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De Kosteki-Santillán al Movimiento Evita

JORGE FONTEVECCHIA

malón ancestral que acecha la civilización”. Para Duhalde y los gobernadores peronistas, que sabían cómo piquetes de encapuchados con palos quemando gomas llevaron al final anticipado al gobierno de Fernando de la Rúa, la “horda” de desocupados “invadiendo” la Capital era ese malón ancestral que había que contener si no se quería terminar como De la Rúa. Ordenó reprimir, el puente Pueyrredón no pudo ser tomado por los piqueteros a costa de dos muertes –los asesinados Kosteki y Santillán– y finalmente también Duhalde tuvo que terminar su gobierno anticipadamente.

Los veinte años que se cumplen de aquel episodio que cambió la historia del país, sin el cual probablemente Néstor Kirchner no hubiera llegado a la presidencia y el devenir del país hubiera seguido otro curso, promueven la reflexión sobre lo que el tiempo produce en todo. Maximiliano Kosteki y Darío Santillán tenían el secundario completo, en 2022 cumplirían 42 y 41 años respectivamente, y hoy son los hijos e hijas de esa generación los que marchan en reclamo por mayores recursos pero peor educados y peor alimentados que sus padres. Lo mismo podrían decir Emilio Pérsico (Kosteki y Santillán podrían ser dos de su diez hijos) y los Montoneros que en los 70 querían cambiar aquella sociedad por injusta, cuando las estadísticas reflejaban solo 4% de pobres contra diez veces más hoy.

En algo se avanzó, se comprobó que la violencia física, en lugar de ayudar a resolver los problemas, los empeora. Kosteki y Santillán integraban el Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, por el piquetero asesinado poco más de un año antes –el 10 de noviembre de 2000– en el corte de la Ruta 34 de Salta. Y cada asesinato en una represión terminó siendo causa de Estado, conmocionando al poder de turno, como sucedió con el maestro asesinado en Neuquén, Carlos Fuentealba o, más recientemente, Santiago Maldonado. Ya es inaceptable tirar a matar, como hace cuatro décadas ya comenzaron a ser inaceptable los golpes militares. Son capas geológicas de conciencia colectiva.

Lo mismo sucede con la subjetividad colectiva respecto de los planes y subsidios. Hasta fines del siglo XX, que el Estado entregara dinero sin contraprestación laboral era mal visto por quienes no estaban en esa situación. La crisis de 2001/2002 cambió la subjetividad de la clase media, haciéndola más solidaria, al punto de cantar “pique y cacerola, la lucha es una sola”. Dos décadas después la subjetividad colectiva vuelve a modificarse y hoy recama cambiar subsidios por trabajo.

El trabajo tiene dos dimensiones: la económica, relacionada con la competitividad de la tarea cuando se traduce en empleo, y la dimensión existencial del trabajo, como necesidad incluso espiritual del individuo con el entorno. Los movimientos sociales explican que, aun con un crecimiento sostenido del producto bruto durante una década sin interrupciones, la mitad de quienes reciben planes sociales no conseguiría empleo porque sus aptitudes

Pérsico pasó de Montoneros en los 70 y Quebracho en los 90 a fundar el Evita en 2004

no los hacen competitivos en el mercado y el desafío es que puedan desarrollar formas de trabajo menos productivas sin empleadores: cooperativas o cuentapropismo. Pero como esos quehaceres son mucho menos productivos en el mercado, explican la compensación en forma de subsidio permanente y no hasta que encuentren trabajo formal –como los clásicos seguros de desempleo de los países desarrollados– porque nunca lo encontrarían. Ese es el verdadero debate actual que trasciende a la crítica de Cristina Kirchner sobre cómo organizar la distribución y control de esos planes.

Deportes - 57

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2022-06-26T07:00:00.0000000Z

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