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Al capitán del puerto

Quería estar seguro de alcanzarte; aunque mi barco iba en camino se quedó atrapado en algunos amarres. Siempre estoy atando y después decidiendo partir. En tormentas y al atardecer, con los espirales metálicos de la marea alrededor de mis insondables braz

POR JUAN ARABIA

Coordenadas para una aproximación a la poesía

Si la circulación de libros, charlas y talleres tuvo un sesgo en 2022, fue el creciente protagonismo de innumerables ferias a lo largo y ancho del país. Entre ellas se destacó la FED, feria de editores, realizada en un gran galpón en Chacarita. Desde el bar del entrepiso, la vista panorámica de la gente que inundaba los pasillos hacía pensar en un enjambre. Miles de visitantes, potenciales lectores, ajetreados frente a filas de mesas y más mesas cubiertas de libros, ¿qué buscaban? ¿Qué perseguían lectores y lectoras, escritores y escritoras, también entre la concurrencia, en estos tiempos revueltos, signados por la deconstrucción, las pandemias, la guerra y su consecuente masa de incertidumbre?

Vanina Colagiovani, de Gog & Magog, dio la pista para una posible respuesta. En la FED, dijo, “se hace evidente que las personas buscan determinados libros, libros que tienen un brillo especial. Pueden ser de poesía, que saltan el gueto de los lectores de poesía que son a su vez también poetas, o pueden ser de ensayo”.

Y es que en los tiempos que corren, más allá de la función primaria de la literatura de entretener, del goce estético del lenguaje, hacen falta nuevas ideas, líneas de pensamiento que iluminen alternativas, orienten en la maraña de información que contamina la actualidad.

A propósito, una de las charlas realizadas en la FED fue “La emoción de las ideas, sobre el ensayo como práctica literaria”. Convocada por las editoriales Gog & Magog y DocumentA/ Escénicas, las invitadas fueron las escritoras María Negroni, Betina González y Eugenia Almeida, quien no pudo viajar por un estado gripal, pero envió un comentario sobre su ensayo Inundación (publicado en esta misma nota).

La charla se abrió con la pregunta a las autoras acerca de los modelos y motivaciones que las llevaron a escribir un ensayo.

Betina González se refirió a su libro La obligación de ser genial (2021), que va por su tercera edición. Podría ir muy lejos, dijo, hasta Rousseau. Pero prefirió indicar en el origen un texto en particular, Le Wave in the Mind, de Ursula K. Le Guin, traducido al español como Contar es escuchar. En él, Le Guin habla de la inspiración, esa ola que captura cuando se escribe. “Uno puede tener las ideas, pero si no encuentra esa ola que lleva las ideas a las palabras y a un ritmo que se va armando solo, no se puede sentar a escribir”, sostuvo.

Por su parte, María Negroni señaló que le resulta difícil separar el ensayo de otros géneros. Su biblioteca pasa de una manera arbitraria de libros de poesía a novela, a no ficción y a ensayo, dijo. Y con el tiempo se dio cuenta de que tenía cierta predilección por la lectura de ensayos. En cuanto a cuál la marcó, citó varias referencias posibles, desde los franceses Alain Badiou y Roland Barthes a Jorge Luis Borges y Octavio Paz en

la tradición latinoamericana. Lo que le resultaba interesante, subrayó, “es cuando esos ensayos vienen de la mano de la producción narrativa o poética, cuando hay un sistema de ideas que sustenta la narración. Cuando una tiene la suerte de que ese escritor o escritora ponga este sistema de ideas a la vista, le produce el mismo placer que le produciría entrar en la biblioteca de una escritora que admira y mirarle los libros que lee”.

Una de las máximas del popular decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga pregona: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”. Toda la charla estuvo surcada por alusiones a esta recomendación o similares, adjudicadas a autores diferentes. Recordar las emociones, evocarlas como sugiere Quiroga, es mucho más que tenerlas en la memoria: es hacerlas pasar de nuevo por el corazón, según la bella etimología de la palabra recuerdo.

