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Soñar y decir también es hacer

Por LUIS CHIOZZA*

Las palabras y las ideas influyen en la realidad, crean situaciones y escenarios. El análisis de las expresiones que usamos puede darnos un abordaje diferente del mundo que nos circunda. Un terreno en el que confluyen la psicología, la lingüística y la filosofía.

El proverbio “del dicho al hecho hay mucho trecho” trasmite que es mucho más difícil hacer que decir. (...) Las ideas no solo pueden ser muy concretas, sino también duraderas, ya que el reconocimiento mismo de ese “crecer unidas”, en cuanto constituye un volver a encontrarse con algo conocido, es un testimonio de su perduración. Precisamente aquí, en este punto, surge aquello que deseamos rescatar. Una vez destacado el valor del hacer, debemos admitir que el decir nos es tan vano como solemos creer cuando, enamorados del supuesto de que solo la materia está “hecha” (o es “un hecho“), no lo pensamos mejor. Toda la historia de la civilización nos certifica, sin embargo, que las ideas son “hechos” y que, a pesar del descrédito que suele acompañar a la palabra que en primer término usaremos, idealizar es crear.

CHICANAS. El vocablo “chicana” designa una artimaña, un procedimiento de mala fe, especialmente dedicado a entorpecer o dilatar un juicio que intenta dirimir un pleito. El foro de WordReference aclara que designa una práctica que en la Argentina abunda entre los políticos para intentar, de manera espuria, descalificar o ridiculizar al oponente.

Reparemos en que, en general, se trata de discusiones interminables, porque su condición esencial radica en un designio que ambas partes adoptan y que consiste en mantener, a ultranza, una discrepancia que justifique una “elección”. Todo lleva a suponer que, cuando así sucede, ocurre porque esa discrepancia suele utilizarse como fundamento de una identidad política que no encuentra, más allá de los discursos vacuos, genuinos conceptos y proyectos que le permitirían sostenerse con autenticidad.

Cuando, sin dedicarme a la política, la utilizo como ejemplo, es porque allí, dada su enorme difusión, adquiere claridad un tipo de argumentación maliciosa que constituye una fuente inagotable de conflictos en todas las otras formas del intercambio verbal que participa, de un modo substancial, en nuestra cotidiana convivencia.

Conmueve comprobar hasta qué punto aquello que con mirada crítica contemplamos frente a la debilidad argumental de algunas “campañas electorales” habita de un modo solapado en los razonamientos que, con demasiada frecuencia, usamos cuando defendemos, con

Aquello que se gana con argumentos que se saben falsos realmente “no vale la pena”.

argumentos que sabemos espurios, nuestra posición frente a las cosas que nos ocurren en nuestras relaciones con los seres que más nos importan.

Ingresamos, así, en una paradoja de ribetes trágicos. Cuando convertimos una discusión en un “juego” que es imprescindible ganar y, arrebatados por esa irresistible tendencia, recurrimos, para ganar, a una trampa, ganamos sabiendo que, en realidad, hemos perdido.

Hay quienes, frente a lo que imaginan que significa perder, prefieren ganar de ese modo. Dale Carnegie sostuvo que “el que gana una discusión pierde a un amigo”. Habrá veces auténticas en que, sin duda, se justifica, pero aquello que se gana, en cambio, con argumentos que se saben falsos realmente “no vale la pena”.

SER Y CREER. Hemos progresado cuando comprendimos que solo se puede ser siendo con otros, pero también porque, comparando al “yo” (pronombre personal) con el vórtice visible que se forma cuando un lavatorio se vacía, y que acontece porque en él participa todo el líquido que llena el recipiente, establecimos otras conclusiones.

Gracias a pensadores como Borges o Porchia, y sobre todo incursionando en la sabiduría contenida en los textos orientales que los hindúes y los chinos masticaron durante milenios, llegamos a comprender que habría que evitar decir “yo”, como un alguien prexistente que inicia lo que allí sucede, y habría que decir, en cambio, “se piensa”, “se siente” o “se hace”, como se dice “llueve”.

Llegamos así a que los participantes (incluyendo el superyó, el ello y todo aquello que permanece inconsciente) que, en su conjunto, constituyen esa vida que continuamente nos atraviesa (desde un ayer en que nací sin querer y un mañana en que moriré del mismo modo) no integran ese “mi-yo” que considero “mío”. Esa ilusión tenaz, que valoro, de que existo realmente como alguien insustituible que debe hacerse cargo de realizar un destino ocurre porque, como Shakespeare decía, estamos hechos de la substancia de la que están hechos los sueños. Es cierto que únicamente se apoya en una creencia que disputa contigo, y con los otros habitantes de mi circunstancia, la certidumbre de un territorio “propio” en el cual creo que me corresponde ejercer un dominio.

