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Los K en un mundo cada vez más inhóspito 18

A los K les encantaría aliarse con autocracias peligrosas pero que no lo hacen por miedo a las repercusiones. Por James Neilson.

Además de desatar una guerra bien caliente en Europa, Vladimir Putin ha hecho mucho más explícita la guerra fría que ya estaban librando las democracias encabezadas por Estados Unidos contra una banda heterogénea de autocracias como Rusia, China, Corea del Norte e Irán. Para el gobierno kirchnerista, el cambio de clima resultante ha sido una noticia muy mala. Es como si el mundo desarrollado hubiera hecho suyas las banderas de la oposición “derechista” local. Sucede que, al sentirse obligadas a llamar la atención a lo que las hace superiores a sus enemigos, las potencias occidentales se han puesto a subrayar con mayor énfasis que ante la necesidad de defender la independencia del Poder Judicial y, desde luego, de intensificar la lucha contra la corrupción que, entre otras cosas, facilita las actividades de narcotraficantes y otros maleantes vinculados con el crimen organizado.

Así

pues, a partir del inicio de la invasión de Ucrania, los líderes de los países más prósperos del mundo están juzgando la conducta de otros con más rigor. Quieren saber si merecen verse incluidos en la alianza democrática, lo que en muchos casos los obligaría a mejorar la calidad institucional en sus países, o si serán proclives a hacer causa común con las autocracias. Para uno como la Argentina que en cualquier momento podría sufrir un colapso económico catastrófico, ser considerado un enemigo del mundo rico no podría sino tener consecuencias sumamente negativas ya que lo privaría del acceso a los recursos financieros que necesita.

Para aquellos que cuestionan las credenciales democráticas del gobierno nacional, la voluntad de Alberto Fernández de solidarizarse con Nicolás Maduro hace sospechar que a los kirchneristas les encantaría aliarse formalmente con Irán y otras autocracias peligrosas pero que no lo hacen por miedo a las repercusiones. No han olvidado que, en vísperas del inicio de la invasión de Ucrania, Alberto sugirió a Putin que sería genial que la Argentina sirviera como “la puerta de entrada de Rusia a América latina”, una oferta que en aquel entonces los más caritativos atribuyeron a su ignorancia supina de las realidades internacionales porque ya sonaban los tambores de guerra.

Habrán

acertado quienes pensaban así, pero no sólo se trataba del escaso interés de los personajes que lo aconsejaban en lo que estaba ocurriendo en otras latitudes y su propensión a buscar pretextos para respaldar a quienes se rebelan contra el statu quo internacional. También lo es de una brecha mental insalvable. Parecería que a los kirchneristas les es tan difícil entender a los norteamericanos y europeos como a éstos les es ubicar en el tablero ideológico al peronismo y, más aún, a la variante del credo que han improvisado Cristina y sus secuaces. ¿Es de izquierda, de derecha, o es que ocupa un lugar que los expertos en geometría política aún no han detectado?

No

ayudó a aclarar nada lo sucedido hace poco en Ginebra, donde el secretario de Derechos Humanos del gobierno, Horacio Pietragalla, intentó convencer a los integrantes del Consejo de Derechos Humanos de la ONU que Cristina y la jujeña Milagro Sala eran víctimas de una tiranía judicial. Después de superar la sorpresa que a buen seguro les motivó el espectáculo montado por un funcionario que buscaba la condena de su propio país por pisotear los derechos humanos de su habitante más poderoso y, según algunos, más adinerado, los representantes del organismo se limitaron a pedir que aquí se respete “la plena independencia del Poder Judicial y de los fiscales”, dando a entender así que el gobierno no lo hiciera. Parecería que no se sentían impresionados por la lógica kirchnerista, según la cual los derechos humanos de las personas dependen por completo de sus actitudes políticas, y que por tal razón hay que tratar como “lawfare” a los procesos contra la vicepresidenta y la jefa de la Túpac Amaru. Productos arrogantes de una cultura eurocéntrica, los reunidos en Ginebra no entendían lo del “lawfare” y, para más señas, creían que ciertas reglas básicas deberían considerarse universales.