El primer ensayo que escribió González fue, precisamente, sobre la emoción en narrativa. “Tenía mucho que ver con lo que me pasaba en las clases. En ese momento yo estaba dando una clínica en casa y había discusiones con los asistentes. ¿Por qué traían textos tan planos, textos que no conmovían? ¿Cuál era el problema, por qué no lo veían?, me preguntaba parada frente a la biblioteca. No tenía que ver con una falta de destreza o maestría de los participantes, sino con una tradición narrativa, una suerte de boom en los 90 a partir de Carver. Con cierto realismo sucio norteamericano que acá se leyó y se copió de una manera muy rara”. Esta tradición, según González, se habría apoyado erróneamente en una literatura traducida y cercenada por el trabajo de Gordon Lish, el editor de los cuentos de Carver. Y trajo consigo la pretensión de escribir desde la asepsia, suprimiendo las emociones.

González escribe sobre el posible porqué de la malinterpretación de esta idea. “Creo que una de las razones por las cuales no se habla de la emoción en relación con la literatura es que con frecuencia se confunde con “lo sentimental”. Es una distinción importante. “Un texto sentimental es aquel en el que la emoción está en la superficie –generalmente en los adjetivos, en las frases declarativas de los sentimientos y en el habla de los personajes–”, se lee en La obligación de ser genial. Y más adelante: “El texto sentimental es complaciente: se complace en su descarga emocional y del otro lado no espera más que empatía. En contraposición, la buena literatura quiere tanto ser comprendida como no serlo, arriesga el malentendido, el sobreentendido y la incomprensión. Arriesga, en definitiva, el sentido, que es elusivo, siempre abierto, siempre negociado con y habilitado por la lectora”.

Para González, es inevitable que aparezcan argumentos que tienen que ver con lo autobiográfico, “sobre todo si estás escribiendo sobre qué significa ser mujer y ser escritora. Sale la historia personal, no es que partió de ahí el ensayo. Si estás mirando el campo literario y viendo que hay un canon masculino y estás trabajando ese tema, por más que estés citando a un montón de feministas que ya lo trabajaron, sería realmente muy hipócrita no involucrarse en esa escritura con la propia historia, ¿no?”, dijo.

El título de su ensayo, La obligación de ser genial, deja entrever esa exigencia superlativa que pesa sobre las artistas para hacerse un lugar y ser visibles en el modelo patriarcal. En efecto, en la segunda parte del libro, a partir de experiencias personales, la autora da cuenta de los obstáculos que, aún hoy, en el siglo XXI, debe atravesar una mujer que encara una profesión, un arte, históricamente masculino.

“La obligación de ser genial es la respuesta al lugar inferior, a la posición desplazada”, escribe Ricardo Piglia a propósito de Marechal y su lugar desplazado por su condición de peronista confeso durante y luego de la Libertadora”, cita González. Y encuentra que esta sentencia puede aplicarse a cualquier mujer que escriba. Para ser aceptada, no alcanza con ser buena. Una mujer debe ganarse su ingreso al mundo de las letras siendo brillante. Mientras que los hombres accederían de modo natural por su posición de dominio de género.

Aunque algunos capítulos del libro tienen más de diez años y fueron escritos antes de que llegara el debate por el lenguaje inclusivo, en el texto se recurre al uso del femenino. En una entrevista, la autora cuenta el porqué: “Usé el femenino deliberadamente, igual que lo hago en mis clases. Ese gesto, esa intervención, es algo que el movimiento feminista ya viene haciendo en inglés desde los 80 (marcar en femenino los posesivos para salir del ‘his’ que se usaba como regla para ‘writer’ o ‘author’) y para mí es muy potente. La intervención que logra el uso del femenino va más allá del mundo de la literatura”, señala González. “Es un modo de despertar a quien lee al hecho de que todo sujeto social siempre ha sido masculino. Siento que en Argentina nos saltamos esa marcación, que es poderoso el uso del femenino para marcar eso. Y en ese hablar, recupero, además, el sonido hermoso de la letra ‘a’”.

El ensayo en torno a la escritura incluye numerosos ejemplos en todas las tradiciones literarias, desde Eudora Welty a Marguerite Duras, desde Liliana Heker a Carlos Skliar, por citar algunos. Pero una serie de ensayos sobre el tema resulta novedosa. La colección, reunida por DocumentA/Escénicas, está inspirada, precisamente, en el libro Escribir, de Marguerite Duras. Ese libro, dice la editora Gabriela Halac, la hizo pensar en cómo acompañar, cómo mostrar ese lugar de fragilidad, pensamiento, dudas, experiencias singulares en y hacia la escritura. Así, convocó a tres autores que se

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