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Serpientes y palomas

RODRIgO LLORET* *Politólogo. Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.

Lwos Premios IgNobel son una parodia del Premio Nobel. Su nombre deriva del inglés ignoble (innoble) y se entregan para reconocer los logros científicos que “primero hacen reír a la gente, pero luego la hacen pensar”. Organizados por la revista de humor científico Annals of Improbable Research (AIR), son presentados cada año por ganadores de los auténticos Premios Nobel, en una ceremonia que se organiza en el Sanders Theatre, de la Universidad de Harvard. El sitio oficial de los Premios IgNobel aclara: “Los premios pretenden celebrar lo inusual, honrar lo imaginativo y estimular el interés de todos por la ciencia, la medicina, y la tecnología”.

En 2021 el premio fue para el francés Pavlo Blavatskyy. Licenciado en Psicología y doctor en Economía, Blavastkyy es profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Montpellier y se especializa en teoría de la toma de decisiones en el sector público. Fue galardonado con el Premio

IgNobel por sus investigaciones que vinculan la corrupción y el sobrepeso, por las cuales demostró que los países que presentan índices más altos de malversación de fondos públicos son también los que tienden a tener funcionarios que presentan una mayor masa corporal.

Blavatskyy estudió a quince países que habían estado bajo el control de la URSS y que luego iniciaron un proceso fallido de democratización. Su estudio se concentró en una investigación en la que utilizó un algoritmo para analizar fotografías de casi trescientos integrantes del gabinete de las exrepúblicas soviéticas, clasificándolas de acuerdo con la masa corporal media de esos funcionarios. “La gran corrupción política latente es literalmente visible a partir de las fotografías de altos funcionarios públicos”, concluyó el psicólogo y economista en su ensayo Obesidad de los políticos y corrupción en los países postsoviéticos, que fue publicado en 2020.

Es interesante pensar en Blavatskyy, precisamente esta semana, cuando acaba de ser difundido el último informe de Transparencia Internacional, en el que Argentina vuelve a recibir una pobre calificación en materia de lucha contra la corrupción. En ese estudio, Argentina solo logró 38 puntos sobre cien, es decir, no aprobó el examen: no alcanzó a obtener un cuatro sobre diez

Se trata de la misma calificación que obtuvo el año pasado. La única modificación que logró Argentina fue en el puesto que ocupa en el ranking, que pasó del 96 al 94, entre 180 países evaluados. Pero ese cambio se manifestó por modificaciones producidas en otros países, no por mejoras propias de Argentina en materia de lucha contra la corrupción.

El mapa de la última década muestra que Argentina se mantiene en niveles muy altos de percepción de la corrupción: logró 34 puntos promedio durante el último mandato de Cristina Kirchner; alcanzó cuarenta puntos promedio durante el gobierno de Mauricio Macri; y se mantuvo en cuarenta puntos promedio durante el gobierno de Alberto Fernández. El mejor puntaje de Argentina se alcanzó en 2019, con 45 puntos, y el peor se materializó en 2015, con 32 puntos. Argentina logró este año el mismo Índice de Percepción de la Corrupción que otros países de la región, como Brasil. Pero se ubicó por debajo de Chile y Uruguay. La comparación fuera de región ubica a Argentina en el mismo nivel que Etiopía, Marruecos, y Tanzania. Muy lejos de Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelanda, que encabezan el ranking.

La corrupción siempre ha sido una preocupación de carácter económico, sino de orden moral. En sus escritos sobre filosofía política, Inmanuel Kant señaló a dos tipos de dirigentes políticos: el político moral y el moralista político. El político moral acuerda con los preceptos de la moral y los impone para sus actividades en la función pública. Esta preocupación permite promover la transparencia en los asuntos de Estado. En cambio, el moralista político considera a la moral como una cuestión de simple retórica, sin ningún basamento práctico. Esta metodología permite fomentar la corrupción en la administración pública.

En Hacia la paz perpetua, Kant esboza los lineamientos cruciales que retroalimentan una relación compleja entre la moral y la política. “La política dice: ser astutos, como la serpiente –argumenta Kant–. Y la moral añade (como condición limitativa): y sin engaño, como la paloma”.

La corrupción siempre ha sido una preocupación

de carácter económico y moral

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2023-02-05T08:00:00.0000000Z

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