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Hechos, verdades y negacionismo

Aparece en castellano un libro fundamental, que aporta pruebas documentales, para analizar la forma en que Turquía fue construyendo la negación del genocidio armenio desde el mismo momento en que lo cometía.

TANER AKçAM*

Existe una anécdota según la cual el Primer Ministro francés Clemenceau, poco antes de su muerte en 1929, conversaba amigablemente con un representante de la República de Weimar acerca de la culpa del surgimiento de la Primera Guerra Mundial. “¿Cuál crees –le preguntaron a Clemenceau– que será la opinión de los futuros historiadores sobre este tema tan conflictivo y controversial?”. “Eso no lo sé –respondió–. Pero estoy seguro de que no dirán que Bélgica invadió Alemania”.

La relación entre hechos y verdad sigue siendo motivo de debate acalorado en el campo de las ciencias sociales. Como regla general, los hechos, las opiniones y las interpretaciones se consideran cuestiones diferentes y separadas entre sí. La “verdad” se basa en hechos establecidos, sobre los que existe consenso; como tales, no son lo mismo que las opiniones o las interpretaciones; negar la verdad implica negar hechos establecidos. O eso nos gusta creer. Sin embargo, tal como en cierta ocasión reflexionó Hannah Arendt: “Pero ¿existen hechos independientes de la opinión y de la interpretación? ¿Acaso generaciones enteras de historiadores y filósofos de la historia no han demostrado la imposibilidad de establecer hechos sin una interpretación, ya que en primer lugar hay que rescatarlos de un puro caos de acontecimientos (y los principios de elección no son los datos objetivos) y después hay que ordenarlos en un relato que se puede transmitir sólo dentro de cierta perspectiva, que no tiene nada que ver con

los sucesos originales? Sin duda, estas y muchas otras incertidumbres de las ciencias históricas son reales, pero no constituyen una argumentación contra la existencia de la cuestión objetiva ni pueden servir para justificar que se borren las líneas divisorias entre hecho, opinión e interpretación, o como una excusa para que el historiador manipule los hechos como le plazca”.

Siguiendo el pensamiento de Arendt, podemos afirmar que cada generación tiene derecho a escribir su propia historia y a interpretar los hechos según su propia perspectiva, pero no a modificarlos. Debe hacerse un esfuerzo honesto por distinguir entre lo que se afirma que sucedió y aquello que la evidencia indica que realmente sucedió. Nadie tiene el derecho de manipular la materia fáctica en sí misma.

En este contexto, la práctica del “negacionismo” de las atrocidades en masa suele ser considerada una simple negación de los hechos, pero no es así. Más bien, el negacionismo germina en ese territorio nebuloso entre los hechos y la verdad. El negacionismo ordena sus propios hechos y posee su propia verdad. En definitiva, el debate sobre el negacionismo

Una generación tiene derecho a escribir su historia, pero no a modificar los hechos

no gira en torno de la aceptación o el rechazo de ciertos hechos ya reconocidos o de una verdad que se derive de ellos. Se trata en cambio de una lucha de poder entre distintos conjuntos de hechos y verdades, que siempre responden a segundas intenciones.

Esta lucha de poder puede apreciarse respecto de la realidad del Genocidio Armenio, que en el período 1915-1918 tuvo como consecuencia la muerte y/o el asesinato de más de un millón de personas. Luego, durante todo el siglo XX, los sucesivos gobiernos turcos lograron crear e instalar su propia visión de la “historia oficial” y mantuvieron a “la historia como rehén”, con sus propias verdades y su propia prueba documental. De ese modo consiguieron, como mínimo, una amplia difusión de su propia “perspectiva histórica”, elevada al nivel de posibilidad histórica razonable. El negacionismo turco respecto de los hechos de la Primera Guerra Mundial constituye quizás el ejemplo más exitoso de cómo la difusión de falacias y falsedades de modo bien organizado, deliberado y sistemático puede jugar un rol importante en el debate público, utilizando afirmaciones fácticas para construir una falsa “verdad”. Quienes respetan el dicho “todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos” han seguido con asombro los debates públicos e históricos sobre el Genocidio Armenio en las últimas décadas, en los que muchas verdades basadas en hechos fueron desacreditadas y relegadas a la categoría de mera opinión. Mantener oculta la verdad y condenarla al silencio ha sido un aspecto fundamental de esta estrategia.

(...)

El siguiente fragmento de Michel-Rolph Trouillot resulta absolutamente pertinente: “Los silencios entran en el proceso de producción histórica en cuatro momentos cruciales: el momento de creación de los hechos (cuando se hacen las fuentes); el momento de ensamblaje de los hechos (cuando se hacen los archivos); el momento de rescate de los hechos (cuando se hacen los relatos); y el momento de importancia retrospectiva (cuando, en definitiva, se hace la historia)”. Yo añadiría un quinto: el momento de destrucción o intento de refutación de la autenticidad de documentos cruciales.

Así como cada caso de genocidio posee su propia singularidad, el caso armenio es único en cuanto a los permanentes esfuerzos que se han hecho por negar su historicidad, y por ocultar, por lo tanto, las verdades que lo rodean. Otra característica de este negacionismo es que fue inherente al genocidio desde su mismísimo comienzo. En otras palabras, la negación del Genocidio Armenio no surgió con las masacres, sino que fue parte intrínseca del propio plan genocida previo. La deportación de los armenios desde sus tierras natales al desierto sirio y su aniquilamiento –tanto durante el camino como en el sitio de llegada– se llevaron adelante bajo la fachada de una decisión de reasentarlos. Todo el proceso, de hecho, se organizó y se ejecutó intentando presentar esa imagen.

