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Ser mujer en la política:

El poder y los cargos públicos tienen una larga tradición patriarcal, en que la participación femenina es minoritaria o auspiciada por los varones. Cómo cambiar las reglas del juego cuando la discriminación es percibida como normalidad.

Por LUCIANA PANKE*

el poder y los cargos públicos tienen una larga tradición patriarcal, en que la participación femenina es minoritaria o auspiciada por los varones. Cómo cambiar las reglas del juego cuando la discriminación es percibida como normalidad. Por Luciana Panke.

Tengo confirmado hace tiempo que “la política es un universo masculino”. Para sostener lo que planteo debo, antes de empezar a hablar de la participación política de las mujeres, apuntar algunos hechos que apoyaron a conformar la sociedad tal como está. (…) Aquí entran temas polémicos como la misoginia, el patriarcado, el feminismo y el machismo que, para muchos, resultan difíciles de asimilar. ¿Por qué eso? Porque son asuntos que están tan en las bases de la estructura social que no se los cuestiona, tampoco muchas veces se les percibe la existencia. O se los ven como formando parte del orden natural de las cosas.

Para entender mejor esa situación, he buscado informaciones sobre la participación de las mujeres en la política, profundizado mis conocimientos sobre el manejo de campañas electorales y he intentado comprender cómo es posible que la mitad de la población todavía sea considerada “minoría” en la toma de decisiones. Por eso, me gustaría plantear algunas cuestiones conceptuales.

Cuando empecé a investigar el tema de las campañas electorales de mujeres, al mismo tiempo empecé a prestar más atención en las cosas del cotidiano relacionadas con los roles de hombres y de mujeres. (…) En este ejercicio de observación, he oído distintos puntos de vista que complementan las lecturas y entrevistas realizadas. Lo que concluí es que hay cosas aceptadas como naturales en la sociedad latina tales como los piropos, el acoso callejero, espacios de la casa pertenecientes a hombres (sala) y a mujeres (cocina), así como profesiones destinadas de acuerdo con el sexo.

En un evento internacional, un profesional ecuatoriano se quedó admirado con mi comentario de que la política es un universo masculino. Y me dijo que yo era una feminista radical y que estaba equivocada, pues en su país eso no pasaba. La cantidad de mujeres elegidas no significa tener voz, tampoco que no exista violencia política de género. Aunque no tenga intención de discutir los casos de cada país, es un hecho que una cuestión es estar en los parlamentos o simplemente “adornar” la ceremonia. Otra es formar parte de la toma de decisiones.

A diferencia del racismo, mucha gente no ve a la misoginia como prejuicio, sino como algo inevitable.

En esa misma ocasión, un venezolano me preguntó directamente si yo era casada, pues supuestamente el hecho de “tener” o no “tener un hombre” sería la única explicación para mis cuestionamientos sobre los roles de género. Como discutimos el asunto a partir de chistes, él quedó muy impresionado de que a mí no me parecían ciertas las bromas donde las mujeres son acusadas de las infelicidades masculinas o son vistas con desprecio, como si fuesen tontas o fútiles (...). La asociación directa entre el valor de una mujer y su estatus civil es otra de las trampas donde las mujeres son juzgadas en la política y fuera de ella.

¿De qué estoy hablando? De que vivimos en una estructura social donde la dominación de un sexo sobre el otro no solamente es vista como normal, como la única opción de funcionamiento. Aquí se encuentran el machismo, el patriarcado y la misoginia y, también, el feminismo. Creo que será interesante empezar por la misoginia, cuya historia puede ayudarnos a entender esquemas mentales en los que estamos atrapados desde hace milenios.

La misoginia es el rechazo hacia la feminidad. Es creer a las mujeres inferiores bajo los más variados argumentos. En “Una breve historia de la misoginia” (2010), Jack Holland termina su libro comentando la manera distinta en que reaccionaban hombres y mujeres al saber el tema de su trabajo. Las mujeres se quedaban curiosas y “de aquellos hombres que sabían lo que significaba ‘misoginia’ recibía un gesto de cabeza y un guiño, por el supuesto tácito de que me había dedicado a justificarla”. Más adelante, Holland afirma: “A diferencia del racismo, mucha gente no ve a la misoginia como un prejuicio, sino como algo casi inevitable” (Holland, 2010, p. 217). (...)