Suele decirse que el mejor negocio del mundo es comprar a los hombres por lo que valen y venderlos por lo que creen valer. Todos sabemos que hay “pillados”, personas que, de manera engreída y soberbia, “se la creen”, es decir que, simplemente, en forma grosera y excesiva, creen ser lo que no son. Pero conmueve comprobar que, “por fuera” de esos casos extremos, existe siempre, sin excepción, más allá de la evidente grosería, una inevitable diferencia entre lo que creemos ser y lo que somos. Tenerlo en cuenta bien vale la pena que ocasiona.

INTERVENCIONISMO. Tenemos dos únicas maneras de concebir cómo y por qué se produce un acontecimiento. Una, material y mecánica, afirma que es un efecto que proviene de una causa; la otra, ideal e intencional, sostiene que es el eslabón de una cadena que se dirige hacia una meta. Prescindir de una de ellas, sin importar cuál sea, empobrece nuestra concepción del mundo que constituye la circunstancia en la que nos vemos obligados a vivir.

Cuando pensamos en causas, debemos diferenciar entre sucesos determinados por causas múltiples y confusas y otros que surgen, de una manera inequívoca que denominamos “lineal”, de una causa magna. La identificación de estos últimos nos ha conducido al impresionante poder tecnológico actual, que desarrollamos gracias a que, en esos casos, nuestras “aproximaciones lineales” funcionan. Cuando, en cambio, no funcionan, “descubrimos” que existen realidades complejas, y que estas empeoran cuando insistimos en tratarlas con los procedimientos eficaces con aquellas que son “lineales”.

De este modo, se explica que en el terreno de la medicina la iatrogenia (el daño producido de manera involuntaria por el ejercicio médico) figure entre las principales causas de muerte (junto con el cáncer y los accidentes cardiovasculares). Vale la pena dejar de lado ahora el ejercicio médico espurio, por no decir delincuencial, para referirse a una iatrogenia bienintencionada que nace de una insistencia perjudicial que proviene de no darse cuenta de que lo mejor suele ser enemigo de lo bueno, porque necesitamos recuperar, en el desempeño de nuestra profesión, por lo menos una parte de la autenticidad perdida.

Importa mucho subrayar que, en el ejercicio de otras actividades cuya trascendencia es fundamental, como la economía, la política o la pedagogía, sucede algo semejante cada vez que reincidimos en desconocer los alcances de la complejidad. Aunque carecemos allí de un vocablo semejante a “iatrogenia”, que alude a lo que sucede con la medicina, podemos recurrir a la palabra “intervencionismo” para referirnos, en general, a los daños que, sin querer y pretendiendo “simplificar”, estamos infligiendo en la comunidad que habitamos.

¿REPETICIÓN O NOVEDAD? Solemos repetir una frase que arroja una verdad que, como cualquier otra, solo puede ser comprendida cuando, una vez enunciada, la recorremos con buena voluntad para extraer de ella precisamente su verdad transitoria. Nos damos cuenta, entonces, de que, en su relatividad, aquello que afirma nos conduce hacia la adquisición de un conocimiento nuevo de mayor amplitud.

La frase en cuestión es clásica. “Se repite en lugar de recordar” o, mejor aún, “cuando alguien transfiere algo que ha vivido en el pasado, sobre la situación presente, repite en lugar de recordar”. Sin embargo, si reconsideramos ese enunciado, encontramos que no coincide con algo que lúcidamente el mismo Freud sostuvo.

Hace ya sesenta años, Mauricio Abadi, desde la comisión de publicaciones que entonces presidía en la Asociación Psicoanalítica Argentina (apa), se propuso realizar un diccionario distribuyendo entre quienes colaborábamos los términos que debían ser incluidos. Me solicitó, en

El cambio solo se alcanza cuando las ideas que emitimos logran conmover nuestras creencias.

tonces, que redactara una definición de la transferencia. Dado que yo era un alumno que supervisaba mi trabajo clínico con Enrique Racker, le pedí su consejo sobre lo que había escrito para Abadi, en donde utilizaba, como fundamento, la repetición actual de lo anteriormente vivido. Racker se dedicó a mostrarme, con afectuoso beneplácito, algunos párrafos de Freud, en los cuales afirmaba que la transferencia constituía una reedición “modificada” de los acontecimientos pretéritos.

Debemos reconocer que, a pesar del tiempo transcurrido, esa importante diferencia no ha despertado una atención suficiente. No solo dentro del “mundo psi”, sino también en la cotidianidad de nuestra vida.

