Kiosco Perfil

El movimiento estudiantil en los '70:

La efervescencia política de la universidad de 1973 iba a chocar, tras la muerte de Perón, con la gestión de Oscar Ivanissevich en Educación. Ese fue el inicio de una época oscura para la UBA, que aún hoy sufre sus consecuencias.

Por JUAN SEBASTIÁN CALIFA Y MARIANO MILLÁN*

la efervescencia política de la universidad de 1973 iba a chocar, tras la muerte de Perón, con la gestión de Oscar Ivanissevich en Educación. Ese fue el inicio de una época oscura para la UBA, que aún hoy sufre sus consecuencias. Por Juan Sebastián Califa y Mariano Millán.

Por estos días se cumplen 50 años de la asunción de Héctor Cámpora y del retorno del peronismo a la presidencia. El trienio conocido como tercer peronismo fue un período de álgidos y violentos enfrentamientos sociales, en un país previamente movilizado, en forma aguda desde fines de la década del ‘60 con revueltas como los Cordobazos, Tucumanazos o Rosariazos. Aquí comentamos los principales rasgos de la política universitaria y de la experiencia del movimiento estudiantil desde 1973, en la Universidad de Buenos Aires (UBA), detalladamente analizada por nosotros en el libro “Resistencia, rebelión y contrarrevolución” (Edhasa).

LA CONTIENDA POLÍTICA UNIVERSITARIA Y EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DE LA UBA EN 1973. La presidencia de Cámpora, quien asumió el 25 de mayo de 1973, fue brevísima y muchos procesos y tendencias de la vida universitaria y la disputa política en las facultades persistieron luego de su derrocamiento el 13 de julio, aunque es dable considerar que fueron las semanas más favorables para las fuerzas renovadoras durante el tercer peronismo. Desde el punto de vista institucional, las nuevas autoridades universitarias, generalmente apoyadas por las corrientes estudiantiles más numerosas, cesaron la represión contra el activismo. Se cancelaron las sanciones a alumnos y se consideraron a los centros y agrupaciones como actores legales y legítimos de la política universitaria. Esto se estaba dando parcialmente en algunas universidades después del Cordobazo de 1969 y especialmente a partir del Gran Acuerdo Nacional durante 1971, cuando una dictadura asediada por las revueltas buscaba abrir canales de diálogo con fuerzas moderadas para aislar a las fracciones radicalizadas de la masa descontenta. No obstante, el contexto del ‘73 era diferente. La militancia estudiantil consideraba el final del gobierno militar, las elecciones y la victoria del FREJULI como triunfos populares. La legalización formal, que se condecía con la realidad del activismo, se suponía como el prólogo de muchas transformaciones universitarias largamente reclamadas y

prefiguradas en años anteriores, como el ingreso irrestricto, las evaluaciones grupales, la enseñanza de tipo taller, la ruptura de relaciones con las multinacionales, la expulsión de profesores vinculados a la represión y/o al imperialismo, entre otras.

Para comprender ello es necesario tener en mente que la militancia estudiantil en el país poseía (y posee) una larguísima tradición, donde despuntaba la Reforma Universitaria de 1918. Esa militancia venía de un proceso de radicalización muy prolongado, que comenzó en la segunda mitad de los años ‘50 con la lucha conocida como “Laica o Libre” y alcanzó su apogeo entre 1969 y 1971 (en Tucumán hasta 1972) inscripta en dos tendencias globales: la diversidad de movimientos transformadores que alumbraron en los largos años sesenta y, en simultáneo, la agudización de la Guerra Fría en el continente luego de la Revolución Cubana.

En paralelo con la tradición de militancia estudiantil mencionada, desde principios de siglo XX existían corrientes católicas y nacionalistas que defendían las jerarquías en los claustros, con los profesores en la cúspide de un sistema “naturalmente no igualitario”, que denunciaban el vínculo entre Reforma y bolchevismo y que actuaron violentamente en consecuencia. Para los años ‘60 y ‘70 estas fuerzas encontraron cobijo fundamentalmente en la derecha peronista, ligada al poder sindical, policial y militar en varios puntos del país, y desde allí desplegaron su acciones parapoliciales, tanto antes como después del ‘73.