Aunque Platón sea visto por algunos como el primer feminista, pues “en 'La República', su visión de Utopía, abogó porque las mujeres recibiesen la misma educación que los varones” (Holland, 2010, p. 38), su discípulo Aristóteles es considerado uno de los primeros misóginos por intentar explicar científicamente la inferioridad femenina. La hembra sería hembra por ser un macho mutilado. En ese punto, encontramos conexión con un discurso contemporáneo que clasifica a algunas mujeres como “histéricas”. El origen de la palabra está justamente en el griego “hyaterá”, que recibe el significado de matriz y está relacionado con útero. Los griegos decían que la mujer con problemas de útero era histérica. Por mucho tiempo, el tratamiento médico consistía en dar masajes para que las damas llegasen a un orgasmo. En el siglo XX, Freud también relacionaba comportamientos contestatarios femeninos con una supuesta envidia del pene. Bien, lo que vemos es una asociación directa entre la sexualidad femenina y la insumisión.

La tradición occidental, fuertemente influenciada por los griegos, siente hasta hoy consecuencias de su pensamiento. Aristóteles mantenía la discusión sobre las mujeres en el mismo nivel de los esclavos. La diferencia era que los esclavos no tendrían facultad deliberativa y las mujeres, aunque la tuviesen, carecían de autoridad. Para el filósofo, la obediencia es natural en las mujeres (...). En ese momento, vemos mucho de lo que significa la relación entre hombres y mujeres y hasta hoy, pues en varios países la mujer necesita obedecer al hombre tanto en el espacio público, como en el privado. Aquí tomamos la definición de espacio público como el mundo donde actúan los ciudadanos, donde las deliberaciones afectan al bien común. Y de espacio privado “a) el pertinente a la propiedad privada en una economía de mercado; y pertinente a la vida doméstica íntima o privada, que incluye la vida sexual” (Fraser, 1997, citada por Colotta, 2013, p. 45).

Otra coincidencia entre la antigüedad y nuestros días se encuentra en el hecho de que aquellas mujeres que se acercaban al poder político “se las definía por sus relaciones con los hombres, como hijas, hermanas, amantes, esposas y madres” (Holland, 2010, p. 46). Hasta hoy, muchas mujeres sienten esa necesidad de tener un referente/ padrino masculino para hacerse escuchar o para sentirse valoradas. Otras, a su vez, sienten perjuicio justamente por esas relaciones, como si se les disminuyeran sus capacidades. “Puede observarse además una permuta de los temas planteados por la interrelación entre las esferas de acción de los hombres y de las mujeres en la tendencia cultural generalizada a definir a los hombres de acuerdo con categorías de estatus y función social (‘guerrero’, ‘cazador’, ‘estadista’, ‘anciano’ y muchas otras similares), que poco tienen que ver con sus relaciones con las mujeres. en contraposición, las mujeres tienden a ser casi enteramente definidas por las relaciones que típicamente corresponden a sus funciones de parentesco (‘esposa’, ‘madre’, ‘hermana’); si se les examina detenidamente, se verá que se trata de las relaciones que guardan con los hombres”. (Ortner; Whitehead en Lamas, 2013, p. 141).

Aquí encontramos dos lados de la moneda en la contemporaneidad. Por un lado, mujeres elegidas con el apoyo de un varón. Por otro, mujeres que son cuestionadas por su capacidad cuando llegan al poder como si, de hecho, necesitaran ser amantes de alguno para estar donde están. Es cuando ser bella resulta contraproducente para las mujeres. “Hombres y mujeres por igual tienden a pensar que una mujer muy bella probablemente debe su puesto a su físico, sobre todo si ocupa una posición importante: seguramente sedujo o mantiene una relación sexual con un hombre que la ha impulsado” (Castañeda, 2013, p. 291).

Regresando a los orígenes de nuestro pensamiento latino, las mujeres romanas empezaron con una tradición de protestas callejeras y peleaban por sus derechos y por las decisiones de sus hombres. Por

Muchas mujeres requieren de un referente masculino o un “padrino” para sentirse valoradas y hacerse escuchar.

ello, también, fueron consideradas como “animales violentos y sin control”. Holland nos recuerda que por primera vez se planteó en el mundo romano el problema del derecho de ellas a participar en las decisiones. Después empezó la punición a las mujeres: “las mujeres romanas podían ser médicas, tener tiendas, practicar el derecho y hasta combatir en la arena, pero no podían adoptar una posición política explícita” (Holland, 2010, p. 65). En el 42 a.C. se realizó la última marcha de mujeres de ese período. El activismo público femenino sólo ocurrió una vez más en el siglo XIX, “cuando el surgimiento del movimiento sufragista le dio un lugar a la exigencia del voto en la campaña por los derechos feministas” (Holland, 2010, p. 56).

