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Sultanización avanza: el triunfo de Recep Erdogán fue un paso más de Turquía hacia el eje de autocracias que

El triunfo de Recep Erdogán fue un paso más de Turquía hacia el eje de autocracias que se va conformando en el Este.

* PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universidad Empresarial Siglo 21.

La sultanización de Turquía continúa. La república moderna y europea que creó Ataturk seguirá mutando hacia una fisonomía otomana y la frontera oriental de la OTAN se volverá más difusa. En el proceso electoral, el conservadurismo religioso que domina el país rural, venció al espíritu cosmopolita y liberal-demócrata de las grandes ciudades, como Estambul.

En las urnas turcas no sólo se jugó el futuro del país; también se jugó el equilibro de fuerzas entre los dos bloques que están dividiendo el mundo con una polarización peligrosa. En esas urnas se jugaba la disposición de las fichas en el tablero del Oriente Medio y Asia Central, pero también en el tablero global. Lo describió con contundencia The Economist, considerándola “la elección más importante del mundo” que habrá en el 2023. Y al resultado no lo festejaron los países que flanquean el Atlántico Norte. Los brindis ocurrieron en el Kremlin y en Zhongnanhai, el complejo de palacios donde habita el poder en China.

El sultánico Erdogán rescató su poder de entre los escombros de ciudades y aldeas donde el último terremoto mostró la ineficiencia y la corrupción del gobierno que él encabeza desde hace dos décadas. Parecía imposible que su liderazgo sobreviviera a la inflación que volvió inalcanzables y remotas las metas económicas que había prometido el presidente. Los planetas se alineaban para que, esta vez, pueda imponerse ese eterno perdedor llamado Kemal Kilicdaroglu. La ecuación compuesta por inflación, ineficiencia y corrupción tendría como resultado la victoria de la decencia y el espíritu democrático y secular que expresa el viejo líder socialdemócrata.

Pero no fue eso lo que ocurrió. Inclinando con descaro la cancha a su favor, Erdogán volvió a salirse con la suya y Turquía dio un paso más en dirección opuesta a Europa. Un paso más hacia la vereda en la que están la Rusia de Vladimir Putin, la China de Xi Jinping y el Irán de los ayatolas.

El frente oriental de la alianza atlántica seguirá disolviéndose porque el nacionalismo religioso de Erdogán y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha enterrado aún más el secularismo proeuropeo de los ataturkistas.

El presidente no ahorró malas artes para esta nueva victoria. En la primera vuelta y también en el ballotage, el dominio del AKP sobre el consejo electoral se dejó ver, anulando mesas electorales con precisión quirúrgica para restarle votos válidos a la coalición democrática.

Con desenfreno demagógico, el gobierno aumentó salarios, repartió dinero contante y sonante, redujo la edad jubilatoria y suspendió las tarifas de gas y electricidad durante meses. Al mismo tiempo, como siempre, monopolizó la difusión en los medios, volviendo casi inexistentes las apariciones de Kilicdaroglu y de sus avisos electorales.

La asimetría que impuso el gobierno anuló la posibilidad

de competencia equitativa. Y si algo fallaba, debido a la crisis económica con desborde inflacionario, al Estado inútil que dejó a la vista el terremoto y a la corrupción en gran escala, al presidente le quedaba el fraude como último recurso.

El juego sucio incluyó el odio étnico, del que una vez más fueron blanco los kurdos y ahora se ensañó también con los alevíes, la minoría a la que pertenece Kilicdaroglu.Levantar la vieja bandera turánica estableció el puente por el que cruzaron hacia Erdogán los votos que, en la primera vuelta, obtuvo Sin anOgan, el candidato de Alianza Ancestral. Esa coalición ultra nacionalista reivindica el turanismo, la ideología que abrazan los nostálgicos del Imperio Otomano y los extremistas más violentos, como la organización Lobos Grises.

Sinan Ogan hizo campaña prometiendo proscribir al Partido Democrático de los Pueblos (HDP), que representa a las minorías étnicas y en especial a los kurdos, por considerarlo una máscara del separatismo violento que encabeza el PKK.

Para compensar el apoyo de Ogan a Erdogán en el ballotage, Kilicdaroglu recurrió a la oscura demagogia de prometer la expulsión de diez millones de refugiados sirios. Pero no podía prescindir del apoyo del HDP.

Finalmente, triunfó la discriminación a los kurdos y a los alevíes. Esa rama mística del chiismo que, como los alauitas sirios, es considerada una herejía por el salafismo sunita y fue demonizada por Erdogán desde que comenzó la campaña electoral. Pero los ataques a la etnia aleví, de fuerte presencia en el sur y el este de Anatolia, llevan mucho tiempo. De hecho, en el 2016 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos acusó al gobierno turco de discriminar a los alevíes.

Erdogán se impuso y la deriva autoritaria continuará su curso, alejando a Turquía del rumbo que le dio Atatürk. Con muchos vicios autoritarios y niveles de corrupción siempre superiores a los europeos, la Turquía ataturkista atravesó la Guerra Fría contando con el apoyo y la confianza de las potencias occidentales.

Ese país claramente anclado en la OTAN, tuvo sólo dos sorpresas en más de medio siglo: el gobierno que encabezó la economista Tansu Ciller, por ser mujer, y el gobierno que encabezó el Necmettin Erbakan, por haber sido el único primer ministro de un partido islamista, hasta que aparecieron Abdulá Gül y Recep Tayyip Erdogán.

El siglo 21 comenzó con la llegada al poder del AKP, de carácter religioso, aunque tranquilizaba a los socios occidentales diciendo que no acabaría con el estado secular porque era la versión turca de los partidos Demócrata Cristianos en Europa y Latinoamérica.

Gül y Erdogán eran dos economistas pragmáticos que se habían destacado gobernando Estambul. Abdulá Gül siguió siendo un moderado como primer ministro y luego como presidente. Pero desde el cargo de jefe de gobierno, Erdogán mostró desde un principio una voluntad de poder personalista y hegemónico. Y desde su segundo mandato como presidente, comenzó are formar el sistema para reemplazar el parlamentarismo por unhíperpresidencialismo.

El levantamiento militar del 2016 le dio la oportunidad de lanzar una cacería de brujas y satanizar a críticos poderosos, como su antiguo mentor Fethulláh Gülen. También avanzó sobre derechos y garantías que el estado secular ataturkista defendía.

Así se puso en marcha lo que puede definirse como “sultanización”. Alejado del moderado Abdulá Gül, junto a quien logró en la primera década de este siglo una ola de inversiones y un descomunal crecimiento económico, el ex alcalde de Estambul se convirtió en un presidente sultánico que impulsó la re-islamización de la sociedad y el férreo control sobre la prensa, los sindicatos y la oposición, además de arrastrar a Turquía hacia el bloque del Este.

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2023-06-03T07:00:00.0000000Z

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