Es importante afrontar una bifurcación que se transforma en dilema. Se puede vivir “como siempre”, constituyendo una simplificación que evita reconocer que “cada instante” trascurre como una novedad “perpetua”. Si no nos molesta ingresar en el terreno de la paradoja (ya que el proceso racional, en relación con la plenitud de la vida, suele volverse paradojal), debemos concluir que todo acontecimiento trascurre en un “como siempre” de acuerdo con el cual lo nuevo de hoy es tan “nuevo” como lo fue la novedad de ayer.

LA EMERGENCIA DE LO QUE URGE.

Más allá de cuanto se ha dicho acerca de ese valioso concepto formulado por Enrique PichónRivière, la expresión “punto de urgencia” se presta para señalar aquello que, en la actualidad de una vida (inevitablemente compartida), se presenta como un conflicto (una lucha, un dilema) que retiene “aquí y ahora” la mayor importancia.

Tanto en el encuadre de un tratamiento psicoanalítico como en cualquier otra circunstancia de nuestra experiencia cotidiana, existe siempre ese punto de urgencia que, independientemente de sus distintas cualidades, se configura en torno de una propiedad en la que vale la pena reparar, porque constituye la quintaesencia de aquello que, en cada instante, necesitamos resolver.

Aunque también funciona en otros contextos —como, por ejemplo, en el desarrollo de una investigación científica, el decurso de una reflexión filosófica o el progreso en la adquisición de una capacidad industrial—, podemos verlo con mayor claridad en una sesión psicoanalítica. Allí es inútil y equivocado decirle al paciente algo que, como sostuvo Racker, el analista sabe pero el paciente no puede ni necesita saber. Solo debemos comunicarle, en cambio, lo que “le hace falta” saber. Se trata, precisamente, de aquello que ya “casi” descubriría por sí mismo, a pesar de que es cierto que una distancia significativa lo separa todavía de ese logro.

Como sucede con un grano maduro cuyo contenido está a punto de perforar la piel, parece que solo se necesitara apenas un pequeño empujón para que aflore la emergencia de lo que se debe asumir. Pero no siempre es tan fácil, porque es allí, bajo la forma de lo que Freud describe como la inseparabilidad de consciente e inconsciente, donde el sistema de la consciencia es fecundado por los retoños de lo primordialmente reprimido. En esa cuna, y en la razón de ser de un conocimiento que busca dar a luz algo que pugna por salir, también sucede que las verdades revelan una mentira que volverá a ser verdad en la circularidad de un trayecto helicoidal, y las paradojas nos conducen hacia una nueva claridad.

LA ESENCIA DE LA DIFICULTAD. El descenso con esquíes por una ladera nevada suele hacerse en zigzag, cuando, si se descendiera en línea recta, podría alcanzarse una velocidad excesiva. Sabemos que, para girar, es necesario inclinar el cuerpo hacia la profundidad del valle, y esa inclinación es, precisamente, lo contrario de lo que uno querría de manera espontánea.

Hay circunstancias, como esas, en las cuales “lo que nos pide el mundo se opone a lo que nos pide el cuerpo”.

En el trascurso de una sesión de psicoanálisis, encontramos un excelente paradigma de lo que subrayamos aquí. Una condición fundamental del encuadre psicoanalítico (la regla de la abstinencia) reside en ofrecernos la posibilidad de enviar en dirección retrógrada los procesos de excitación que “normalmente” procuran obtener la satisfacción que otorgan cuando se descargan. Por eso decía Freud que el proceso que busca hacer consciente lo inconsciente trascurre “a contrapelo”. Podemos agregar que encontramos allí un factor que contribuye (en unos pacientes más y en otros menos) para aumentar la resistencia que habitualmente el proceso genera por obra de la represión.

Eso que, desde un punto de vista, se puede contemplar como un decurso a contrapelo y, desde otro, como algo que se opone a “lo que nos pide el cuerpo” se presenta en nuestra vida como una contrariedad que nos perturba y que debemos resolver perentoriamente. Aquello que nos separa de lograrlo constituye la esencia de lo que solemos llamar “dificultad”.

El término “dificultad” remite a la necesidad de encarar un trabajo difícil que requiere cantidades suficientes de un interés “cardíaco”, de un esfuerzo “hepático” y de una inteligencia “cerebral”. La palabra “esencia”, en cambio, alude a un conjunto de características permanentes e invariables que constituyen a un ser y sin las cuales no sería lo que es. Bernardo Houssay, Premio Nobel de Fisiología, solía decir: fácil es lo que se sabe y difícil, lo que no se sabe. Creo que con esto aludía a que, mientras nuestras dificultades resueltas dan lugar a otras nuevas, crecemos.