El escenario universitario de este año era verdaderamente peculiar. Se vivía un declive de la disposición al enfrentamiento del movimiento estudiantil. Los grupos que protagonizaron los conflictos de los años previos y se referenciaban en la Reforma Universitaria (los centros y federaciones en manos del reformismo y la izquierda marxista, el MOR comunista, el MNR socialista, la Franja Morada radical, los principales) depositaron expectativas de cambio por medio de la vía institucional bajo un nuevo gobierno democrático. Las agrupaciones de izquierda, desligadas de la identidad reformista universitaria —la más grande de ellas, el FAUDI, desprendimiento comunista entroncado en el PCR a esta altura maoísta— quedaron en minoría. Al mismo tiempo, por primera vez en la historia, una corriente oficialista como la JUP peronista, recientemente organizada tras la fusión de un archipiélago de grupos pequeños y de influencia universitaria moderada, adquirió gravitación en el movimiento estudiantil porteño, aunque su influencia fue bastante menor en las ciudades rebeldes como Córdoba, Rosario o Tucumán. La novel organización universitaria, afín a Montoneros, integraba una alianza con sectores antagónicos en el FREJULI (un mosaico polarizado entre la “Tendencia Revolucionaria del Peronismo y la Ortodoxia”) y un gobierno conducido por ese frente. La situación era sumamente tensa, como lo demuestra el hecho de que la conducción del movimiento se la disputaran con las armas en la mano. Pese a su trayectoria marginal, esta corriente conquistó rápidamente numerosos y relevantes cargos en las áreas educativa y universitaria. Bajo la sangrienta yuxtaposición de la interna partidaria y la Guerra Fría, afrontaba un doble debate estratégico: ¿para consumar la revolución hasta qué punto debía confrontar con Perón, sobre todo cuando éste expresaba de modo creciente desde el sillón presidencial, que volvió a ocupar el 12 de octubre de 1973, sus preferencias por la “Ortodoxia”? ¿Había que enfocarse en la lucha interna o construir un polo de izquierdas en la sociedad argentina con otro tipo de fuerzas?

La izquierda del peronismo reconoció muchos de los reclamos que había levantado el movimiento estudiantil durante largo tiempo, aunque a veces considerándolos como ideas propias y subordinando su conquista, incluso la movilización, a la designación de funcionarios afines. Esta orientación suscitaba debates, pues la JUP no era la única corriente estudiantil y su éxito o fracaso involucraba el de toda una generación que, hasta meses atrás, no cifraba esperanzas en los cuadros del Estado. De allí cuestionamientos como el de los trotskistas del PST: “¿Confiar en los funcionarios o en la lucha?”. Al mismo tiempo, en gran medida por la vieja disputa entre Reformismo y Peronismo entre 1943/6 y 1955, la JUP tuvo una relación crítica con muchas tradiciones del movimiento estudiantil, como la autonomía o los centros de estudiantes, rechazadas por principios, pero luego aceptadas precipitadamente dadas las ventajas políticas que le otorgaban en la coyuntura. Desde el punto de vista de las bases, para buena parte de los universitarios, 1973 representó una etapa de esperanza, de participación en la discusión sobre los planes de estudio y los objetivos de las carreras y de politización dentro de los marcos de los grandes partidos nacionales. Para otra, y también existen muchos testimonios y documentación, se la vivía como una etapa caótica, donde los conflictos trababan la actividad académica y las autoridades no garantizaban condiciones adecuadas para estudiar, como solía señalarse a propósito de las clases improvisadas en estacionamientos u otros lugares. En ese concierto la docencia era otro campo de batalla. Por un lado, existía una planta considerable de catedráticos con una extensa trayectoria en sus cátedras que, sobre todo en las facultades profesionalistas como Derecho, se encontraban ligados al poder económico y político del sistema bipartidista y se oponían a las transformaciones en boga. El movimiento estudiantil apelaba a ellos como “el continuismo”, heredero de la dictadura reciente, y a la postre resultaron un actor clave en el proceso de destrucción de la más soñada que real “Universidad Nacional y Popular de BuenosAires” (UNPBA). Por el otro, había una porción nada desdeñable de colegas que participaron de la radicalización de los años previos, muchos expulsados con la intervención golpista de 1966, cuyas relaciones con la JUP y la conducción universitaria experimentó fuertes vaivenes. En tercer término se sumaban los recién llegados, mayormente jóvenes auxiliares, que defendían la nueva orientación. Finalmente, si observamos el con

