Kiosco Perfil

La gran desconexión argentina: el país vive un tiempo propio, lejos de las decisiones económicas y políticas

El país vive un tiempo propio, lejos de las decisiones económicas y políticas del mundo actual. ¿Cuáles son las reformas estructurales necesarias para mejorar la vida de todos? ¿Cómo empoderar a los ciudadanos para lograr esos cambios?

Por FEDERICO DOMÍNGUEZ*

Argentina vive desde hace décadas un período que podríamos llamar “la gran desconexión”. La desconexión se manifiesta en todos los aspectos de nuestra vida institucional y económica: entre los ciudadanos y los políticos, entre lo fáctico y el relato, entre lo que gastamos y lo que generamos, entre la realidad y las expectativas, entre el sentido común y nuestras acciones, entre hacia dónde va el mundo y hacia dónde va nuestro país, entre lo que dicen las élites y lo que hacen.

La gran desconexión viene acompañada de una altísima dosis de anacronismo: vivimos obstinadamente fuera de época. Cuando hasta los países comunistas se preocupan por la productividad, aquí es mala palabra; cuando el mundo usa la boleta única electoral, nosotros insistimos con múltiples boletas; cuando los países miran al futuro, nosotros seguimos discutiendo la década de 1970; cuando el mundo acabó con la inflación, aquí es cada vez más alta.

Argentina es como el País de Nunca Jamás de la película “Peter Pan”, donde los niños no crecen, viven sin ninguna responsabilidad y desconectados de lo fáctico y real. Cuando Argentina vivió en el presente, en función del pensamiento de la época y conectada con su realidad y el resto del mundo, fuimos una potencia. Cuando decidimos adentrarnos en el País de Nunca Jamás, pasamos de ser uno de los países más ricos del mundo a uno de los más pobres de Latinoamérica. Todos los países tienen cierta dosis de anacronismo e inercia del pasado, pero los niveles de Argentina resultan disparatados.

¿Cuál es el origen de la desconexión? Lo vinculo al nacimiento del Estado “clientelista” durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón. La solución a las demandas sociales se basó cada vez más en el Estado, la intervención sobre la economía y la búsqueda de atajos de corto plazo. El voluntarismo se impuso sobre la lógica económica, al mismo tiempo que se debilitó al individuo a favor de un abstracto “colectivo”. Esa visión se arraigó profundamente en gran parte de la sociedad. Simultáneamente, el Estado se volvió cada vez más disfuncional, y la sociedad más débil.

En su libro “El pasillo estrecho”, James A. Robinson y Daron Acemoglu sostienen hay un pasillo estrecho hacia la libertad. En ese pasillo, el Estado y la sociedad

se equilibran mutuamente. Un Estado fuerte es necesario para hacer cumplir las leyes, controlar la violencia y proporcionar servicios públicos cruciales para que las personas tengan una vida en la que pueden escoger y luchar por sus decisiones. Al mismo tiempo, una sociedad fuerte y movilizada es necesaria para controlar y encadenar al Estado. Robinson y Acemoglu utilizan la figura del leviatán de Hobbes para representar el poder del Estado.

El Estado chino es un ejemplo de leviatán fuerte y despótico porque no está controlado por la sociedad ni rinde cuentas a ella. Estados Unidos o Inglaterra son ejemplos de leviatán encadenado, lo que permite a esos países mantenerse en el pasillo estrecho de la libertad.

Según los autores, al igual que otros países latinoamericanos, Argentina no entra en ninguna de esas categorías, sino en lo que se denomina “leviatán de papel”. El Estado no está sujeto a rendición de cuentas para con la sociedad, al mismo tiempo que es incapaz de resolver conflictos, imponer el cumplimiento de la ley y proveer servicios públicos de calidad.

¿Cómo hacemos para recuperar el poder del Estado y de la sociedad? ¿Para ubicarnos en el estrecho pasillo de la libertad? ¿Para superar la desconexión? (…) Lo primero que necesitamos para superar la desconexión es tomar las riendas de nuestro gobierno y entender dónde estamos parados.

