podría decirle Rafael Bielsa al candidato más votado en la primera vuelta.

Decir que José Antonio Kast es pinochetista y no habla de Derechos Humanos ni de torturas, no es agraviarlo sino describirlo. Por cierto, que esa descripción la haga un embajador extranjero, constituye un estropicio diplomático. Al ex canciller argentino se lo explicó el candidato izquierdista chileno: “No corresponde que un embajador intervenga en la política interna de otro país”. Con una frase, Gabriel Boric señaló las dos groserías cometidas por Bielsa: transgredió su función de embajador e interfirió en los asuntos internos de Chile.

Pero más allá del inconcebible derrape de Bielsa, su descripción es certera y Kast no lo niega. Ahora bien, puesto a jugar el rol de comentarista aunque cobre un suculento salario de embajador, Bielsa podría comentar también las trampas del régimen chavista para impedir que los venezolanos decidan quién debe gobernarlos.

Venezuela sigue atada a la unipolaridad ruinosa con la que colabora la mediocridad opositora. Lo único que posibilitó la elección regional del 2021 es que los observadores de la Unión Europea verificaran in situ la imposibilidad de elecciones plurales bajo un régimen que inclina la cancha.

Los observadores europeos dijeron que fue mejor que elecciones anteriores, pero siguen faltando justicia independiente y Estado de Derecho. También señalaron el uso arbitrario de los recursos del Estado, impidiendo una competencia electoral justa. Pero no hacen falta observadores europeos para ver el juego sucio del régimen.

La diáspora implica cinco millones de votos menos para la oposición. A esa faltante se agrega la amplia mayoría que decide no votar por no creer en el sistema electoral. Por cierto, todos los que son parte del régimen o tienen puestos públicos o reciben dádivas que no quieren perder, concurren a las urnas y votan por el régimen. Mientras que, por mediocridad y mezquindad política, la dirigencia opositora concurre dividida a la elección, esparciendo los votos de los poquísimos disidentes que optan por sufragar.

En

Chile, por el contrario, la calidad del proceso electoral está fuera de dudas. Nadie objetó la votación en la que el centrismo fue vencido.

José Antonio Kast es discípulo dilecto de Jaime Guzmán, neurona civil de la dictadura y autor de la constitución pinochetista que fue asesinado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).

A Kast le dieron competitividad las fobias que generan la inmigración ilegal en el norte y el conflicto mapuche en las regiones de Araucanía y Biobío.

También lo ayudaron los medios que le dejaban pasar afirmaciones absurdas. Fueron corresponsales extranjeros los que más reaccionaron con repreguntas a los datos improbables que lanzaba en entrevistas y conferencias de prensa.

Además, potenció el ascenso de Kast la tendencia de radicalización y antisistema que marca este momento de la historia. Ese fenómeno también explica el derrumbe de la centroizquierda tradicional a favor de la izquierda que postuló a Gabriel Boric.

Si bien este líder surgido del movimiento estudiantil y las protestas callejeras presentó un programa moderado, encabeza una coalición en la que está el Partido Comunista.

Boric había intentado que lo apoyen las fuerzas de centroizquierda, pero como éstas lo rechazaron, convocó al PC a compartir un espacio, junto con otras fuerzas. Si su programa es moderado, es porque derrotó en la interna al comunista Daniel Jaude. El modelo que propone Boric no es el cubano ni el chavista sino, el Estado de Bienestar europeo.

En cambio Kast tiene como modelo de gobernante a Bolsonaro y presentó un programa ultraconservador.

Es difícil saber hacia dónde irán los votos que acompañaron a Sebastián Sichel, Franco Parisi y Yasna Provoste. Pero si ante el vértigo de un regreso a los extremos vuelve a gravitar el centrismo, es probable que el favorecido sea Boric, porque de los dos candidatos fue el que más se corrió hacia el centro.

No se puede descartar una tardía gravitación centrista ante el vértigo que puede ocasionar la sensación de salto al vacío. Las tres décadas pasadas fueron exitosas. Los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, lograron imponer la “despinochetización” y fortalecieron el centrismo político. La alianza entre los partidos derechistas UDI y RN recién pudo gobernar cuando llevó a un candidato que no había colaborado con la dictadura militar y que en el plebiscito de 1988 se había pronunciado públicamente contra la continuidad de Pinochet en el poder: Sebastián Piñera.

La deuda pendiente del exitoso proceso es la inequidad social y ese talón de Aquiles llevó hacia el estallido social que, en el 2019, sacudió el tablero político.

De momento lo que impera es el misterio, porque Chile deambula en los umbrales de la dimensión desconocida.

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2021-11-27T08:00:00.0000000Z

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