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No aclare, que oscurece

unos meses promulgó Alberto Fernández, alcanza un nivel de perfección insospechado, ya que además de la asignación específica de tributos, una de las maneras más efectivas de ocultar lo que se gasta es depositando lo recaudado en un “fideicomiso”. Fideicomisos que siempre tienen nobles objetivos que, siempre por dificultades en las que nada tienen que ver, nunca alcanzan a cumplir.

En el artículo 4° del Decreto 727 de 2021 Alberto Fernández requiere de las empresas instaladas en la provincia depositar el equivalente al 15% de su exención de IVA en un “fideicomiso” (pueden santiguarse aquellos que son religiosos). Es un ejemplo notable: se financia la política a través de un fideicomiso con el equivalente sumar a los llamados “regímenes de promoción”. Son un ejemplo interesante porque muestran la potencia del lenguaje como instrumento para el engaño. Un buen privilegio necesita un relato potente para poder digerirlo. ¡Qué hermoso sería poder promocionar una actividad! Si pudiéramos hacerlo, deberíamos promocionar todo, y encontraríamos ahí sin duda la fuente de la riqueza. Pero lamentablemente esto no es posible. Claro, podemos bajarle los impuestos a la industria automotriz, por dar un ejemplo, y eso seguramente la beneficiará, pero esto implica, necesariamente, que habrá otro sector que tenga que poner la plata que ahora no pone la industria automotriz. Entonces, lo que promocionamos, por permiten que, al final, el Gobierno recaude ¡más que antes! Algo así como la invención del movimiento perpetuo, la creación de valor donde antes no había nada. Lamentablemente este efecto multiplicador tampoco existe. Justamente por lo que decíamos antes, porque el estímulo que se logra en una actividad, que bien puede generar una dinámica multiplicadora allí, hay que contrastarlo con el equivalente en sentido inverso en la actividad que tiene que financiar aquello que ahora la industria favorecida no aporta. Y como el impulso en un sentido es idéntico al que en tamaño contrario se ejerce sobre el resto de las industrias, los efectos a nivel agregado se compensan. Quizá nuestro mejor ejemplo de esto es el tan preciado efecto multiplicador del gasto público estatal financiado con impuesto inflacionario. Obviamente, lo que expande el gasto lo desanda la inflación. Así, el Gobierno trata de estimular la actividad económica y solo estimula a la burocracia estatal a costa del salario de los trabajadores.

Obviamente ha habido intentos por resolver estos desaguisados. Intentos por darle transparencia al gasto público. Por ejemplo, la Ley 24.629 de 1996 indica en su artículo 5° que “toda ley que autorice o disponga gastos deberá prever en forma expresa el financiamiento de los mismos”. Entonces, si se autoriza una deducción en el impuesto a las ganancias (por ejemplo para educación, como se hizo recientemente), se debería según la ley consignar cómo se van a financiar los ingresos perdidos por la exención. Pero nadie le da bola, lo cual nos remite a otro dato. Cuando las leyes molestan a la república corporativa, se las ignora. ¿Quién quiere arruinar una buena noticia?

Lo cierto es que Argentina ha usado y abusado de la falta de transparencia. Bien podríamos usar la expresión “mejor no aclare, que oscurece”. Pero solo si se echa luz sobre estos engaños podremos soñar con un capitalismo más competitivo y honesto.

POLÍTICA ECONÓMICA

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2022-12-04T08:00:00.0000000Z

2022-12-04T08:00:00.0000000Z

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