POCO SABEMOS Y POCO DECIDIMOS. ¿Sabemos quién es el comisario de nuestro barrio? ¿O el fiscal del distrito? ¿Con qué criterio se eligió al director del colegio de nuestros hijos? Así como desconocemos estas cuestiones que afectan nuestro día a día, también ignoramos cuántos empleados tiene nuestro municipio, nuestra provincia, el nivel de ausentismo, los niveles de sueldos, así como un sinnúmero de indicadores de gobierno.

Apenas reconocemos a una mínima parte del total de diputados de las listas que votamos (25 en la ciudad de Buenos Aires, 70 en la provincia). El desconocimiento no termina allí: tampoco sabemos qué porcentaje ni cuánto pagamos de impuestos por los productos que compramos, cuánto se retiene de nuestros salarios ni dónde va a parar, ni el nivel de subsidios de nuestros consumos de agua y luz. No solo sabemos poco sobre nuestro gobierno y lo que gestiona: no tenemos la información para saber si nuestros funcionarios son idóneos y hacen bien su trabajo. No solamente “sostenemos” una crisis de representación, también de hecho “avalamos” una desconexión muy importante entre el gobierno y nosotros, sus representados. Poco de lo que los ciudadanos deseamos y esperamos, sucede. Los ciudadanos tendemos a acomodarnos a los resultados y resignarnos.

¿No apoyarían los ciudadanos reducir el empleo público y el despilfarro del Estado si con ello pudieran aumentar sus salarios mediante una reducción de impuestos al trabajo y al consumo? ¿Y qué dirían si les propusieran transformar los planes sociales en un esquema de trabajo garantizado mediante “cuerpos civiles”? ¿No querrían los ciudadanos eliminar las jubilaciones de privilegio? ¿Penas más duras contra la inseguridad? ¿Que los jueces paguen, como todos, impuesto a las ganancias? ¿Terminar con la fiesta de asesores y choferes? ¿No aceptarían los ciudadanos las escuelas chárter? ¿Qué opinan de la boleta única? ¿Limitar las reelecciones de intendentes y gobernadores? Parecería de buen ciudadano no entrometerse en estas cuestiones.

Desde el retorno a la democracia en 1983, Argentina tiene una democracia sólida: ni los levantamientos militares durante el gobierno de Raúl Alfonsín ni el populismo en las últimas dos décadas han alterado el orden democrático propiamente dicho. De todos modos, si bien tenemos elecciones cada dos años, la democracia y la gestión de gobierno permanecen desconectadas de los ciudadanos, y no hay planes que busquen revertir esta situación. Junto con esta desconexión, las instituciones se han degradado fuertemente en las últimas décadas. De esta separación surge la falta de acuerdos básicos. Las decisiones se toman en función del interés de la casta política y de los sectores con poder coercitivo sobre la casta. No en bien de los ciudadanos que los votan. El preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos comienza: “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos”, y el de la nuestra pregona: “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina”. Parece una diferencia sutil, pero no lo es. La primera empodera al ciudadano, la segunda al legislador. En su discurso a la nación de enero de 1989, Ronald Reagan dijo: “La nuestra fue la primera revolución en la historia de la humanidad que realmente cambió el curso del gobierno. Y con tres pequeñas palabras ‘Nosotros, el Pueblo’. Nosotros el Pueblo le decimos al gobierno lo que tiene que hacer, y no al revés. Nosotros, el Pueblo somos el conductor, el gobierno es el coche. Y nosotros decidimos hacia dónde debe ir, y por qué ruta y a qué velocidad. Casi todas las constituciones del mundo son documentos en los que los gobiernos le dicen al Pueblo cuáles son sus privilegios. Nuestra Constitución es un documento en el que Nosotros, el Pueblo le decimos al gobierno lo que tiene permitido hacer. Nosotros, el Pueblo, somos libres”.

En nuestro caso, “Nosotros, el pueblo” está secuestrado por su dirigencia. (…)

Los argentinos de diferentes ideologías, partidos políticos y realidades socioeconómicas tenemos mucho más en común de lo que pensamos: queremos trabajar sin que nos pongan obstáculos, pensamos que los impuestos al trabajo son muy altos, deseamos acabar con la inflación, estamos cansados de los sindicatos y los cortes de calles, repudiamos a los punteros y la politización de la asistencia social, pedimos un cambio en nuestra clase dirigente, demandamos un Estado al servicio del ciudadano, acabar con la inseguridad y que nuestros hijos puedan ir a buenas escuelas.