Para buena parte de los universitarios, 1973 representó una etapa de esperanza y de participación.

texto en la serie histórica local y transnacional, en 1973 nos encontramos en un momento bisagra: es el final de la estela de los ‘68 que sacudieron al mundo y son los albores del terrorismo de Estado, como lo atestiguan en el cono sur los golpes de Chile y Uruguay. En ese sentido, en las ciencias sociales sigue debatiéndose entre dos posturas. Una corriente sostiene que la experiencia universitaria de los primeros tiempos del tercer peronismo fue el intento de realización de muchas de las ideas de los años previos que resultó sepultado por la represión. Otra sugiere que la institucionalización y la convivencia con los grandes partidos nacionales, como el peronismo y el radicalismo, erosionó la influencia de las fuerzas más radicalizadas en el estudiantado y restó así claridad política para responder a la ofensiva derechista que nació del seno de esos mismos partidos.

DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL Y POPULAR DE BUENOS AIRES A LA MISIÓN IVANISSEVICH. Habitualmente se considera como el proyecto de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (UNPBA) al conjunto de iniciativas de transformación en las facultades impulsadas por sus autoridades y la militancia estudiantil de la izquierda del peronismo, sobre todo la JUP, con apoyo crítico pero real del comunismo y de una fracción del radicalismo (la Juventud Radical Revolucionaria, JRR), y con algunas expectativas iniciales por parte de la izquierda marxista.

Estas iniciativas recogían muchas de las ideas que habían emergido en las luchas universitarias argentinas de las dos décadas precedentes, que tenían similitudes con las de otros países latinoamericanos. La piedra basal se articulaba alrededor de los objetivos de la institución universitaria, que se fundaban en la caracterización de la Argentina como un país dependiente y/o semi-colonial que lograría su liberación nacional y social siempre y cuando rompiera las cadenas imperialistas. Para ello, la universidad debía cortar lazos con las multinacionales, con las potencias mundiales y sus fundaciones, aceptando recursos sólo cuando no existiera ningún tipo de condicionamiento para su utilización. Asimismo, la universidad debía abrirse al pueblo, con la eliminación de todo requisito para la inscripción excepto el diploma emitido por el secundario, con la apertura de oferta académica compatible con los horarios de la clase trabajadora y una política de becas. Las facultades debían estar libres de personal ligado al imperialismo, por lo cual debían cesar todos los profesores que trabajaran para los monopolios transnacionales o para el aparato represivo. Al mismo tiempo, debía cuestionarse la separación entre trabajo manual e intelectual, con la inclusión de prácticas laborales desde el comienzo, la adopción de formas pedagógicas menos teóricas y enfocadas en la práctica, la elaboración grupal y la complementación entre docencia y extensión. Las universidades debían ligarse así a los intereses nacionales y populares, produciendo conocimiento útil para los trabajadores y para el Estado argentino. Como premisa, era necesaria una amplia libertad militante. Estas ideas tuvieron intentos de puesta en práctica dispares según la facultad. En Arquitectura, Filosofía y Letras o Ciencias Exactas y Naturales fueron acogidas de buen grado por la docencia. En algunos casos hubo críticas por los modos en los cuales se pensaba alcanzar ciertos fines. En otros se precipitaron debates conceptuales. Por ejemplo, los comunistas cuestionaban la concepción nacionalista de la ciencia que defendían los peronistas y rescataban los enormes progresos que la humanidad había hecho gracias a la revolución científico-técnica. Cuando la situación política se volvió más desfavorable, fue discutido abiertamente el carácter doctrinario de ciertas actividades y contenidos. Asimismo, en otras facultades como Derecho o Ciencias Económicas, los cambios fueron más resistidos por los profesores. Algunos incluso denunciaron el carácter ideológico de las prácticas impulsadas y los criterios de favor político en las designaciones docentes. El gobierno nacional y el Ministerio de Educación fueron ambivalentes y en ocasiones hostiles con el proyecto de la UNPBA. En principio, nunca se otorgaron fondos extraordinarios para cumplir con los nuevos objetivos. Al mismo tiempo, el andamiaje institucional siempre fue precario y permaneció sujeto a los vaivenes de la interna del gobierno y del partido. El rector Rodolfo Puiggrós, emblema de la UNPBA, fue destituido a principios de octubre del ‘73 en circunstancias insólitas, el mismo día que apareció el tristemente célebre “Documento Reservado” que llamaba a la guerra contra la infiltración marxista. Renunció porque entendió que Perón, quien todavía no era presidente, se lo había solicitado, pero cuando se reunió con el caudillo fue informado de que no fue así, pese a lo cual no se lo restituyó en la rectoría. Puiggrós fue entonces reemplazado por el Secretario Académico Ernesto Villanueva, de manera provisoria, hasta la sanción de la nueva ley universitaria y la designación de Vicente Solano Lima en marzo de 1974. La nueva legislación universitaria que negociaron en el Congreso peronistas y radicales fue debatida en verano. A pesar de que el movimiento estudiantil había sido uno de los actores centrales en la lucha contra la dictadura, la frágil democracia prácticamente lo marginó de la gestación de dicha ley. El gobierno, con Perón ya muy enfrentado a la JUP, presentó un primer borrador donde no se reconocía el derecho de alumnos y docentes a elegir sus autoridades. La llamada “Ley Taiana”, producto de un acuerdo entre peronistas y radicales en el Congreso, reconoció finalmente varias demandas, aunque prohibió la práctica política en los claustros e indicó la difusa y arbitraria figura de la “subversión” como causal de intervención universitaria. Estos términos representaban una verdadera amenaza contra la militancia estudiantil y la UNPBA, sobre todo en el contexto de los golpes de Estado provinciales como los de Buenos Aires y Córdoba, del endurecimiento del Código Penal, de las modificaciones de la Ley de Asociaciones Profesionales en favor de las direcciones sindicales y contra los organismos de base, de la expulsión de los diputados de la “Tendencia” por Perón y de las reuniones públicas del

