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Guerra sin cuartel:

En medio de la guerra, hubo una reunión para apaciguar que no dio resultados. Operaciones cruzadas y la trastienda de la llegada de la “mesa política”. Cónclave de Massa, Kicillof y Máximo.

JUAN LUIS GONZÁLEZ jlgonzalez@perfil.com @juanelegonzalez

el Gobierno, a meses de las elecciones, entró en un espiral de pelea interminable. La llamada de Alberto y las dudas de Cristina. Massa, entre la espada y la pared.

Cristina

Kirchner y Alberto están charlando en el Parque Municipal Néstor Kirchner, en Merlo. Hablan, planean estrategias, cambian ideas sobre los discursos de cada uno, y se ríen. La están pasando bien, y el futuro parece más que prometedor.

Desde aquel momento, el 25 de mayo del 2019, pasó de todo. Ahora ambos ni se dirigen la palabra y el Gobierno al que llegaron está fracturado y envuelto en una crisis política y económica. El cónclave que tuvieron Eduardo de Pedro, Sergio Massa, Axel Kicillof, intendentes bonaerenses y ministros nacionales en el mismo parque en el que cuatro años atrás se presentó en público la fórmula que luego sería ganadora es una prueba irrefutable. La reunión, en las últimas horas del martes 31, se daba luego de una semana de escalada máxima dentro del Frente de Todos, días en que “Wado” trató

a Alberto de “no tener códigos”, se autopostuló como candidato, y recibió durísimas respuestas desde el albertismo. Esa cumbre, que se siguió con mucha atención -empezando por el Presidente y la Vice-, dejó al espacio en estado de shock y en plena incertidumbre. Faltan menos de cinco meses para el cierre de listas y, a contramano del primer acto en Merlo, el futuro parece oscuro e incierto.

PONCIO PILATOS. La cumbre en Merlo estuvo atravesada por varias operaciones políticas y mediáticas. Hay que entender el clima en el que se llegaba a la reunión. Más allá de los últimos cruces, que en un punto son anécdoticos, hay una capa tectónica que está empezando a sacudir los cimientos del espacio, y que está íntimamente ligada con la cercanía de las elecciones pero también con el cansancio acumulado luego de años de peleas y de la gestión. Es que ahora, en un momento en donde los integrantes del Gobierno están hartos uno del otro, ya nadie guarda las formas. El ministro del Interior le tiró con un cañón al Presidente, y lo hizo a través de una gacetilla que envió su gente a varios medios, un método bastante peculiar que deja en evidencia que a nadie ya le importa tapar las huellas. Tolosa Paz y Aníbal Fernández, compañeros de Gabinete, le contestaron con aún más dureza y, sin eufemismos, lo invitaron a retirarse del Gobierno si está en desacuerdo con Alberto. Luego se sumaron Andrés Larroque y Máximo Kirchner, con más críticas a Alberto en dos reportajes. Y esto es apenas la punta del icerberg.

Atrás de las bambalinas, los cruces son más descarnados. Kicillof ya ni se muestra en público con el Presidente en los actos que hace el mandatario en la provincia que gobierna. Desde la Casa Rosada aseguran que siempre lo invitan, mientras que cerca del gobernador dicen que esas invitaciones llegan siempre sobre la hora, como cuando se le hace un convite a alguien pero sin intenciones reales de que este aparezca. Es una versión contra la otra, un modus operandi de puñaladas por la espalda que se hizo costumbre. La semana previa a la reunión en Merlo el kirchernismo había hecho correr la versión de que el albertismo le había llenado de actividades la agenda a Lula para que no se diera el cruce entre el brasileño y Cristina, mientras que la otra parte de la grieta negaba esa versión y hacía correr por su cuenta que el mandatario vecino apoya a Alberto para la reelección. ¿Quién dice la verdad y quién miente? ¿O son todas medias verdades?

FRÁGIL. Este escenario se volvió a repetir en Merlo, pero de una manera mucho más descarnada. El martes a la mañana, Alberto Fernández levantó el teléfono para pedirle un favor especial a su ministra de Desarrollo Social. Quería encomendarle que vaya en “su representación” a la cita de la noche, como un modo de apaciguar el incendio que se había levantado. El mandatario era consciente de que la presencia en conjunto de Massa con Larroque y Máximo, sus dos grandes detractores, y de Wado y Kicillof, con los que tiene una rela

ción congelada, iba a ser leída como un virtual lanzamiento de alguno de ellos, lo que de facto era darlo afuera de la carrera presidencial. Por eso le encomendó a Tolosa Paz, una de sus espadas mediáticas, que vaya, para marcar presencia pero también con la intención de poner la otra mejilla. Pero la ministra dijo tener otros planes armados de antemano y evitó el convite, lo que seguramente fue una suerte para todos: los que la conocen dicen que rarísima vez se guarda lo que piensa, y que a De Pedro lo tiene entre ceja y ceja.

