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Nadar, caminar, pedalear, escribir

El mar interior

En El mar interior –novela ganadora del primer premio del Fondo Nacional de las Artes 2019–, Matías Capelli narra la experiencia del desarraigo no desde la perspectiva trágica del exilio o la emigración involuntaria, sino desde una decisión que, sin embargo, está sostenida por la incertidumbre. Milton, el protagonista de la segunda novela de Capelli, recorre (distraído, abrumado, cautivado) las calles de Ámsterdam con su bicicleta Sparta intentando salir de su cabeza, pero lo que la ciudad sobre el agua le devuelve es la materia de su inestabilidad anímica. La ciudad, diseñada, racional, funciona como el círculo por donde Milton gira en falso tratando de mantener pequeñas rutinas de salvación que le amortigüen el vértigo de ser un periodista argentino sin trabajo fijo en otro país.

Acompañando a su pareja (una música becada) y sostenido por una indemnización que va mermando, Milton se establece breves sistemas de supervivencia que lo ayudan (con fallas) a soportar la decisión de habitar otra cultura. Ordenar, comprar, regar, nadar y andar en bicicleta se vuelven funciones vitales para el protagonista que, después de cansar sus brazos bajo el agua, se sienta a escribir notas encargadas para medios argentinos. “Publicar en la prensa le parecía una forma de no perder la conexión con esa realidad”. Pero la escritura periodística, si bien lo distrae de la incerteza general, funciona como espejo de una crisis más profunda. “Más que el periodismo en sí, lo que le generaba rechazo era algo relacionado con los medios; era como pertenecer a una organización con la que uno no comulgaba aunque inevitablemente terminara contagiándose de la codificación reduccionista de las cosas, la conciencia fantasmal de un lector promedio, una adicción por las frases hechas, el remate fácil, la mentalidad de plateísta morboso colonizado por ideas de éxito, de lo nuevo, de lo interesante ecualizadas por el sentido común”.

Si bien está escrita en tercera persona, la novela consigue rápidamente un tono íntimo, personal: la voz de Milton. Es esa voz, curiosa y frágil, navega las aguas de una lengua extranjera e intenta romper la barrera cultural arrojándose a la experiencia de observar y escuchar. Desde episodios confusos –casi pasos de comedia– con las normas de convivencia y las historias personales de otros extranjeros, hasta breves crónicas históricas de los

La ciudad, diseñada, racional, funciona como el círculo por donde Milton gira en falso tratando de mantener pequeñas rutinas de salvación que le amortigüen el vértigo.

Países Bajos, Milton va dejándose llevar por la cadencia de la narración, como si ésta fuera el agua de los canales que conecta los puntos de la ciudad. Buscando en los límites terrestres, en el afuera de su origen, lo que a Milton se le revela es la fractura de la identidad. “Boyaba a la deriva, tenía un trabajo a distancia y un lugar allá, en Buenos Aires, un lugar que cada vez iba difuminándose más. Era alguien todavía, o mejor dicho había sido alguien allá, pero acá todavía no, no era ni un inmigrante, ni un exiliado”.

Nadar, caminar, pedalear, escribir. Acciones que sostienen a Milton en su aventura por una ciudad que disfraza su control de organización, su vigilancia de moderación. En el terreno vidrioso de la extranjería, los vínculos afectivos y los fragmentos de una profesión, Milton configura su propio viaje al fin de la noche.■

CULTURA

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2022-05-15T07:00:00.0000000Z

2022-05-15T07:00:00.0000000Z

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