Muchos vivieron 1973 La inmoralidad de los como una etapa caótica, gobernantes difunde un donde ejemplo los conflictos que luego trababan reprimen la con actividad 80 car. académica.

presidente en la Quinta de Olivos con dirigentes juveniles de ultra-derecha. Durante los primeros meses de 1974 se realizaron algunas iniciativas para adecuar la UNPBA a la nueva ley, pero el contexto político nacional y universitario impuso obstáculos insalvables. A medida que se tensaba la relación entre Montoneros y Perón, en la JUP se producía la misma fractura que en la organización armada, con lo cual emergieron disidencias en la conducción universitaria y estudiantil. En segundo lugar, el ingreso récord de 1974 no fue recibido en condiciones adecuadas. Se estima que cerca de la mitad de los nuevos inscriptos abandonaron los estudios en pocas semanas. Asimismo, el encono del presidente envalentonó a las fuerzas derechistas, que ya tenían un nivel apreciable de actividad. Una recorrida por “El Caudillo”, revista de la derecha peronista fervientemente anticomunista, puede ilustrar ampliamente los hechos violentos y los términos de sus reivindicaciones. Finalmente, en varios casos las autoridades designadas intentaron poner en pie de igualdad “las violencias”, por ejemplo Solano Lima pidiendo a los estudiantes “ahorrar sangre de los argentinos”. La escena frente a la Casa Rosada el 1 de Mayo, cuando Perón elogió a la burocracia sindical y expulsó a Montoneros, resultó el punto de llegada de esos conflictos, a la vez que un nuevo impulso a las fuerzas reaccionarias. En la universidad las autoridades denunciaban las dificultades financieras, al tiempo que tomaban partido por una u otra fracción de la dirigencia peronista. Tras la muerte de Perón, su viuda ahora presidenta, “Isabelita”, reorganizó el gabinete y nombró a Oscar Ivanissevich ministro de Educación. En esos días comandos parapoliciales atentaron contra la casa de la decana de Filosofía y Letras Adriana Puiggrós, asesinaron al profesor Rodolfo Ortega Peña y a Pablo Laguzzi, hijo recién nacido del nuevo rector interino afín a la JUP. A su vez, en la Facultad de Derecho se anunció el pasaje a la clandestinidad de Montoneros, lo que comenzó una larga crisis con las corrientes estudiantiles más cercanas, como el comunismo y parte del radicalismo, que vieron convertir una asamblea en un acto partidario sin previo aviso. La Misión Ivanissevich, denominada de esta manera por sus contemporáneos, fue una cruzada represiva sin precedentes: se intervinieron universidades y facultades y fueron cesados más de 30.000 docentes y resultaron asesinados y/o desaparecidas más de 100 personas en el ámbito de la educación superior en situaciones ajenas a enfrentamientos.