Si bien no podemos discutirla aquí en detalle, la pregunta más apremiante en este contexto es la referente a los motivos de esta política en particular. La razón más importante para su elección parece ser la debilidad del Estado otomano en esa coyuntura. Las autoridades otomanas tuvieron que organizar todo el proceso de deportación y exterminio bajo el escrutinio de Alemania y de Estados Unidos. Dependían del apoyo militar y financiero alemán, y querían que los estadounidenses se mantuvieran como una potencia neutral; no podían ignorar a estas dos potencias y se veían compelidos a justificar sus acciones. La negación y el engaño fueron modos significati

vos de suavizar la presión alemana y estadounidense. Otra razón parece ser la falta de un movimiento ideológico de masas dentro de la sociedad otomana que brindara apoyo popular a una política genocida.

Esto también explica el alto grado de corrupción y sobornos entre los burócratas otomanos, factor que jugó un rol relevante (especialmente en Siria) y que constituye uno de los temas de este libro, y la incitación que hacía el gobierno a la población para que saquearan a los armenios en condiciones de vulnerabilidad, como un incentivo a apoyar la política genocida.

La documentación oficial que presenta a toda la deportación y el exterminio como un reasentamiento legítimo comenzó a elaborarse desde los primeros días. En otras palabras, lo que Trouillot describió como “el momento de creación de los hechos (cuando se hacen las fuentes)” empezó –si no antes– el 24 de abril de 1915, fecha que funciona como indicador simbólico del inicio del Genocidio Armenio.

Ese día, unos doscientos intelectuales y líderes comunitarios armenios fueron arrestados en Estambul y enviados a Ayas y a Çankırı (a la cárcel o en detención domiciliaria), ambas cercanas a la ciudad de Ankara, y durante los meses siguientes se continuó trasladando allí a más intelectuales. La mayoría de ellos serían luego re-deportados hacia su destino final y asesinados durante el trayecto. Los archivos otomanos están repletos de documentos que informan que estas personas murieron por ataques cardíacos u otras causas naturales, o que, en cambio, huyeron o fueron liberadas en algún momento. En un artículo escrito por Yusuf Sarınay –quien se desempeñó durante muchos años como director general de los archivos otomanos–, basado en estos documentos, se afirma que de los 155 intelectuales llevados a Çankırı, sólo 29 fueron retenidos en prisión, 35 fueron declarados inocentes y regresaron a Estambul, 31 fueron indultados por el gobierno y se les permitió viajar libremente a cualquier ciudad de su elección, 57 fueron deportados a Deyr-i Zor y 3 extranjeros fueron destinados al exilio. Se sostiene que ninguno de ellos fue asesinado.

A continuación brindaremos ejemplos contundentes que ilustran el proceso de “creación de los hechos” y el desarrollo de un relato histórico determinado. El destacado diputado armenio por Estambul, Krikor Zohrab, fue arrestado en esa ciudad el 2 de junio de 1915 y trasladado a Diyarbakır, en el sudeste de Anatolia, bajo el pretexto de que debía afrontar un juicio militar. No obstante, fue asesinado en el camino –su cráneo fue destrozado con una roca– cerca de Urfa, el 19 de julio. En el mismo momento en que se asesinaba a Zohrab, se preparaban documentos oficiales que informaban de su muerte a causa de un ataque cardíaco. Según un comunicado fechado el 20 de julio 1915, firmado por un médico de la municipalidad de Urfa, Zohrab había experimentado dolores en el pecho mientras estaba en esa ciudad, por lo que debió ser atendido y se le prescribió un tratamiento. Luego de haberlo realizado, se reanudó su traslado a

Diyarbakır, y más tarde llegó el informe de que había muerto durante el viaje. El médico viajó hasta el lugar del deceso y determinó que se había producido por una falla cardíaca.

Otro informe sobre este hecho es el que le encargó el gobierno al sacerdote Hayrabet, hijo de Kürkçü Vanis, un miembro del clero de la Iglesia Armenia en Urfa. En este documento, que lleva su propia firma, el religioso afirma que Zohrab “murió como consecuencia de una afección cardíaca” y fue enterrado “según [sus] tradiciones religiosas”.

En la parte inferior del informe, hay una nota que certifica que se trata de “la firma personal de Hayrabet, hijo de Vanis, de los curas de la Iglesia Armenia de Urfa”, junto con el sello oficial de las autoridades otomanas. Poseemos un tercer documento oficial que también indica que Zohrab murió a causa de un accidente. Según un cable del Ministerio del Interior enviado a Alepo el 17 de octubre de 1915, se había confirmado por medio del documento de investigación “número 516, fechado el 25 de septiembre de 1915, que [Zohrab] pereció como resultado de una desavenencia acontecida durante el trayecto”.

Como hemos visto, los “hechos y verdades” oficiales afirman que Zohrab murió a causa de un ataque cardíaco, y existe suficiente documentación al respecto. Más adelante, este hecho dejó de utilizarse como parte sustantiva del relato negacionista, ya que los asesinos de Zohrab, Çerkez Ahmet y sus cómplices, miembros conocidos de la Organización Especial Unionista, fueron arrestados, acusados, sentenciados a la pena capital y ejecutados.

Los documentos para esconder los hechos se elaboraron desde los primeros días

El gobierno incitaba a la población a saquear a los armenios

EL OBSERVADOR

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2021-11-28T08:00:00.0000000Z

2021-11-28T08:00:00.0000000Z

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