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¿A cuántas cosas tememos?

AGUSTINA BAZTERRICA*

La primera pregunta que me hago es: ¿se puede hablar de literatura de terror argentina? En El libro de los géneros recargado, Elvio E. Gandolfo reflexiona sobre la literatura de terror: si la historia argentina fuera un relato, probablemente caería, de manera difuminada y con bordes indecisos, bajo la categoría de varios estilos, todos relacionados con el paroxismo (comedia, grotesco, absurdo, terror). Y creo que en esa hibridación de la que habla Gandolfo están los aportes más interesantes.

En nuestra literatura, los bordes se entremezclan, se enriquecen, y creo que tiene que ver con el hecho de que en nuestro país el terror no se ubicó en una zona central o canónica, a diferencia de lo que ocurrió en países como Estados Unidos, donde hubo y hay escritores dedicados al terror, como Shirley Jackson, Poe, Lovecraft, King, Straub, etc. Si bien nuestros escritores incursionaron con algunas obras en atmósferas ominosas, siniestras o con cierta maldad psicológica –pienso en Quiroga y La gallina degollada;

Cortázar y La escuela de noche; Borges y El otro encuentro, Silvina Ocampo y Cielo de claraboyas o La novia del muerto, de Manuela Gorriti–, el terror se movió por zonas marginales. Pero, justamente, creo que esa es su mayor fortaleza, porque permitió una mayor libertad, ahondar en el riesgo y en la experimentación, y eso implica salirse del corsé, hibridar. A diferencia del relato policial, la narrativa fantástica o la ciencia ficción, el terror no contó con colecciones específicas en la literatura argentina. Tampoco hubo revistas que se dedicaran específicamente al género, y las primeras antologías recién se publicaron a principios de este siglo. Con pocas excepciones, ningún escritor importante lo consideró entre sus preocupaciones. Sin embargo, estuvo allí, en las raíces. Novelas, cuentos, recopilaciones y estudios especializados lo rescatan ahora desde los márgenes más oscuros del pasado.

Hoy en día, la niebla en la que parecía estar oculto el género de terror en la literatura argentina poco a poco se va despejando. Hay obras de autoras argentinas consideradas del género publicadas por grandes editoriales que ganan premios y son traducidas a muchísimos idiomas, como Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez; o Distancia de rescate, de Samanta Schweblin. También surgieron editoriales que apuestan a publicar obras del género, como Muerde Muertos y Pelos de Punta. Por supuesto, no son las únicas.

¿A cuántas cosas tememos?, se preguntaba Stephen King en El umbral de la noche. La respuesta de la ficción podría incluir a los hijos (Como una buena madre, de Ana María Shua; y Rincón, de Vera Giaconi), los desconocidos (El verdadero negocio del señor Trapani, de Pablo De Santis), los jóvenes y lo sobrenatural (Chicos que vuelven, de Mariana Enriquez), el desierto, “la tierra misteriosa del otro” (El intercesor, de Diego Muzzio), las desviaciones religiosas (Me verás volver, de Celso Lunghi), la vejez (La viuda, de Lucina De Luca), el fanatismo y la perversión (La misa del diablo, de Miguel Prenz) y la lista sigue con obras singulares como La masacre de Kruguer, de Luciano Lamberti, y la excepcional novela Brujas de Carupá, de Luis Mey. Creo que esta lista contesta la pregunta del inicio: sí, ya se puede hablar de literatura de terror argentina, y se puede hablar mucho.

*Es autora de los libros como Antes del encuentro feroz (2016), Cadáver exquisito (2017) y Diecinueve garras y un pájaro oscuro (2020).

CULTURA / NOTA DE TAPA

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