Alberto Ottalagano, haciendo gala de su fascismo, fue nombrado al frente de la UBA, donde cerró varias facultades, anuló todas las modificaciones a los planes de estudio, estableció un régimen de celadores encuadrados en las patotas parapoliciales y persiguió a la militancia estudiantil. Había llegado el terrorismo de Estado, en el marco de un gobierno constitucional.

En el mundo estudiantil comenzaba a producirse un cuestionamiento hacia la JUP. Si meses atrás se defendía la política de cambios inaugurada en mayo de 1973, desde fines del ‘74 y comienzos del ‘75 se cuestionaba el sectarismo de Montoneros y su agrupación universitaria, llegando incluso a aplicar a esta corriente el rasero con que desde esta misma se había descalificado al ERP poco tiempo atrás: la violencia de la derecha encuentra su excusa en la violencia ultraizquierdista, ajena a las masas, se sentenciaba. Eran los embriones de la teoría de los dos demonios, que tanta difusión tuvo en los años ‘80.

EL TERRORISMO DE ESTADO CONTRA LA UNIVERSIDAD Y EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL. Las universidades fueron purgadas y disciplinadas de una manera muy estricta y sangrienta desde 1974 y con un rigor mucho mayor tras el golpe de Estado de 1976, procurando borrar todos los rastros del pasado inmediato, al cual las autoridades y la gran prensa se referían cínicamente como “de violencia”. Es sabido que la población universitaria está sobrerepresentada entre las personas desaparecidas por el ejercicio del terrorismo de Estado en Argentina. Este dato puede indicar dos cosas. Por un lado, que en las universidades se encontraban muchos de los sujetos apuntados como “enemigos de la nación” durante el tercer peronismo y la dictadura. Por otro, que una porción notable de la militancia y el activismo de las izquierdas marxistas y del peronismo habían pasado, no de modo inadvertido para sus vidas, por las facultades. Los cuadros civiles y militares de la burguesía argentina ejercieron el terrorismo de Estado, sobre todo a partir de la última dictadura, con el objetivo de reorganizar el país, en tal sentido perpetraron un genocidio “reorganizador”. Se propusieron destruir todas las tradiciones de lucha y, para ello, claro estaba, había que silenciar a sus portadores. Las universidades eran un ámbito que llevaba más de 60 años de conflictos, de emergencia de prácticas educativas e institucionales que interpelaban las jerarquías, que invitaban a los jóvenes a participar en la política, que abrían las bibliotecas al estudio y la reflexión sobre la realidad nacional e internacional y que habían sido uno de los terrenos más fértiles para las izquierdas en la sociedad argentina.

La reorganización conservadora del país requería, por lo tanto, terminar con ese espacio rebelde. Por ello se practicaron varios miles de secuestros y desapariciones, se apuntó a “redimensionar” el sistema mediante una baja sensible de la matrícula, a vigilar las aulas con una fuerte inserción de la inteligencia del Estado, a eliminar los contenidos “ideológicos” e inculcar al mismo tiempo los valores occidentales y cristianos y a terminar con el demos universitario, declarando ilegales las agrupaciones, centros y federaciones y suprimiendo los organismos de co-gobierno y la autonomía.

¿ARGENTINA A LA VANGUARDIA UNIVERSITARIA DE LA REGIÓN? El legado universitario de las dictaduras argentinas, especialmente de la última, es objeto en la actualidad de numerosas investigaciones. Existe una representación social muy extendida que considera a las facultades de nuestro país en los años ‘60 a la vanguardia en el continente latinoamericano. Tras el retorno democrático de 1983 se impuso hablar de una “época de oro” de la universidad argentina. En ese sentido, el autoritarismo

Las universidades La inmoralidad de los debían producir gobernantes difunde conocimiento un ejemplo que útil luego para los reprimen trabajadores con 80 y para car. el Estado argentino.