¿Qué votaríamos los argentinos si pudiéramos decidir sobre una reforma laboral que elevaría los salarios? ¿Quién podría votar en contra de aumentar su salario? ¿Nos opondríamos si la mayoría trabajara en la econo

Argentina es como el País de Nunca Jamás donde los niños no crecen, viven sin ninguna responsabilidad.

¿No apoyarían los ciudadanos reducir el despilfarro del Estado si con ello pudieran aumentar sus salarios?

mía informal sin los beneficios de la seguridad social? ¿Y si con lo ahorrado en despilfarro público se realizara una fuerte baja de impuestos? ¿Municipalizar la policía o crear una obra social nacional que cubra a todos los ciudadanos? ¿Podría un legislador ir en contra de lo que decidan los ciudadanos en una consulta popular?

Nuestra democracia cuenta con mecanismos que parecen haber sido olvidados, pero a través de los cuales, como pueblo, podemos expresar nuestra voz y modificar cuestiones estructurales profundas que afectan nuestra economía y democracia. Comunicando de forma adecuada, generando consensos amplios y aprovechando un contexto político y económico favorable, estos intereses alineados podrían traducirse en una serie de reformas estructurales para recuperar el rumbo de la Argentina liberal. ¿Por qué no considerar al menos sus ventajas?

CUATRO EJES. Insitiré sobre cuatro ejes de reformas que necesita nuestro país para utilizar todo su potencial y volver a colocarse entre las naciones más prósperas del mundo. No pretendo imponer una visión, sino aportar ideas al debate de la Argentina que surgirá de las transformaciones de esta década hiperacelerada y de marcada tendencia liberal.

EL PRIMER EJE ES EL PUEBLO. El foco del análisis es cómo reformar una democracia desconectada de sus ciudadanos, y un sistema político centralizado que no representa la esencia de la democracia liberal y trabaja para el beneficio de ciertos grupos en lugar de hacerlo para el conjunto de la sociedad. El máximo exponente de la desconexión entre los ciudadanos y sus representantes reside en las listas sábana, consecuencia directa de los manipuleos internos en los partidos y de nuestra falta de participación ciudadana. No solamente los ciudadanos no sabemos a quién votamos, sino que concentramos el poder en algunas figuras conocidas y les concedemos el derecho de arrastrar a personajes desconocidos. Así, las listas resultan armadas por los gobernadores o desde la conducción nacional de los partidos, y los ciudadanos votamos a ciegas. El poder pasa del ciudadano al político, del barrio a la gobernación y del municipio a la Casa Rosada. El voto por distrito como se practica en los Estados Unidos o en el Reino Unido –y ha sido empleado en nuestro país en los gobiernos de Roca y Perón– soluciona el problema de la delegación automática. Al igual que en nuestro país, los ciudadanos eligen a sus diputados nacionales por sus respectivos distritos electorales. La diferencia es que en lugar de provincias enteras, los distritos son más chicos, pudiendo abarcar uno o varios barrios o ciudades dependiendo de la cantidad de electores de la región. Bajo ese sistema, los ciudadanos conocerían a quién votan, y el candidato sería una persona del lugar que entiende las problemáticas locales, conoce a los vecinos, defiende y representa sus intereses frente a los concejos municipales, el Congreso y el gobierno nacional. Sin entrar a exponer métodos de captación y mantención de fidelidad electoral, convengamos que en muchas zonas hoy ese espacio es ocupado por el puntero que capta votos a cambio de entrega de favores, metodología que constituye una fuerte degradación de nuestra estructura democrática. La elección directa debería ir mucho más allá de que el ciudadano conozca a todos los integrantes de la boleta que pone en la urna para cargos políticos, e incluir cargos públicos como el jefe de Policía, el director del colegio o el fiscal de distrito. Esto permitiría una mayor decisión del ciudadano en cuestiones como la seguridad o la educación de sus hijos, así como también un mayor nivel de involucramiento y participación.