Con el diario del lunes, fue una decisión acertada. Por que lo que se planteó al principio como una manera de apaciguar la interna y mostrar una foto de unidad, se convirtió luego en un complot más que volvió a encender las furias. El kirchnerismo hizo circular la idea de que el Presidente ni siquiera había sido invitado, con la expresa idea de ridiculizarlo en público. Desde la Rosada muestran como prueba de que eso no fue así el hecho de que Alberto monitoreó la reunión y, a pesar de que Tolosa Paz no terminó yendo, envío a dos de sus ministros (el de Hábitat, Santiago Maggiotti, y el de Obras Públicas, el albertista Gabriel Katopodis). “Esa es una vil operación más”, devolvieron cerca de Alberto, en otro capítulo de paciencia agotada.

Sin embargo, el debate sobre la invitación al Presidente fue el menor de los ecos que dejó el evento en Merlo.

El gran tema, también astutamente puesto a circular entre el círculo rojo, fue la idea de que la imagen de familia que dejó Merlo obligaba al Presidente a desistir en público de sus intenciones reeleccionistas y llamar a la tan mentada mesa política para decidir los pasos a seguir.

Lo que sucedió luego podría ser material de estudio para estudiantes de sociología o de ciencias políticas. Al día siguiente de la cumbre en Merlo, el miércoles 1, varios medios y comunidadores recogieron una idea que estaba circulando: que Alberto “había aceptado” resignar sus intenciones, y que finalmente había cedido a la presión e iba a llamar a esa asamblea para definir las candidaturas y la estrategia a seguir. So

bre eso se le consultó a la portavoz, Gabriela Cerruti, que confirmó que ese tema estaba en carpeta. Ahora, lo que nunca se aclaró desde la Rosada era que Alberto había aceptado esa idea hace rato. De hecho, este medio publicó que el Presidente tenía la idea de convocar a esa mesa en una edición de noviembre. No era como el kirchnerismo la imaginaba exactamente -Fernández aceptaba hacer una reunión en la que se definiera la estrategia, pero no la gobernabilidad, y además no ofrecía su renuncia a la candidatura como exigen desde el bando de enfrente-, pero lo notable es que sí se había tomado esa decisión hace rato.

No haber logrado comunicar -¿no se quiso o no se pudo?- esa decisión le significó al Presidente que hoy el círculo rojo lo vea más debilitado. Sintomático de un gobierno encerrado en un laberinto. De cualquier manera, el albertismo es tajante sobre el futuro del Presidente. “Si aparece alguno mejor él no va a tener ningún problema en bajarse, pero hasta entonces va a seguir en carrera”.

LA AVENIDA DEL MEDIO. Sobre Sergio Massa pesan varios fantasmas. Uno es su famosa impuntualidad. La reunión de Merlo no fue la excepción: los primeros intendentes llegaron a las 18.30, hora estipulada para el encuentro, y el ministro de Economía aterrizó pasadas las 21, casi cuando el asado estaba servido en la mesa. El hombre llegó acompañado de sus pares en el Gabinete, dio unas palabras luego de las que dio el intendente anfitrión Gustavo Menéndez -Massa no fue muy original y dijo que no era “momento de internismos” y pidió por la unidad-, y luego se quedó hasta muy tarde. De hecho, la docena de asistentes al Parque Néstor Kirchner se fueron, un rato después de las doce, y dejaron hablando a solas a Kicillof, Massa y Máximo. La charla de ese cónclave quedó guardado bajo siete llaves.

Sin embargo, lo que menos importó del encuentro fueron las palabras. Es que lo que más quedó de Merlo fue la gestualidad: un gobernador, La Cámpora y la mayoría de intendentes atrás de Massa. Ni hacía falta aclararlo, ya que todo daba la impresión de que el grueso del espacio estaba ahí apoyando la eventual candidatura del ministro. Es un convite complejo, del que Massa sale y entra según el momento.

De hecho, fue el propio massismo el que se encargó de bajar los humos luego de que se empezara a viralizar la foto de familia entre los celulares de los miembros del Gobierno. Desde la trinchera del ministro de Economía se empiezan a esbozar varios elementos por los cuales el no podría ser candidato, y que por lo tanto guiarse por la imagen es caer en una falacia de corto plazo. La tesis de que la familia no lo deja presentarse sigue firme, pero ahora también empiezan a aflorar varios elementos, a tono con la realidad que muestra que la inflación no está bajando como el tigrense esperaba. Dicen que para un ministro de Economía presentarse a una candidatura es casi imposible, porque para eso debería o renunciar a su cargo -lo que de facto sacudiría para mal a la economía- o seguir y someterse a que un golpe de mercado complique a la realidad y por lo tanto a la candidatura. Además muestran a la historia como prueba: dicen que ninguno de los antecesores de Massa en ese cargo que se haya postulado a Presidente tuvo buen destino. ¿Será todo un señuelo? Es difícil de saberlo en este gobierno de guerra sin cuartel. ●

Si hay falta de códigos en todo caso es de quiénes son parte de un Gobierno y critican al Gobierno. Quienes están dentro del Gobierno y critican como si estuvieran afuera, hay que definirse. O estás adentro o afuera

“SI APARECE UNO MEJOR SE VA A BAJAR, PERO HASTA ENTONCES SIGUE EN CARRERA”, DICEN CERCA DE ALBERTO.

SUMARIO

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2023-02-04T08:00:00.0000000Z

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