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Todo lo que importaba a una chica

El nombre de una banda resalta a la hora de hablar del nacimiento del punk rock: The Slits. La guitarrista de esa banda, Viv Albertine, escribió sus memorias, “Ropa música chicos”, sin cambiar los hechos y sin minimizar o pasar por alto actitudes de perso

El punk rock no lo inventó Inglaterra, lo inventaron las mujeres, reza el saber popular. La banda, The Slits (los tajos, guiño-guiño); el año, 1977; el lugar, Londres. No se podía pedir más. (Bueno, quizá justicia social, equidad laboral y oportunidad comunitaria.) Viv Albertine, la guitarrista de la banda, publicó sus memorias hace unos años y es libro fundamental en cualquier biblioteca del estudioso del rock. No es estrictamente su biografía, aunque recorre toda la cartografía de, quizá, la escena musical y social más importante de la historia. Porque el punk no es solo un género musical, es una militancia política. De

memorias que arrancan con su infancia y adolescencia, padre ausente, una madre fuerte, pobreza...

alma ácrata, esta escena punk londinense es rememorada en primera persona y en femenino. La crónica de los años más salvajes del rock con sus revueltas, provocación y excesos están explícitamente narrados en estas páginas imposibles de soltar.

Como cualquier disco, este libro tiene una cara A y una cara B: el nihilismo del no futuro que clamaban y, muy a su pesar, la vida después de eso.

Australiana de nacimiento, Albertine llega a Londres en 1958 con cuatro años de edad. La sinceridad es la tónica del libro, al igual que lo fue del movimiento musical. Escrito con una viveza y una sinceridad arrolladoras, el libro es ante todo una valiosísima crónica de primera mano de la efervescencia punk. Pero es también el relato de una época turbulenta y vibrante, y un libro sobre los retos de la madurez y la necesidad de buscar nuevos caminos en el ámbito artístico y personal.

Esto no es solo una memoria musical. Es cierto que al principio dos jóvenes y torpes Johnny Rotten y Sid Vicious se pasean por las páginas, pero cuando lo hacen, están despojados de toda la futura gloria que los envolverá. Son apenas sus colegas, cuya banda ve y que la impresiona. Sid no es el tonto que no sabe tocar que todos creen: Albertine publica una reproducción de una carta que él le envió, eximia. Cuando conoce a Rotten todavía no sabe que él va a cambiar el curso de la música popular, por lo que no lo describe como si lo hubiera hecho.

Estas memorias arrancan con su infancia y adolescencia, padre ausente, una madre fuerte, pobreza, descubrimientos musicales (Kinks, Marc Bolan), conciertos (Stones, Bowie), su despertar sexual con ladillas incluidas. Hasta que a fines de los 70 dos encuentros lo cambian todo: Mick Jones, de The Clash, y Patti Smith. A partir de ahí se tira de lleno en la emergente escena punk y vive en primera línea aquellos años de revuelta, provocación y excesos: los Pistols, Malcolm McLaren, Vivienne Westwood, los Clash,

Johnny Thunders, las mismas Slits, donde toca la guitarra, los locales míticos, el Soho, con sus cines porno y sus clubs, los conciertos salvajes, la heroína, las peleas con skinheads, el Londres punk. ¡El Londres punk! Hasta que a principios de los 80 su banda se disuelve. Arranca entonces la cara B, con la necesidad de reinventarse, el interés por el cine, un aborto, una hija, el cáncer de cuello de útero, el divorcio tras un largo matrimonio y su nueva situación como mujer madura.

Un libro colosalmente sincero. Crudo y sin barroquismos. Catártico –sobre todo en su obsesión por un hijo–; desde un punto de vista narrativo, tan prolijamente cronometrado, logra el impacto emocional.

Pero lo que llama la atención es el tono y la técnica de su escritura. Es simple, apenas una narración de esos tiempos suyos, casi ni siquiera una crónica, así que funciona: usa el presente continuo en todo momento con, ocasionalmente, una reflexión o un comentario actual entre paréntesis. Ese formato resulta revelador y le sirve mucho más adelante, ya que cuenta, con absoluta claridad, su vida post Slits, post escena punk, de relaciones condenadas, maternidad –primero frustrada–, el cáncer y la muerte de amigos (como la de Ari Up, la cantante de The Slits, hija de la esposa de, hoy, John Lydon).

Sus memorias confrontan

esos tiempos en los 70, donde la escena musical por fin se despojaba de los viejos dinosaurios progresivos y el minimalismo con tres acordes y un par de gritos se volvió protagonista. No es detalle menor que Albertine haya sido parte fundacional de la primera banda de mujeres dentro de ese combo agudo que es el punk. Con The Slits, las cuatro mujeres hicieron saltar a cuanto hombre se les cruzara. Pero no es este un libro –solamente– de la escena punk sino un ensayo estudiado sobre la realidad social que le tocó atravesar y el lugar en el mundo de cada uno. Novia de Mick Jones, amiga de Sid Vicious, amante de Johnny Thunders, parece haber estado en el lugar preciso en el momento adecuado.

Sus inseguridades, su autoestima puesta a prueba en más de una oportunidad, su crudeza, demuestran que el punk era moralista: se dictaminaba qué estaba bien y qué no. Sus relatos destilan una fascinación tal que, a la hora de las reflexiones al respecto, uno no puede más que asentir y tragar saliva. Y ya no escupir. Maduramos.

“No puedo tolerar la nostalgia,

Sus inseguridades, su autoestima puesta a prueba, su crudeza, demuestran que el punk era moralista obstaculiza el progreso emocional. Intento no sentirla. No creo que haya mucho eso de que era mejor antes en la sociedad occidental, excepto la música contemporánea, pero también creo que es bueno que haya muerto como una forma de arte radical de expresión porque da lugar a que florezca algo más. Cuando comencé con la escritura, había decidido que hasta donde pudiera iba a contar la verdad sobre mí misma y el resto de mi entorno, sobre todos los chicos y los hombres que conocía. Le dije a mi editor que ellos deberían aceptarlo así y que no estaba dispuesta a cambiar los hechos o dejar pasar malas conductas de las cuales me había sentido afectada. Que era importante contar todas las veces que una niña y una mujer son menospreciadas ya que es parte de nuestras vidas. Así que no le pregunté a nadie si le importaba lo que escribiera. Y creo que fui justa”, le dijo a esta cronista en una entrevista años atrás. ¿Qué le importaba a una chica en ese Londres punk? Pues la ropa, la música y los chicos. Et voilá.

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2021-09-19T07:00:00.0000000Z

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