Se ha extendido una peligrosa y antidemocrática presunción de que los más pobres solo eligen en función del “plan” que reciben. Las elecciones del 2021 no avalarían esta hipótesis, dado que el oficialismo obtuvo resultados malos incluso en distritos donde la penetración de los planes sociales, empleo público y clientelismo es muy elevada. Elisa Carrió lo definió tras los comicios: “No vamos a ser Venezuela. Lo más emocionante es la rebelión de los pobres”. Los más pobres serían los más beneficiados del voto directo de cargos públicos. Nadie más interesado que quien vive en un barrio inseguro que el comisario elegido para luchar contra la inseguridad sea una persona conocida por ellos, que la junta del colegio haga un buen uso de los recursos y mejore la educación. ¿Quién votaría en contra? Respecto a los planes podríamos pasar a un esquema de “cuerpos civiles” que contraten a los desempleados para realizar importantes trabajos para el desarrollo del país. Eso estimularía la cultura del trabajo, supondría un duro golpe al clientelismo y comenzaría a desarticular la cultura de la codependencia.

¿Qué hacer para aprobar grandes reformas? ¿Reformas estructurales que necesita Argentina y pueden ser bloqueadas por la casta política y los sindicatos, aun cuando cuenten con el apoyo de la mayoría de la población? Una modificación en la ley que regula las consultas populares y referéndums puede ser la clave para avanzar con reformas que cuenten con un importante apoyo popular. Tenemos el antecedente de la consulta popular no vinculante que convocó Ricardo Alfonsín en 1984 para superar la oposición del Congreso –controlado por los peronistas– al acuerdo de paz con Chile. La sociedad civil empoderada, informada y utilizando los mecanismos de la democracia semidirecta contemplados en nuestra Constitución podría ser parte central de una nueva y próspera etapa de nuestro país.

EL SEGUNDO EJE ES EL GOBIERNO. Todo Estado es un reflejo de su sociedad, por lo cual, sin las reformas y los mecanismos del primer eje (el pueblo), no podemos esperar grandes cambios en el leviatán gubernamental. La cuestión es cómo transformar un aparato estatal clientelista en uno focalizado en brindar servicios públicos de calidad. Para reformar este monstruo hace falta mucho apoyo político, así como una sociedad civil fuerte y movilizada.

Creo en un gobierno descentralizado, basado en la tecnología, en los datos, donde el gasto sea controlado y esté cerca del ciudadano, y con un bajo nivel de esta

tismo. El gasto público es la herramienta para garantizar la meritocracia mediante el acceso a un buen nivel de educación, seguridad, justicia, salud, vivienda, una sólida red de seguridad social y sentar las bases para la prosperidad económica. El leviatán estatal en nuestro país es defectuoso desde todo punto de vista. Funciona sobre un sistema impositivo “regresivo” que recauda principalmente de impuestos al consumo y al trabajo, y un gasto público que también es “regresivo” porque no vuelve al ciudadano, sino que beneficia a ciertos grupos amparados bajo la estructura clientelista. Hoy tenemos 1,5 millones de empleados públicos más de los que necesitamos, nos cuestan un 5 % del PBI, gastamos otros 4% puntos del PBI en subsidios a la energía, gas, agua y transporte. Muchos de estos subsidios terminan en ciudadanos de altos ingresos. Gastamos el 3 % del PBI en planes sociales, 2,5 % del PBI en exenciones impositivas para sectores elegidos desde el poder político, se podrían recortar 2 % del PBI en regímenes especiales de pensiones y pensiones de invalidez mal otorgadas, 1 % del PBI en déficit de las empresas públicas, y otro tanto en estructura política sobredimensionada, obra pública con sobreprecios y compras innecesarias. La propuesta es devolver el gasto público ciudadano. Con este ahorro podríamos reducir fuertemente los impuestos al consumo y al trabajo. También convertir el déficit fiscal en equilibrio fiscal, y aún quedaría dinero para eliminar los impuestos a las importaciones y exportaciones, así como para financiar el reemplazo de los planes sociales por los cuerpos civiles. La reducción de los subsidios al agua, la luz, el gas y el transporte sería compensada con la baja de impuestos y otras medidas que incrementarían los salarios y el poder de compra. Por otro lado, eliminando regulaciones absurdas se podrían ahorrar varios puntos del PBI en gastos a las empresas y familias. ¿Qué hay de la salud y la educación? Propongo escuelas chárter que son manejadas por privados –sin fines de lucro– pero financiadas por el gobierno con relación a la cantidad de alumnos.

