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Comunicación y nuevos desafíos

CAMILA FARíAS* Y ANABEL WAIGANDT**

Gobierno Abierto (GA) es un nuevo paradigma de gestión pública basado en la apertura, la transparencia, la participación ciudadana y la colaboración en el diseño e implementación de las políticas públicas. Aunque hace muchos años se habla de la necesidad de apertura de los gobiernos; fue en 2009 con el memorándum de Obama sobre transparencia y gobierno abierto que el tema adquirió un nuevo empuje. En este marco, a lo largo y ancho del mundo democrático, prosperaron iniciativas para la publicación de datos y la facilitación del acceso a la información pública; la agilización de trámites y servicios, la generación de canales de escucha y participación ciudadana y el establecimiento de plataformas de colaboración público-privada.

Mientras tanto, la aceleración de la revolución digital y la masificación del acceso a las TICs impulsaron transformaciones socioculturales, que tornan “insuficiente” el modelo delegativo de decisión política mediante el sufragio (democracia representativa). Los ciudadanos quieren incidir en lo público, buscan hacer oír su voz. El acceso a un diálogo más horizontal y directo con las autoridades vía internet y redes sociales, y el modelo de autocomunicación de masas, donde cada persona puede producir un mensaje potencialmente masivo (viralización), dejaron atrás las asimetrías comunicacionales entre gobernantes y gobernados e imprimen un nuevo ritmo a los intercambios necesarios para los consensos que legitiman el hacer público.

No es novedad que la democracia representativa y sus lógicas están en crisis. Los presupuestos del gobierno abierto y las herramientas tecnológicas disponibles más el empoderamiento ciudadano generan la potencialidad para transitar hacia una democracia conversacional, donde los gobiernos deban no solo rendir cuentas de su accionar sino incluir a los interesados en el diseño de soluciones políticas a los conflictos.

En este contexto, el rol de la comunicación, o más específicamente del comunicador como facilitador de esas conversaciones, adquiere una nueva dimensión. Hasta no hace tanto, los comunicadores en los gobiernos se encargaban principalmente de la difusión de las noticias a través de los medios masivos. Claro, estábamos en la sociedad de masas, caracterizada por una comunicación unidireccional. En los últimos años, las áreas de comunicación gubernamental crecieron exponencialmente, al ritmo del desarrollo de los medios sociales para pelear bit a bit por la atención de las audiencias desencantadas de la política.

Ahora bien, dadas las características del paradigma de GA, donde un mejor gobierno resulta de la generación de conversaciones fluidas entre gobernantes y gobernados y las condiciones tecnológicas y culturales de la sociedad actual, ¿no habría que repensar el rol de comunicadores en el gobierno? ¿No deberían ser estos los que colaboraran en el diseño de dispositivos para la generación de canales de diálogo? La comunicación ya no es un área de soporte de la gestión, es un área estratégica en tanto tiene un rol definitivo en la construcción de los consensos necesarios para legitimar los rumbos del gobierno, pero además la ciencia de la comunicación y sus herramientas pueden generar un aporte concreto para habilitar canales de escucha ciudadana y, más importante aún, para generar corrientes dialógicas directas que permitan abordajes participativos y construcciones colaborativas de soluciones a los problemas complejos a los que nos enfrentamos como sociedad.

Es curioso el modo liviano e irresponsable conque se usa la palabra diálogo mientras se desvirtúa su sentido. Sin ir más lejos ahí estaba el presidente el miércoles 17 de noviembre celebrando una derrota mientras llamaba a un diálogo y, en la misma invitación, insultaba a aquellos a quienes convocaba. Como es habitual en este verdadero maestro en el arte de la contradicción y la negación de lo evidente, ofrecía dos oxímoron (unión de palabras de significado imposible) al precio de uno. Un diálogo no son dos monólogos paralelos, que jamás se rozan ni se tocan. Tampoco un concurso en el cual gana quien grita más fuerte. Y mucho menos una batalla para imponer una opinión sobre otra al precio que sea.

Como señala Martín Buber, al amigo no es necesario decirle (y a menudo ni siquiera explicarle) nada porque “la hora de la mortalidad común y del camino común suenan en sus oídos como lo hacen en los míos”. Y al adversario no basta con mostrarle que ni bien cruce el umbral que cuidadosamente evitó habrá de descubrir lo que ahora niega. “No puedo rechazar su objeción más dura: debo aceptarla donde sea y como sea que me la plantea, y debo responder”. Buber (1879-1965), nacido en una familia judía jasídica de Viena, y fallecido en Israel, fue uno de los grandes pensadores existencialistas del siglo pasado, un infatigable luchador por el encuentro entre judíos y palestinos, y el padre de la filosofía del diálogo, cuyos fundamentos estableció en 1923 en el libro Ambos términos, según afirmaba, constituyen un único vocablo porque si se elimina a uno de ellos el otro nada significa. Soy Yo en función de un Tú. Y soy el Tú de quien está ante mí y se percibe a sí como un Yo. Esa palabra primordial (Yo-Tú) no describe una cosa, explicaba Buber, sino una relación, y dicha relación funda la experiencia humana. No hay diálogo sin el otro, no hay vivencia real sino solo los que se entregan a sí mismos y los que se reprimen”.

La filosofía de Buber va mucho más allá de estos conceptos tanto en altura como en profundidad, y concluye en que, según sus palabras, toda vida es verdadero encuentro. Encuentro es relación, y no hay tal posibilidad sin un Tú que se torna presente, es decir percibido y aceptado como tal. En caso contrario el otro es visto apenas como un objeto, y usado como tal. Por lo visto hasta aquí, por mucho que se fatigue la palabra diálogo, la usen quienes la usen incluso en otros campos además de la política, esos usuarios no demuestran algo fundamental: “El diálogo no impone, no manipula, no domestica, no esloganiza”. Nada más lejos de lo que hoy y aquí se pretende imponer como diálogo.

En definitiva, dialogar es un arte que requiere práctica, compromiso, buena fe y una dosis esencial de escucha receptiva. No es un juego para fulleros que se sientan a la mesa a la espera de trampear a los otros jugadores. Mientras los verdaderos artesanos sigan ausentes continuaremos escuchando gritos, amenazas, oxímoron o silencios especulativos, pero no receptivos. Monólogos paralelos que se gritan.

Política / Ideas

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2021-11-28T08:00:00.0000000Z

2021-11-28T08:00:00.0000000Z

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