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El encanto de los suburbios

*Escritora, autora de la novela (Cía. Naviera Ilimitada). *Escritor, su libro más reciente es (Emecé). Cassette virgen

Días atrás hablábamos con el cineasta Néstor Rodríguez Correa de que la pertenencia al Conurbano (yo soy del sur, él es del oeste), es decir, la pertenencia a un nombre que es ajeno, a una proyección de los porteños para un territorio que estaría rodeándolos, acechándolos, sitiándolos, pero siempre fuera de ellos, como un anillo sucio, temido e infame, decíamos o decía Néstor que ya habíamos pegado la vuelta. Que ya podíamos apropiarnos sin conflictos de eso. Esa sería la primera cuestión, admitir o no ese llamado; él tiene razón y, sin embargo, yo rechazo la categoría “escritor del Conurbano”. Si me gana es por cansancio. Luis Gusmán es de Avellaneda; Piglia, de Adrogué; Hebe Uhart, de Moreno; Mariana Enríquez, ni siquiera de Lanús, de Valentín Alsina. Es que el Conurbano parece un invento radiante para un viejo reality como Policías en acción. O una categoría que le conviene a la política en términos partidarios, pero ¿a la literatura? Prefiero decir “el suburbio” porque, como decía Pierre Drieu la Rochelle, “los suburbios son el fin del mundo”. Porque el suburbio es el arrabal, la rara extensión de la ciudad: ahí donde la ciudad se deshace o empieza. Desde que vivo en Francia, y especialmente en París, es más fácil porque acá la banlieu tiene una entidad geográfica y política muy definida. Mucho más que en Buenos Aires, probablemente. O sea que digo que nací en la banlieu de Buenos Aires. Pero sé que no estoy diciendo la verdad.

Creo que muchos autores se plegaron a esa representación más o menos reciente que sería el “Conurbano”. Al mercado le gustan las etiquetas, las necesita, no es novedad. Creo que ceder a eso es traicionar algo sagrado (aunque suene pomposo). Es falsear algo, también. Hace unos años estaba en una lectura de poemas con Tamara Kamenszain, yo leí un poema que se llama Lanús, y cuando terminé se acercó Tamara para decirme que le hacía acordar a un poema de Néstor Perlongher que decía “Quilmes con sus patios”. Es decir que ella conectaba dos cosas: una cierta entonación de letanía, pero también el contraste y la pertenencia a esos nombres del suburbio. Recuerdo que Borges decía que Flores robadas en los jardines de Quilmes era un gran título. También por lo inesperado de ese nombre final. Supongo que eso sigue produciendo el suburbio (o si usted, lector, quiere, el Conurbano). Es un lugar para lo inesperado. Porque la ciudad es la ciudad, enseguida aparecerá lo “urbano”, desde el Manhattan Transfer a Los siete locos. Pero en los suburbios no habría una representación definida. Una vez un fotógrafo al lado del Riachuelo, en los galpones destruidos de Fabricaciones Militares, me dijo: “Esto parece Bielorrusia”. Me gusta que el suburbio siga siendo impredecible. Si en cambio solo va a producir y reproducir un mismo paisaje, un mismo tono, un mismo lenguaje, el Conurbano habrá triunfado y la ciudad habrá perdido el encanto de sus suburbios: la posibilidad de ser siempre otra cosa de lo que se espera. n

CULTURA

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2021-09-19T07:00:00.0000000Z

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