Han demostrado mejor “performance” académica y mejores tasas de ingreso a la universidad. En los Estados Unidos, donde tienen un desarrollo significativo, la modalidad demuestra que otorgan un nivel de educación superior. Respecto a la salud, crear una obra social que cubra al total de la población aumentando las opciones de atención y la calidad del servicio, mediante la incorporación de nuevos prestadores privados a la oferta de los hospitales públicos. (…)

La visión es la de un gobierno accesible, moderno, eficiente y en movimiento. Veremos más adelante las modificaciones que necesita el régimen de coparticipación federal para poder llevar adelante estas reformas a nivel provincial y municipal, donde se encuentra una porción significativa de la ineficiencia y del despilfarro público.

EL TERCER EJE ES LA ECONOMÍA. Es decir, la necesidad de alcanzar consensos económicos básicos para volver a tener una economía de mercado propia de una democracia liberal que aspira a elevados niveles de vida. Esto requiere estabilidad monetaria, generar empleo, aumentar nuestras exportaciones y liberar el potencial de nuestra “Nación Startup” que tiene un contexto global inigualable. Sin solucionar el segundo eje (el gobierno), no podemos alcanzar soluciones permanentes en el tercer eje, porque los problemas de nuestra macroeconomía provienen del Estado. La raíz de la inflación y la falta de crecimiento de Argentina nace en el déficit fiscal, una economía cerrada al mundo, brecha cambiaria, excesivas regulaciones y una presión impositiva récord. Con la reforma del Estado se lograría eliminar el déficit fiscal, y esto nos otorgaría la imprescindible sustentabilidad macroeconómica. Como explicaré más adelante, necesitamos un régimen monetario como fue la Caja de Conversión que existió en nuestro país hasta la creación del Banco Central en 1935. Esto permitiría un régimen de convertibilidad con cierta flexibilidad frente a cambios abruptos en las condiciones internacionales. Un esquema de estas características es la única forma de desindexar la economía, generar crédito, aumentar la inversión y bajar la inflación. Los argentinos no confiamos en el peso y debemos aceptar que somos un país que no tiene la madurez económica e institucional para tener un Banco Central como tienen otros países.

Argentina necesita pasar de un modelo de “sustitución de importaciones”, imperante desde la década de 1940, a uno de estímulo a las exportaciones como supo tener en sus mejores años. El contexto global nos pone frente a una fenomenal oportunidad de incrementar en el corto plazo nuestras exportaciones de alimentos, petróleo, gas, minería y software. Con un tipo de cambio libre, crédito, menores impuestos, acuerdos de libre comercio, seguridad jurídica e infraestructura podríamos aumentar nuestras exportaciones desde los US$ 78.000 millones del 2021 a entre US$ 150.000 y US$ 200.000 millones en una década. Esto nos otorgaría los dólares que necesitamos para tener una moneda estable y una economía sólida y abierta al mundo.

Otro tema central relacionado con el futuro de nuestra economía es la ecología. Sí, la ecología. En un mundo que se encamina a la aplicación generalizada del impuesto al carbono y a las importaciones de productos con alto componentes de CO2, Argentina ya no puede elegir entre ser un país sustentable o no. Está obligada por su economía a serlo. Se acabó el paradigma “la economía o la ecología”, ahora es “sin ecología no habrá economía”. Argentina se encuentra entre los países con mayor potencial para insertarse en una economía libre de carbono y sustentable. Tenemos la capacidad para ser un líder global en esta materia. Su implementación es una cuestión moral y económica.

