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El fin de una época

el cambio no se limita al declive del peronismo. con su derrota no se terminan los problemas de la argentina.

EDUARDO FIDANZA*

El Presidente y la vicepresidenta, alienados por lo que Blas Pascal llamaba la diversión, no quieren ni pueden percibir otra cosa que no sean sus propias rencillas, sus maníacas apuestas, sus acuerdos forzados, sus frenéticas negociaciones. No sienten que están llevando al país al límite de sus posibilidades, sencillamente porque no ven ese límite, ensimismados en su juego. Escribió el filósofo francés que no tenía sentido preguntarle a un hombre por la reciente muerte de su hijo único mientras estaba cazando. Consumada la negación, su mundo se circunscribía a ese atrayente acto deportivo.

Por suerte, los hijos de nuestros mandatarios gozan de buena salud. Pero quizá lo que se está muriendo, sin que ellos lo perciban o les interese, son otras cosas: una forma de entender la cultura, el modo de funcionamiento de la economía, la misión histórica del peronismo, la legitimidad de la política. Rememorando a Eric Hobsbawm, podría decirse que en la línea del tiempo argentino está concluyendo una era, que alternó edades de oro y derrumbes, para dar lugar a otra colmada de interrogantes. En esa transición se enlazan fenómenos globales y locales, conformando una trama abigarrada que excede las miradas facciosas.

Cambio de preferencias y costumbres.

El periodista Claudio Jacquelin plantea, en una columna publicada el viernes en La Nación, la idea de un fin de época que arrastrará al kirchnerismo, determinado por transformaciones en el vínculo entre la sociedad y el poder, así como por cambios en las preferencias respecto al modelo económico. Después de la pandemia, y luego de una década de fracaso estatal para promover el crecimiento, posibilitando a los jóvenes empleo y progreso, se estaría revalorizando la iniciativa privada y la libertad de mercado, una tendencia que confirmaría el crecimiento electoral de las opciones liberales.

Junto al deterioro económico, el quiebre de confianza en la clase política y la demanda de mayor libertad, fluye un indetenible cambio de costumbres que le plantea a la política un desafío inédito. “Al mismo tiempo, la cultura, los hábitos y las relaciones interpersonales –escribe Jacquelin– se han transformado dramáticamente a una velocidad jamás vista en la historia, de la mano del avance tecnológico y la ampliación de derechos. Nuevos sentidos comunes fueron apareciendo, muchos de ellos contrapuestos, superpuestos o yuxtapuestos. Las herramientas del pasado ya no sirven”.

De la ilusión al desencanto económico. En agosto, el economista Fernando Navajas hizo una presentación, titulada “La economía argentina en la pospandemia”, en un seminario organizado por Techint. Pensada para especialistas, es difícil traducirla al lenguaje de una columna periodística. Sin embargo, puede rescatarse un tramo de las reflexiones finales, interesante para los argumentos sostenidos aquí. Dice Navajas que sería equivocado asimilar un eventual salto de la economía de la pospandemia con una recuperación consistente, en vista de los resultados de los últimos años. En definitiva, afirma que no debe confundirse el ciclo con la tendencia, que es la estanflación estructural, de la que el país no podrá salir fácilmente según el economista.

Si esto fuera así, perderían vigencia las temporadas de ilusión y desencanto, que popularizaron Pablo Gerchunoff y Lucas Llach en su conocida historia de la economía argentina. No habría ya esperanza, sino únicamente hastío, con las destructivas consecuencias que eso produce en la sociedad y la política. En rigor, las alternativas de la última década lo estarían confirmando: descendió drásticamente el producto y se registraron dos crisis cambiarias: en 2014 –con alto costo para Cristina–; en 2018, con parecidas consecuencias para Macri; y en los últimos meses una escalada de la inflación y de la presión sobre el dólar, de desenlace previsible. Cero ilusiones, puro desencanto: el estado anímico recargado con el que se votó hace siete días.

El ocaso de la misión histórica del peronismo. El fundamento del peronismo, resistente a sus mutaciones ideológicas, es un contrato de redención entre el líder y el pueblo desheredado. Implica el compromiso de redistribuir el ingreso fomentando el crecimiento, a cambio de la entronización y la exaltación del jefe. Respetuoso de las premisas del capitalismo, el fundador aceptó que para distribuir la riqueza antes había que crearla. En su lógica, empleo, producción y justicia social marchaban de la mano. La grandeza de Perón era ser el primer trabajador.

Es probable que la estanflación estructural esté aniquilando la misión del peronismo: mejorar la vida de los más necesitados, proveerlos de autoestima, hacerlos ascender en la escala social. Menem, con la magia de la convertibilidad y vendiendo activos públicos, y los Kirchner, con la soja, lograron efímeras recuperaciones de la actividad y el salario para volver al estancamiento, la inflación, el desempleo y la pobreza. En su carta, Cristina sigue hablando del compromiso con el pueblo. Quizá sea el resplandor de una estrella apagada.

Deslegitimación de la política. En el plano político, el cambio de época no se limita al eclipse peronista. Los republicanos necios, que hoy se regocijan por la derrota del Gobierno en las PASO creyendo que vencido el peronismo se terminarán los males del país, deberían reflexionar sobre la experiencia que tuvieron entre 2015 y 2019, y lo que les espera si las condiciones económicas, que se devoran cada vez más rápido a los gobiernos, no son transformadas. Existe amplia evidencia de que la recesión económica corroe a la política, sin reparar en programas o ideologías.

La diversión de Pascal, conviene no engañarse, no es solo una pasión de Cristina y Alberto. Por cierto, la responsabilidad que ellos poseen la vuelve más patética y peligrosa, pero la advertencia le cabe al conjunto de la clase gobernante. Si los políticos escucharan a los ciudadanos más que a sí mismos, calarían en la hondura del desprecio que los envuelve. Ese rechazo parió a Milei.

No se considere, sin embargo, pesimistas estas reflexiones. Los argentinos aún votan valorando la democracia, más allá de la profunda desilusión. Falta que los dirigentes acuerden un programa de reconstrucción de la economía y la sociedad que no se subordine a las alternativas de la competencia electoral. Tarea dificilísima e improbable, pero tal vez pronto no quedará otra alternativa.

No sería la primera vez que, ante un punto de inflexión de la historia, un rapto de lucidez de sus élites salvara a un país del colapso.

*Analista político. Director de Poliarquía consultores.

POLÍTICA ECONÓMICA

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2021-09-19T07:00:00.0000000Z

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