En la historia de la Iglesia cristiana también se encuentran varios puntos de misoginia. Además de heredar la historia narrada en Génesis de que la mujer sería la responsable de la desgracia de toda la humanidad por el mito de Eva, otras ideas se destacan. Conjuntamente está la represión sexual, la idea de que la mujer debería ser asexuada y que no podía ser sacerdotisa pues, en las palabras de santo Tomás de Aquino sería necesaria “la esencia masculina superior” porque “Adán fue seducido por Eva, no ella por él” (Holland, 2010, p. 97). Santo Tomás, en el siglo XIII, refería que a las mujeres se les concedía la posición de “ayudantes del hombre”, situación que vemos hasta hoy en la política, donde las mujeres forman parte de la base de muchos partidos, pero no están en la toma de decisiones. De la misma manera, las primeras damas están en ese rol de ayudante del varón. Lipovetsky (2012) va a referirse a esos primeros momentos como “la primera mujer o la mujer depreciada”. “Exaltación de la superioridad viril, exclusión de las mujeres de las esferas prestigiosas, inferiorización de la mujer, asimilación del segundo sexo al mal y al desorden” (Lipovetsky, 2012, p. 214).

No hay, por tanto, que olvidar que la iglesia hizo caza contra las brujas, cuando ser mujer implicaba ser la más grande sospechosa de crímenes como bailar, tener ideas propias y usar hierbas en sanaciones. Más allá de los momentos históricos, el miedo a que las mujeres se independizaran es predominante en la historia de la humanidad. “Las mujeres hacen mal en quejarse de la desigualdad de las leyes hechas por el hombre; esta desigualdad no es hechura de los hombres, o en todo caso no es resultado de un simple prejuicio, sino de la razón” (Rousseau citado por Holland, 2010, p. 137).

El feminismo, con el pasar del tiempo, ha recibido una connotación negativa, pues es visto como el opuesto del machismo, o sea, un movimiento social que defendería la dominación de la mujer sobre el hombre. Además de ser una falacia, es una manera justamente de desvalorizar el esfuerzo de mujeres y hombres por una sociedad con oportunidades y derechos iguales a todos y a todas. “Y eso nos lleva a muchísimas mujeres a decir yo no soy feminista. Las feministas son viejas peludas, bigotonas, todo lo que ya hemos oído de todas formas, ¿no?” (Lamas, 2014). Hay varios “feminismos”, no hay una única categoría. Por ejemplo, el feminismo de la igualdad, de la diferencia, marxista, socialista y liberal (las tres también conocidas como teorías feministas de la modernidad). El feminismo es un movimiento de libertad para las mujeres que se construye y evoluciona en el tiempo. “Se constató que el papel de las mujeres en los procesos sociales es más importante de lo que se reconoce ideológicamente, y se detectaron las estructuras sociales que facilitan o frenan los intentos de las mujeres por modificar su estatus en sociedad” (Lamas, 2013, p. 105). La cuestión central aquí no es apuntar un recorrido histórico de esas teorías, sino enfatizar que uno de los retos del feminismo es defender el reconocimiento de la mujer como un ser humano con capacidades de actuar en la sociedad, independientemente del área planteada, que merece respeto y valoración. “Corremos el peligro, por tanto, de recurrir, para concebir la dominación masculina, a unos modos de pensamiento que ya son el producto de la dominación” (Bourdieu, 2000, p. 17).

A su vez, el machismo es una relación social donde los hombres determinan la forma de ser, de sentir y de actuar, en la que las mujeres son consideradas inferiores. El machismo “expresa una relación basada en cierto manejo del poder que refleja desigualdades reales en los ámbitos social, económico y político” (Castañeda, 2013, p. 29). El machismo depende de la visión de qué significa ser hombre y ser mujer. Esos roles se encuentran, en más de las veces, herméticamente posicionados. Se justifica la superioridad masculina por la fuerza, cuestiones biológicas y por herencia cultural. Como afirma Castañeda, machismo y desigualdad andan de la mano.

