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Crónica urgente de la final más intensa y emotiva de la historia de los mundiales

Cuando la obtención de la Copa del Mundo todavía hace vibrar a cada argentino, los periodistas Alejandro Wall y Gastón Edul lanzaron “La tercera”, un libro que

Messi sube otra vez al escenario. Ya sus compañeros tienen la medalla. Saluda a Infantino, se abraza con el emir, le da la mano a Macron, se abraza con Chiqui Tapia, saluda al resto. Y le ponen el “bisht”, la túnica árabe, un traje de gala. Entonces, cuando pasa, cuando le entregan la Copa del Mundo, el mundo se equilibra. Al menos el mundo del fútbol. Messi va despacio hacia sus compañeros con la copa en la mano, y levanta los seis kilos y 170 gramos, los 36,8 centímetros de cinco kilos de oro sólido de dieciocho quilates, la base de trece centímetros de diámetro con dos anillos concéntricos de malaquita, un mineral de color verde. Explota el Lusail. Explota en serio, con fuegos artificiales que se ven desde el hueco del techo. ¿Qué pasa en ese momento? Se prenden fuego los insultos en la cancha de Colón en la Copa América 2011, las críticas de algunos periodistas, de si no cantaba el Himno, de si no le interesaba, las frustraciones de tantos momentos, todo eso puede pasar por la cabeza de Messi. Pero ya está, ahora es campeón del mundo. Lo sabe él, lo sabe Antonella, su mujer, lo saben sus padres, Jorge y Celia, sus hermanos, y sobre todo lo saben sus hijos, Thiago, Mateo y Ciro, que ya son grandes para verlo, para disfrutarlo. Para que esos pibes lo recuerden por siempre así. “Me faltaba esto y acá está”, diría después.

Empieza la vuelta, la alegría. Kun Agüero lleva a su amigo en andas hasta que le revienta la espalda. Todos toman champagne. La copa que habían entregado volvería a Zurich, al museo de la FIFA. Se la llevaron una vez que arrancaba fuerte el festejo. Quedaría una réplica oficial de cobre y cinc en su interior con un baño de tres capas de oro. Ya el champagne había circulado mucho. Checho Ibáñez, un amigo de Paredes, había entrado a la cancha otra copa, una trucha que tenía en el Lusail un mapopular reconstruye de manera detallada y precisa los siete partidos que consagraron a la selección de Scaloni en Qatar. En este fragmento, los autores describen trimonio argentino. De pronto llega a las manos de Messi, hay fotos, vuelta, videos con esa copa. Di María le avisa, Messi se ríe. Scaloni se pone la camiseta de la Sub 20 en Malasia 97, una camiseta azul con la 18. Se la da un hincha, Tomás Calvo, que la tenía desde hacía varios partidos.

Cuando los jugadores llegan los festejos de los jugadores después de la final, la revelación de que la Copa no era la original y un diálogo premonitorio entre el técnico y Leo Messi. al vestuario, les avisan que tendrán que salir a dar una vuelta en micro por Doha: deben pasar por el palacio real. Obviamente preferirían no hacerlo. Un micro descapotable los esperaba en la calle. Los jugadores se negaban, querían quedarse en el vestuario. Pero salieron. La fiesta se convierte también en la fiesta de los hinchas de Bangladesh, los hinchas de India, los hinchas de Nepal, de todos los que aman a Messi. No es solo una fiesta argentina. O también lo es, pero de pronto esto es el Tercer Mundo. Una multitud comienza a reunirse en cada lugar de la Argentina. Es la multitud que unos días después se juntaría en el Obelisco y en el conurbano bonaerense. Una movilización completamente inédita, histórica, cinco millones de personas en las calles. Serían los días en los que se comenzarían a cumplir las promesas, a hacerse tatuajes con Messi, con el Dibu, con la Copa, con la carta del cinco de copas. Una felicidad que se prolongaría por mucho tiempo, la felicidad de un pueblo golpeado por sus crisis económicas pero que ahora tenía algo para celebrar. Primero eso. Segundo, Francia.

Y ahora en Doha, en la noche, lo que hay es el clamor de otro mundo, del Mundial árabe. Eso que había empezado con Maradona en 1986 sigue con Messi en 2022. La alegría no es solo argentina, la alegría es la de un mundo que parece ajeno y es cercano. El primer Mundial árabe es el Mundial de Messi, de la Argentina. El vuelo para regresar ya estaba previsto para la madrugada pero se iba a demorar, porque nadie se quería ir de Qatar. Se sabría recién en ese momento que la confianza en el equipo era tanta que la AFA no previó ningún charter de regreso para partidos anteriores. Estaba segura de que se quedarían hasta el final.

Es por esas horas, durante la conferencia de prensa, que Scaloni recuerda un diálogo con Messi. Después del empate con Brasil en San Juan por cero a cero, con el que la Argentina se clasificó para Qatar 2022, Scaloni sintió la inmensidad de todo lo que se venía. Podía ser el último Mundial de Messi. El equipo, además, enloquecía a los hinchas, les generaba una expectativa acorde a lo que ese grupo daba. Scaloni atravesaba también lo que sucedía con sus padres desde los días de la Copa América. Habían sufrido por ese tiempo un accidente cerebrovascular. Con todo eso, con ese dolor, el entrenador siguió adelante. Ahora es el técnico campeón del mundo, como Menotti, como Bilardo. Pero además el que más títulos ganó, aunque a él no le importen esas estadísticas.

Pero esa noche, después del partido en San Juan contra Brasil, Scaloni sintió que tenía que hablar con Messi antes de que el jugador regresara a París. Lo que venía era difícil porque la expectativa era demasiado grande. Había que sobrellevar esa responsabilidad. Había ansiedad, también temor.

—Leo, la gente está muy entusiasmada con esta selección, lo que se generó es muy fuerte y la desilusión también puede ser muy fuerte –le dijo a Messi.

—¿Qué importa? Seguimos, seguimos porque seguramente va a ir bien. Y si no va bien, no pasa nada. Hay que intentarlo.

En eso que le dijo Messi a Scaloni está todo. Eso fue Qatar, el Mundial, la tercera estrella argentina.

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2023-02-05T08:00:00.0000000Z

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