IDEAS Y CREENCIAS. El diccionario consigna que la ambigüedad nos conduce hacia aceptar lo que proviene de uno y otro lado. La opinión, en cambio, surge de la acción y el efecto de formarse un juicio. La palabra griega “doxa” fue utilizada para referirse a la opinión en un sentido peyorativo que la contrapone a la verdad que se obtiene de la experiencia. Entre las ambigüedades y las opiniones que asumimos porque derivan de nuestro pensamiento, y aquellas otras que apresuradamente “presumimos” como producto de un “contagio” irreflexivo, vivimos inmersos, muchas veces, en un litigio

La cualidad del silencio proviene de una última palabra y culmina con aquella que lo interrumpe.

(contaminado, con frecuencia, con los matices quejosos de una permanente querella) mientras evitamos las responsabilidades implícitas en una discusión sincera. Pero no es frecuente discutir sin dobleces.

Discutir, por su etimología, emanó de “sacudir”, cuyo significado original alude a una vigorosa actividad que conduce a que, en lo sacudido (como sacude un perro aquello con que juega), sus componentes se separen. Discutir, pues, en el mejor de sus sentidos, es separar, discriminar y analizar, pero debemos admitir que embarcarse en una discusión carece de sentido si no se está dispuesto a vivir en un auténtico acuerdo con las conclusiones a que esa discusión nos lleva.

La palabra “ideología”, que designa la disciplina que estudia las ideas, también designa al conjunto de ellas que caracterizan a una persona o a una existencia colectiva. Pero, precisamente, cuando ese conjunto, además de considerase fidedigno e innegable, se transforma en indiscutible, la ideología, entrando en el terreno de lo dogmático, adquiere las características de lo que denominamos una creencia. Ortega sostenía que las ideas se discuten utilizando las creencias como apoyo, mientras que las creencias solo pueden discutirse con violencia.

Nacemos, como los farolitos chinos, “plegados”, y en el trascurrir de nuestras relaciones interpersonales solo algunas de nuestras potencialidades poco a poco se despliegan y florecen cuando alguien sopla dentro de ellas. Pero el cambio trascendente de ese florecer solo se alcanza cuando las ideas que emitimos y sintonizamos logran conmover nuestras creencias.

EL SILENCIO. Suele decirse que si la palabra es de oro el silencio es de plata, pero la frase, aunque bien intencionada, no le hace suficiente justicia. Si atendemos a lo que sucede en una partitura musical, nos damos cuenta de que el silencio, en el acto comunicativo, no puede ser menos valioso que la palabra.

No vale conformarse con decir que hay silencios plácidos, espesos, angustiosos, conmovedores, antipáticos, cómodos, perezosos o agresivos. Lo más importante radica en la relación que el silencio y la palabra establecen entre sí. Las palabras obtienen su significado pleno gracias al silencio que las precede y a otro, igualmente trascendente, que las sigue redondeando su sentido. La cualidad del silencio proviene de una última palabra y culmina con aquella que, de pronto, lo interrumpe.

La interpretación psicoanalítica, que nace de un silencio fecundo que la cuece, necesita de un silencio consecuente que permita que su significado retumbe rebotando entre los numerosos recovecos del sentido.

Tanto en una sesión de psicoanálisis como durante los actos comunicativos que forman una parte substancial de toda convivencia, debemos proceder impregnados con la idea de que necesitamos recurrir a la prudencia, la paciencia y la resignación (entendida en cuanto significa la sustitución de un significado anterior), para que trascurran de la mejor manera.

Es importante tener presente que llevamos la perpetua necesidad de convivir la inquietud de un rescoldo que gestiona, entre pecho y espalda, un íntimo desasosiego. Siempre recuerdo que mi padre dijo, en el medio de un discurso en donde hablaba del silencio, que en la vejez somos como esos antiguos frascos de farmacia que tienen su etiqueta borroneada y que nadie sabe lo que guardan dentro. ¡Si por lo menos, como hace el jilguero, pudiéramos cantarlo! La maravilla, que a veces nos sucede, del instante en que se comparte precisamente lo inefable consiste en el misterio de un encuentro entre dos soledades. Durará lo que dure hasta que retorne la distancia en un eterno vaivén que luego de acercarnos nos aleja recreando nuestro afán de compartir lo que vivimos.

* MÉDICO PSICOANALISTA Y ESCRITOR, especialista en medicina psicosomática. En el psicoanálisis tiene una larga trayectoria. Es miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la International Psychoanalitical Asociation. Su último libro es “Soñar y decir también es hacer. Apuntes de todos los días” (Libros del Zorzal), del cual forman parte los textos publicados aquí.

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