“El machismo visto como un conjunto de valores y creencias, emana de la desigualdad entre los sexos, pero a la vez alimenta, al ‘explicar’ por qué los hombres deben tener el mando y por qué son ‘naturalmente’ superiores en casi todas las áreas importantes de la actividad humana. en una palabra, el machismo es la justificación del dominio masculino” (Castañeda, 2013, p. 337). Sin embargo, el patriarcado es otra manera de explicar esa dominación a la luz de la cuestión económica. De acuerdo con Weber, en la sociología de la sumisión, es el dominio del “señor” sobre sus mujeres y otras personas consideradas inferiores. “En la dominación burocrática es la norma establecida y que crea la legitimidad del que manda para dar órdenes concretas. En la patriarcal es la sumisión personal al señor la que garantiza como legítimas las normas procedentes del mismo” (Weber, 1964, p. 753). La estructura que conocemos está organizada de manera que en las casas, en las iglesias, en las escuelas y en los medios de comunicación veamos la reproducción

El miedo de perder poder es una de las motivaciones más evidentes en el esquema de dominación masculina.

del status de dominación entre sexos y clases sociales. “En las sociedades patriarcales, son relaciones de poder que se establecen de entrada en detrimento de las mujeres. Sexo y política están, pues, íntimamente vinculados” (Garretas, 1995, p. 14).

En una visión contemporánea, la psicóloga mexicana Lucy Serrano afirma que el misógino se distingue del macho pues “el misógino no es lo mismo que el macho. El misógino quiere a una mujer bonita, talentosa, inteligente porque eso le hace a él lucir más”3. Y con ese reto, manifiesta tres personalidades: el príncipe, el patán y el niño herido. O sea, primero actúa como un conquistador, después empieza a invalidar a la mujer para, por fin, actuar como el niño herido cuando la mujer intenta salir de la relación. Ese juego se dirige a lo que, en esencia, se trata este estudio: el poder. Como afirma Foucault, “las relaciones de poder son relaciones de fuerza, enfrentamientos, por lo tanto siempre reversibles”( Foucault, 2013, p.77). Bajo ese punto de vista, de reversibilidad, hay que admitir que el miedo de perder el poder es una de las motivaciones más evidentes en ese esquema de dominación masculina. Es necesario, por tanto, considerar cuestiones de género para entender mejor la relación entre hombres y mujeres. “Por la ambivalencia natural y por otros fenómenos, es muy importante considerar además del supuesto fundamental de que toda relación humana, todo contrato social, implica la alta posibilidad de su transformación en una relación de poder” (Araico, 1988, p. 36) (…).

LA PARTICIPACIÓN FEMENINA EN LA POLÍTICA LATINOAMERICANA. De acuerdo con el reporte publicado por ONU Mujeres, en 2014 había nueve jefas de Estado y quince jefas de Gobierno, o sea, primeras ministras. Ruanda era el país del mundo con mayor número de parlamentarias (un 63,8 por ciento de los escaños de la cámara baja). Por otro lado, el documento muestra que había 37 Estados donde las mujeres representaban menos de 10% del total de las y los parlamentarios. En las Américas, 22,8% y en Europa 21,1% de los parlamentos (asambleas y senados) estaban conformados por mujeres, un número poco superior a la media mundial que sumaba 21,8% de mujeres en esa posición. Asimismo, el reporte 2020 publicado por la Unión Interparlamentaria, vinculada a la ONU, comunica que en solo 20 países las mujeres desempeñan las funciones más altas y 119 países nunca han sido presididos por mujeres.

En 2014, América Latina presentó un hecho inédito en su historia. En un momento había cuatro presidentas simultáneamente: Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores, Brasil), Cristina Kirchner (Frente para la Victoria, Argentina), Michelle Bachelet (Partido Socialista, Chile) y Laura Chinchilla (Partido Liberación Nacional, Costa Rica). Y en Brasil, dos mujeres fueron protagonistas en la campaña a la presidencia ese año: Dilma Rousseff (PT) y Marina Silva (Partido Socialista Brasileño), aunque al fin del día, el candidato Aecio Neves (PSDB, Partido de la Social Democracia Brasileña) se fue a segunda vuelta con Rousseff. Pero en Chile, dos mujeres estaban en la segunda vuelta en 2013: Michelle Bachelet (Partido Socialista) y Evelyn Matthei (Unión Demócrata Independiente). Esos acontecimientos, sumados a leyes de cuotas de género en varios países, suponen generar empoderamiento a mujeres o estimular reflexiones sobre la participación.

Aunque en los países latinoamericanos el voto de las mujeres pudo ser realizado desde principios del siglo XX, todos los países esperaron décadas para tener su primera mujer presidenta y varios aún no han llevado una a ese cargo.

SUMARIO

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2021-11-27T08:00:00.0000000Z

2021-11-27T08:00:00.0000000Z

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