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Dólar tentación:

La inestabilidad y la incertidumbre reflotan la idea de una dolarización como ancla macroeconómica. ¿Es viable?

TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO trloredo@perfil.com @trloredo

la inestabilidad y la incertidumbre reflotan la idea de una dolarización como ancla macroeconómica.

El exministro de Economía Hernán Lorenzino se lo recuerda, puntualmente, por su fallida participación en un reportaje para la televisión griega: al consultarles sobre la inflación y estando su sola mención en aquella administración K, no supo que contestar y terminó con su célebre “me quiero ir”. En realidad, la presencia de los periodistas griegos se debía a las proclamas emitidas desde Argentina en medio de la enorme crisis de pagos en ese país. La receta era simple: “hagan como nosotros: rompan con los acreedores y salgan del euro”.

Ese pareció ser el grito de guerra de la política económica argentina en los últimos 30 años: atarse o no a alguna moneda fuerte para disciplinar al resto de la economía. Cuando la hiperinflación avanzó, en 1989, abonó el campo para lo que vino menos de dos años más tarde: la convertibilidad.

Pero la salida de la convertibilidad, también alimentó el otro giro drástico en materia de política económica: adquirir soberanía monetaria, pero a tal grado que, paradójicamente, dejó de ser efectiva.

POSPANDEMIA. Hoy la economía argentina tiene que hacer frente al desafío de las consecuencias de haber utilizado la emisión monetaria como única arma para combatir la caída de la recaudación tributaria y la implo

sión de la actividad económica.

Pero si algo mide la fatiga de material de la política monetaria, justamente, es el nivel de reservas con las que el Banco Central vino administrando el valor de los dólares alternativos. Las cuentas de los especialistas difieren en la fecha exacta en que el contador llegará a cero. Las reservas brutas, que publica el BCRA no incluyen las restas que deberían hacerse para saber, con precisión, el nivel de disponibilidad líquida. Ni los encajes bancarios ni las tenencias de oro, por ejemplo, pueden liquidarse sin ocasionar un daño irreparable en el mercado local al minar la confianza en un peligroso juego de dominó negativo.

LA INFLACIÓN, otra consecuencia de haber emitido moneda para paliar la recesión, tampoco ayuda en este proceso. Este año cerrará en algo más del 50% pero deja la sensación de algo irremediable ya que abundan los controles y restricciones, pero en lugar de apaciguar la demanda de dólares, por ejemplo, la incentiva. Es que la historia reciente manda y mucho en el ánimo colectivo: devaluaciones, corridas cambiarias, corralitos, canje involuntario de activos, reestructuración obligada… todo nutre la incertidumbre. Y a veces, la tabla de salvación es buscar una referencia sobre la que anclar las variables macroeconómicas. En Argentina, este rol lo ocupa el dólar, cuya figura se agiganta en cada crisis. La dolarización sería este proceso que parece tomar velocidad a medida que la desconfianza aplasta a la moneda local.

Para Camilo Tiscornia, director de C&T Asesores, a primera vista, la dolarización le vendría bien a la Argentina porque aplacaría las oscilaciones y encontraría una moneda que cumplan con el rol asignado, hoy vacante por la depreciación permanente del peso. Sin embargo, sostiene que la experiencia muestra que países grandes, como la Argentina, no adhieren a la práctica de la dolarización. “En realidad, lo que pareciera resolverse de esta manera es otro problema más grave: la cuestión fiscal que parecería estar solucionada por eliminarse la emisión para financiar el déficit fiscal”, explica. A su juicio, el peligro, como apareció durante la segunda época de la convertibilidad, está en continuar financiando un gasto creciente, pero con endeudamiento Y está la tentación del endeudamiento.

ECUADOR EN LA MIRA. Como ocurriera en Argentina, luego de una crisis económica casi terminal, el gobierno de Quito optó por una dolarización que calmó las aguas y luego de algunas asonadas cívico-militares, encontró cierta paz cambiaria, sobre todo ayudado por la suba del precio del petróleo, del que el país es un exportador neto de relieve. Pero Tiscornia recuerda que el año pasado, también tuvo de reestructurar su deuda para evitar un default, aunque lo hizo más rápido que el sinuoso proceso encabezado por Martín Guzmán.

“Yo creo que no es la solución para la Argentina. El problema de fondo es de carácter fiscal y en todo caso, político. Si se puede resolver eso y encontrar el orden fiscal, recién allí podrías empezar a contar con tu propia moneda para poder tener, entre otras cosas una política anticíclica. Pero antes lo veo muy difícil de alcanzar”, concluye.

Entre sus argumentos para hilar

fino está la situación de los bancos y los depósitos: dolarizar todos los activos obligaría a cambiar la estructura del sistema bancario ya que ellos no pueden pedir “descubiertos” a un Banco Central que no puede emitir. Y, además, está un aspecto numérico de envergadura: ¿a qué valor se establece la paridad cambiaria”.

El economista Roberto Cachanosky también ve complicado el camino hacia una dolarización por esa razón. “Siendo optimistas, el tipo de cambio al que habría que rescatar la base monetaria y los pasivos remunerados da $1.000 por dólar. O sea, de un tipo de cambio oficial de $100 pasarías a un rescate $1000 a 1. Para poder dolarizar habría que tener reservas y hoy el Banco Central, no tiene reservas netas propias más allá de los US$ 7.000 millones, siendo optimistas. Por eso, hoy no lo veo viable”, sentencia.

EL NÚMERO. Tiscornia hace un cálculo similar: si la base monetaria es de $3 billones, la clave estará en lo que se toma como denominador para sacar la paridad: si son las reservas brutas, aunque sea, también algo cercano a los $700 por dólar. “No lo veo posible en estas circunstancias”, aclara.

La llave para lograr los beneficios prometidos por una dolarización en el menor plazo posible, siempre pasan por un saneamiento de las finanzas y de la política monetaria. Justamente, su carencia es la que empuja a abrazar la dolarización. “Por eso optaría por dejar al Central que siga financiando al Tesoro, pero con una reforma de su carta orgánica para hacerlo más independiente y trabajar aceleradamente para que en dos o tres años reducir el déficit a niveles manejables con deuda o déficit cero”, puntualiza Cachanosky, que ve en explosión de la convertibilidad una traba en todo este proceso: demostró que no era inviolable y la confianza que se pierde, es muy difícil de recuperar.

Mientras los economistas siguen haciendo sus cálculos, la idea de una dolarización adquiere la forma de una utopía: aquel lugar que sabemos que hoy no existe pero que nos sirve para proyectar sus beneficios y contrastar con el presente.

SUMARIO

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2021-11-27T08:00:00.0000000Z

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