militar vino a pulverizar instituciones que podrían haber aportado elementos decisivos al desarrollo nacional. Como con muchas ideas que se hicieron sentido común, existen rasgos de la realidad que le dan verosimilitud y varios que la cuestionan. Durante la Guerra Fría Argentina gozó de uno de los sistemas universitarios más masivos e inclusivos de América Latina, ubicándose entre los complejos de investigación y divulgación científica más importantes de la región, configurando un ámbito fértil para la socialización política e intelectual de las juventudes y las izquierdas. Desde ese punto de vista podría connotarse tal experiencia “de vanguardia”. Pero también debe entenderse que ese sistema no era autárquico, sino que en las principales facultades de ciencias del país funcionaban nudos de redes transnacionales de conocimiento, donde participaban nativos, pero que aprendían, competían y colaboraban con foráneos. Esto era clarísimo en el aspecto de la investigación e incluso de la docencia, basta con ver las ediciones de EUDEBA o los debates suscitados alrededor de la cuestión del “cientificismo” y los fondos de las fundaciones de las multinacionales para la investigación.

Este carácter transnacional también era muy intenso en el terreno de la política, aunque desde allí la experiencia nacional ocupa un lugar diferente en la región. Hay que recordar que el comunismo constituyó en el largo plazo la primera minoría del movimiento estudiantil y sus redes tenían una escala global. En lo que respecta a movilización y politización, Argentina contaba con una tradición estudiantil más prolongada y su auge se extendió más que la media. Sin embargo, es discutible que en este aspecto nuestro país haya sido “de vanguardia”, porque aquí no se acuñó ninguna idea que fuera tomada por los demás o resultase particularmente exitosa.

¿QUÉ QUEDA HOY EN DÍA DE AQUELLAS INICIATIVAS E IDEAS DE UNIVERSIDAD? Tras medio siglo de la proclamación de la UNPBA entendemos que en el conjunto de la dirigencia universitaria quedan escasos elementos, especialmente en los partidos políticos que dirigen el Estado. Muchos protagonistas de aquellos años reivindican las ideas universitarias (reclamándolas como de su propiedad), aunque reniegan de las formas de ejercicio de la política que las acompañaban en los años ‘70. En su rol de funcionarios han hecho muy poco a lo largo de varias décadas en ese sentido. Incluso algunos han abrazado las ideas e instituciones que promovió el neoliberalismo, como la evaluación externa en la CONEAU, la investigación en organismos carentes del “demos” universitario como el CONICET, las pasantías o los acuerdos con empresas transnacionales. Esto, por cierto, no es una realidad original a la Argentina. Se ha jugado mucho con la nostalgia, sobre todo a fines del siglo XX y principios del XXI, cuando el movimiento estudiantil vivió un ciclo de alta combatividad. El único actor universitario donde estas ideas tienen o tuvieron recientemente alguna continuidad fue en la izquierda estudiantil, tanto la marxista como la autonomista, que confrontaron el ajuste menemista de los años ‘90 y los ‘2000 con la movilización y la acción directa, que se solidarizaron con el movimiento piquetero, con las fábricas recuperadas, con las luchas ambientales y luego también con las de las mujeres y las disidencias en lucha por sus derechos. Sin embargo, ese es un sector que retrocedió bastante en los últimos años, primero a expensas del kirchnerismo y recientemente por el avance más firme de Franja Morada. Sea como sea que se la juzgue desde el presente, esta realidad merece un tratamiento histórico y sociológico a la altura de su gran incidencia en el país. A eso hemos contribuido en “Resistencia, rebelión y contrarrevolución. El movimiento estudiantil de la UBA, 1966-1976”.

* Juan Sebastián Califa es SOCIÓLOGO, PROFESOR DE HISTORIA Social Moderna y Contemporánea e investigador del CONICET. Mariano Millán es SOCIÓLOGO Y PROFESOR de Teorías del Conflicto Social en la carrera de Sociología e investigador del CONICET. Su último libro publicado junto a Juan Sebastián Califa es “Resistencia, rebelión y contrarrevolución. El movimiento estudiantil de la UBA, 1966-1976” (Edhasa).

La Misión Ivanissevich fue una cruzada represiva La sin inmoralidad precedentes: de los fueron gobernantes cesados difunde más de un 30.000 ejemplo docentes. que luego reprimen con 80 car.

SUMARIO

es-ar

2023-06-03T07:00:00.0000000Z

2023-06-03T07:00:00.0000000Z

https://kioscoperfil.pressreader.com/article/282196540340350

Editorial Perfil