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destino de dos oratorios

RAúL H. ÁLVAREZ

La presentación en el escenario del Teatro Colón del oratorio Theodora de Georg Friedrich Händel intercalando la obra con textos de Marcella Althaus-Reid leídos por Mercedes Morán resultaron un experimento que fue abucheado por el público y que acaso haya hecho revolver en su tumba al autor, quien jamás habrá previsto que su música serviría como fondo para proclamar planteos feministas o irritantes a la religión cristiana, al igual que sirve la música funcional para acompañar conversaciones intrascendentes en el ascensor de un gran hotel.

El oratorio es una forma musical muy específica y en su representación es aconsejable, por respeto a los autores, ajustarse a lo que marcaron el compositor y el libretista. Pensemos por ejemplo en Jeanne d’Arc au bûcher (Juana de Arco en la hoguera) de Arthur Honegger y libreto de Paul Claudel, estrenada en 1938 en Basilea, que fue representado en distintas oportunidades en el escenario del Teatro Colón (la última vez en 2002 con la prestigiosa actriz Dominique Sanda como Juana de Arco y, a diferencia con lo que ocurrió con Mercedes Morán, la actriz francesa fue ovacionada al finalizar cada función).

La versión más famosa de ese oratorio fue la que dirigió Roberto Rossellini protagonizada por su esposa, la famosa actriz Ingrid Bergman. Estrenada en 1953 en el Teatro San Carlo de Nápoles, tuvo un recorido por Europa pasando por La Scala de Milán, la Ópera de Paris, la Ópera de Estocolmo, la Ópera de Barcelona y el Teatro Stoll de Londres. La obra narra la vida de la Doncella de Orleans, quien, durante el juicio que la condena a su muerte en la hoguera, recuerda episodios de su vida desde que comienza a experimentar visiones del Arcángel Miguel y de Santa Margarita que la inducen a colaborar con Carlos VII para tratar de liberar a Francia del dominio inglés. Los críticos que pudieron apreciar su actuación señalaron que Bergman en forma convincente diferenciaba en su personaje lo humano de lo divino. Ella ya había encarnado a Juana de Arco en 1946 en la obra Joan of Lorraine, de Maxwell Anderson, y en 1948 había protagonizado la película Juana de Arco, dirigda por Victor Fleming, y esas experiencias le ayudaron a componer magistralmente en el oratorio su personaje tan admirado.

Rossellini, como corolario de la gira, convirtió a su versión del oratorio en una película (Giovanna D’Arco al rogo). Lamentablemente le resultó difícil venderla porque tal vez los distribuidores pensarían que un film de estas características estaba destinado a un público muy reducido. De todos modos, la película quedó como una muestra de la manera apropiada para representar un oratorio en un escenario.

CULTURA

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2021-10-17T07:00:00.0000000Z

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