Muchos

integrantes de la clase política son de instintos aislacionistas; quisieran mantenerse equidistantes de Putin y Joe Biden, el dictador chino Xi Jinping, los rabiosos teócratas iraníes y los dirigentes grisáceos de la Unión Europea. Creen que en un mundo multilateral, la neutralidad es una opción que podría resultar ventajosa. Así y todo, convendría que el gobierno actual, y su sucesor, procedieran con mucha cautela, ya que en el exterior abundan quienes prefieren las definiciones claras a la ambigüedad estratégica. De continuar proliferando señales de que el gobierno actual - el que, a pesar de su desempeño a menudo grotesco, ha conservado un nivel notable de apoyo político -, es en el fondo de vocación autoritaria, razón por la que Alberto se siente más afín a sujetos como el venezolano Maduro, el nicaragüense Daniel Ortega y, huelga decirlo, el cubano Miguel Díaz-Canel, que a demócratas acreditados como el uruguayo Luis Lacalle Pou y el chileno Gabriel Boric, Estados Unidos, la Unión Europea y el Japón podrían llegar a la conclusión de que sería mejor dejar que la Argentina se cocine en su propia salsa. Desde el punto de vista de los preocupados por la reputación internacional del país, la improvisada cumbre de la Celac, en que el presidente argentino procuró reivindicar la legitimidad democrática de los últimos dictadores de la región, fue un desastre.

De todos modos, aunque Alberto quiso que su “amigo” Luiz Inácio “Lula” da Silva figurara como un miembro pleno del club de los dictadores y sus partidarios, el brasileño logró esquivar la trampa que le tendió y, luego de negarse a ir al Senado para una charla y foto con Cristina, mientras estaba de paso en Uruguay no vaciló en visitar la chacra en Rincón del Cerro del ex pre

sidente José Mujica, lo que pudo interpretarse como un mensaje diplomático bien claro. Por razones que son comprensibles, Lula y los diplomáticos que lo cuidan se resisten a permitir que los kirchneristas lo erijan en líder de una liga de autoritarios latinoamericanos que incluye a impresentables como Maduro y Ortega.

Para

hacer todavía más inquietante el panorama que enfrentan los kirchneristas, los norteamericanos y europeos, sobre todo los alemanes, están ma n i fest a ndo con frecuencia creciente su negativa a tolerar la corrupción rampante que persiste en países que a su juicio se encuentran en la esfera de influencia occidental. Lo mismo que el respeto por la autonomía del Poder Judicial, es algo que los diferencia de las autocracias. He aquí la razón por la que el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, a pesar de estar en medio de una guerra feroz en que corre peligro la supervivencia de su país, no ha vacilado en despedir a miembros destacados de su gobierno que habían sido acusados de enriquecerse a costa de sus compatriotas con métodos ilegales. A pesar de que la situación en que se encuentra la Argentina no puede compararse con la de Ucrania, sobran los políticos que no quieren que un eventual mandatario emulara a Zelensky en la lucha contra la corrupción por miedo a encontrarse entre los sancionados.

Hay

indicios de que los costos de tolerar el mal, tratándolo como si fuera un asunto interno de escasa importancia, continuarán aumentando. La administración de Biden acaba de poner en una lista negra de personajes corruptos que no podrán entrar en Estados Unidos a ex presidentes de Paraguay y Panamá. ¿Tendrá Cristina un lugar en la lista? Algunos legisladores influyentes de Estados Unidos ya han pedido que la señora sea incluida en la nómina de cleptócratas que correrían el riesgo de quedar detenidos si se les ocurriera procurar visitar Las Vegas, Miami, Nueva York o Disneylandia. Hasta ahora, el gobierno de Biden ha preferido no hacerlo, pero se trata de una alternativa ominosa que en adelante Cristina y sus seguidores tendrán que tomar en cuenta.

Sea como fuere, no cabe duda de que la ofensiva del kirchnerismo más duro contra la Justicia ya ha perjudicado enormemente al país al asustar a todos los hombres de negocios con la eventual excepción de “los expertos en mercados regulados”. Por motivos nada misteriosos, los tentados a arriesgarse invirtiendo quieren asegurarse que, de producirse conflictos, sean respetados sus derechos legales, lo que no suele suceder en países en que es normal que todo se subordine a los intereses políticos o económicos de individuos determinados de principios flexibles.

Puesto que, para superar a los muchos desafíos que le aguardan en los meses y años venideros la Argentina necesitará conseguir inversiones abultadas, la mera existencia de un sector político poderoso que está en contra del capitalismo liberal propio del mundo desarrollado y, con variantes autoritarias, de China, es motivo de preocupación. Aún cuando, como parece probable, dicho sector sufra un revés en el corto plazo, podría fortalecerse mucho en el mediano al hacerse sentir el impacto social de los ajustes que, pase lo que pasare, el próximo gobierno tendrá que llevar a cabo. Así las cosas, a menos que un hipotético gobierno de Juntos por el Cambio comience su vida con el apoyo de una mayoría aplastante del electorado, no tendrá más éxito que el de Mauricio Macri cuando se trata de seducir a los grandes inversores, sean éstos argentinos o extranjeros.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

STAFF

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2023-02-04T08:00:00.0000000Z

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