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ATACAMA MARES DE ARENA Y SAL

UN VIAJE A SAN PEDRO DE ATACAMA ES UNA EXPERIENCIA FUERTE. EL DESIERTO, LOS SALARES, LOS GÉISERES DEL TATIO Y LAS NOCHES DE CIELOS LÍMPIDOS LO ACREDITAN.

ADOLFO DÍAZ

Llegar al aeródromo de Calama, paso previo para un viaje de hora y media que nos va a llevar a San Pedro de Atacama, en el norte chileno, permite desde un principio experimentar sensaciones fuertes y diversas. Los tonos marrones del desierto de Atacama enmarcados por el cielo de un azul profundo en lo más alto y de un celeste intenso en la línea del horizonte, ya van anticipando lo que vendrá.

Pensar que se está a la misma latitud que Río de Janeiro, casi en el Trópico de Capricornio, desconcierta. El verde lujurioso brasileño comparado con la aridez extrema de Atacama, es un contraste demasiado fuerte. Las montañas que se divisan a la distancia, son parte de la Cordillera de los Andes, una de las responsables de esta aridez: actúan como una valla a las tormentas cargadas de humedad que se generan en la cuenca amazónica. Algunos de estos picos están coronados con nieves, que se transformarán en las aguas que permiten el milagro de la vida en el desierto más árido del planeta.

Tras unos kilómetros de marcha, se atraviesa la Cordillera de la Sal, un lugar donde alguna vez estuvo el mar. Esta extensa conformación de sal y arcilla fue modelada por el agua y el viento durante millones de años, hasta conferirle ese aspecto de superficie lunar o quizá marciana.

De pronto, una puñalada verde en medio de este mar de arena, nos anuncia la llegada a nuestro destino: el pueblo de San Pedro de Atacama. Al bajar del transporte, los 2.600 metros de altura se comienzan a sentir. La piel se reseca y el mínimo esfuerzo se traduce en respiración agitada y pulso acelerado. Hasta que el cuerpo se acostumbre, los movimientos tendrán que ser lentos y la hidratación permanente. La bienvenida en el hotel es con una especie de sangría fría con base en té de coca y frutas, indispensable para soportar el cambio brusco de altura.

San Pedro.

Para habituarse de a poco al clima y al lugar, quizá el mejor programa sea recorrer el pueblo. San Pedro de Atacama es una sucesión de casas bajas, la mayoría de adobe, rústico, con pintorescas calles angostas de tierra o empedrado, por donde circulan permanentemente turistas venidos de todas partes.

Hay zonas exclusivamente peatonales donde no pueden circular automóviles ni tan siquiera bicicletas, que quedan estacionadas fuera del perímetro. La calle más transitada es la Caracoles, donde es posible realizar todo tipo de actividades: contratar una excursión, cambiar dinero, acceder a cajero automático, o visitar restaurantes. La Plaza de Armas, es un rectángulo poblado de árboles, bajo los cuales se despliega durante el día un mercado. En este mercado y en la feria de artesanos que queda enfrente, se encuentran la mayoría de los puestos de venta callejeros.

Junto a la plaza, se destaca la iglesia, una construcción del siglo XVII, sencilla y encantadora, con paredes de adobe, pisos de madera y vigas de cardón. Fue recientemente restaurada y pintada de color tierra en lugar de su blanco anterior.

Por las noches, las calles de San Pedro se iluminan con las grandes farolas y es un ir y venir de turistas, que alternan en los bares y restaurantes que dan vida al pueblo. Algunos son pequeños salones en antiguas casas o patios internos con mesas bajo el cielo estrellado e iluminadas por las guirnaldas de luces de colores. Se sirven las comidas típicas de la zona del Altiplano, pero también una variada oferta de sushi, comidas vegetarianas, parrilladas o ceviches. Excursiones y aventuras.

Una vez aclimatado a la altura, el desafío del viajero aventurero está en disfrutar de todas las excursiones. La energía atacameña lo predispone a la acción. Todas las excursiones están pensadas para ocupar medio día y en la mayoría de los casos, son amenizadas con un desayuno o una picada en medio de la naturaleza. Se puede comenzar con un intenso, pero posible trekking a través del cañón formado por la erosión del río Puritama a través de miles de años y después de dos horas de caminata entre peñascos, tener la recompensa de un baño en sus aguas termales, una serie de ocho diferentes piscinas y cascadas naturales, con cálidas aguas ricas en minerales.

Ver el atardecer en el Salar de Atacama y avistar las tres variedades de flamencos que habitan las aguas de la laguna de Chaxa o madrugar mucho (se parte a las 5) para viajar hasta los 4.300 metros de altura y gozar del espectáculo único de los Géiseres del Tatio, enormes fuentes termales con chorros verticales de vapor, que a la salida del sol muestran su mayor efervescencia.

Es el tercer parque geotérmico más grande del mundo, con más de 80 bocas activas. En el lugar y a esa hora, en la superficie suele haber temperaturas de hasta –15º grados; el agua que sale de las bocas, a más de 80º, produce las nubes de vapor.

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2021-11-28T08:00:00.0000000Z

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