EL CUARTO EJE SON LAS METANECESIDADES. Son nuestras necesidades humanas más profundas y cómo impactan todas estas políticas sobre ellas. Comprenderlas es la base para trabajar de forma efectiva sobre las comunidades más postergadas de nuestro país. Al mismo tiempo hablaré sobre la necesidad de descentralización para

Hoy tenemos 1,5 millones de empleados públicos más de los que necesitamos, nos cuestan un 5 % del PBI.

recuperar la verdadera libertad y superar la resistencia de ciertos grupos que ponen sus intereses por sobre los de la nación. Allí donde haya reformas habrá resistencia. ¿Cómo se pondrían los Baradel, los Moyano u otros líderes sindicales si vieran amenazados sus privilegios? ¿Qué harían los senadores y diputados que responden a gobernadores autoimpuestos gracias al dinero del Estado, como Gildo Insfrán o Manzur? No se van a quedar de brazos cruzados, pelearán con paros, cortes, extorsiones, jueces amigos y todos los recursos a su alcance. Frente a la resistencia de estos grupos se impone la necesidad de cambiar el eje de la inevitable confrontación desde un enfoque corporativista-colectivista, por uno de autonomía y descentralización como modo de superar estas resistencias.

Los cuatro ejes están encadenados. Sin El Pueblo no se pude reformar El Gobierno. Sin El Gobierno no se podría normalizar La Economía. Sin la reforma de nuestro sistema electoral, sin eliminar las listas sábana, sin políticos con la valentía de llamar a consultas populares para reformas importantes nunca podremos reformar el Estado y su vínculo con los ciudadanos. Las preguntas que nos debemos hacer los argentinos son: ¿Somos conscientes de que por cada empleo público que reduzcamos podemos generar varios empleos privados bien pagos? ¿Permitiremos que para conservar el poder unos cuantos sindicalistas se resistan a aprobar una reforma laboral? ¿Que el Banco Central siga cooptado por el poder político imprimiendo impuesto inflacionario? ¿Seguiremos siendo un ecosistema cerrado en lugar de mirar al mundo? ¿Seguiremos trabajando para la casta política, en lugar de los políticos para los ciudadanos?

El principio rector de todos los ejes es la libertad y el desarrollo humano. Libertad de elegir nuestros representantes, libertad de elegir en qué gasta nuestro gobierno, libertad de comerciar libremente con el mundo, libertad para poder trabajar sin que el Estado nos asfixie, libertad para poder elegir nuestra educación, nuestra salud y quién nos cuida. Los más pobres son los que más sufren la falta de libertad y los que serían más beneficiados por el voto por distrito, por la elección directa de funcionarios públicos, por la baja de impuestos y los cuerpos civiles. Ellos son los que más viven oprimidos y condicionados por el Estado. Con una reforma del Estado y las medidas económicas adecuadas podríamos iniciar el camino para acabar de forma permanente con la inflación y los bajos salarios que son el principal problema de nuestro país. Si no hay déficit no habría emisión monetaria, que es el origen de la inflación.

Muchos precios caerían por la disminución de su componente impositivo. Abriendo las importaciones bajarían los precios de computadoras, celulares, autos y otros insumos y productos de consumo. Desregulando y desburocratizando la economía dejaríamos de hacer trámites que nos cuestan dinero, tiempo y largas colas en oficinas públicas. Además, con menos inflación veríamos un boom crediticio y de inversión. La inflación es un fenómeno amplio que se ataca no solo desde lo monetario, también desde la confianza y la apertura económica. Cuando el futuro nos habla de “Gobierno Inteligente”, nosotros abrazamos el reino del papel y del empleo público. Cuando el mundo se financia a tasas bajas, nosotros pagamos un 20 % de interés por nuestra deuda. Cuando Latinoamérica cada vez exporta más mediante acuerdos de libre comercio, nosotros nos cerramos. Cuando el mundo se prepara para los vehículos autónomos, nosotros no podemos siquiera construir trenes de carga. Cuando el mundo acabó con la inflación, nosotros tenemos dos dígitos hace 20 años. Cuando el mundo condena las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua, nosotros las apoyamos. Es hora del sentido común, hora de poner a Argentina de pie.

* Escritor y asesor financiero. Autor de “La Rebelión de los Pandemials: Los Ciclos Humanos y la Década de las Turbulencias” (Editores Argentinos). Su último libro es “Argentina hiperacelerada. No somos el mejor país del mundo, pero podemos volver a serlo” (Planeta).

La inflación es un fenómeno amplio, que se ataca también desde la confianza y la apertura económica.

SUMARIO

es-ar

2022-10-01T07:00:00.0000000Z

2022-10-01T07:00:00.0000000Z

https://kioscoperfil.pressreader.com/article/282114935455658

Editorial Perfil