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Por qué menciono a las mujeres

inclinaciones que poseen. Así, podrán volverse obreras hábiles en su oficio, buenas madres de familia capaces de educar y dirigir a sus hijos y de ser para ellos, como lo dice La Presse, “profesoras particulares naturales y gratuitas de las lecciones de la escuela”, y para que puedan servir también como agentes moralizadores para los hombres sobre los cuales tienen influencia desde el nacimiento hasta la muerte.

¿Comienzan a comprender, ustedes, hombres que gritan que aquello es escandaloso antes de querer examinar el asunto, por qué reclamo derechos para la mujer? ¿Por qué quisiera que esté situada en la sociedad en condiciones de igualdad absoluta con el hombre, y que goce de esta situación en virtud del derecho legal con el que todo ser viene al nacer?

Reclamo derechos para la mujer porque estoy convencida de que todas las desgracias del mundo provienen del olvido y desprecio en el que se han tenido hasta hoy a los derechos naturales e imprescriptibles de la mujer. Reclamo los derechos para la mujer porque es la única manera de ocuparse de su educación y porque de la educación de la mujer depende la del hombre en general, y particularmente, la del hombre de pueblo. Reclamo derechos para la mujer porque es el único medio de obtener su rehabilitación ante la Iglesia, ante la ley y ante la sociedad y porque es necesaria esta rehabilitación previa para que los obreros mismos sean rehabilitados. Todos los males de la clase obrera se resumen en estas dos palabras: miseria e ignorancia, ignorancia y miseria. Ahora bien, para salir de ese dédalo solo veo un medio: comenzar por instruir a las mujeres porque son las mujeres las encargadas de instruir a los niños varones y hembras.

Obreros, en la situación actual ustedes saben lo que sucede en sus hogares. Usted, el hombre, el amo que tiene derecho sobre su mujer, ¿vive con el corazón contento?, dígame: ¿es usted feliz?

No, no, es fácil percibir que, a pesar de su derecho, no está ni contento ni feliz.

Entre el amo y el esclavo no puede haber más que la fatiga del peso de la cadena que liga el uno al otro. Ahí donde la ausencia de libertad se hace sentir, la felicidad no puede existir.

Los hombres se quejan sin cesar del humor agrio y del carácter artero y sordamente malvado que manifiesta la mujer en casi todas sus relaciones. ¡Oh! Yo tendría una muy mala opinión de la raza mujer, si en el estado abyecto en que la ley y las costumbres las han situado, las mujeres se sometieran al yugo que pesa sobre ellas sin proferir un murmullo. ¡Gracias a Dios no es así! Su protesta ha sido incesante desde el inicio de los tiempos. Pero después de la Declaración de los derechos del hombre, acto solemne que proclamara el olvido y el desprecio que los hombres nuevos sienten por ellas, su protesta ha tomado un carácter de energía y violencia que prueba que la exasperación de la esclava ha llegado al colmo.

Obreros, ustedes que son sensatos y son personas con las que se puede razonar, porque no tienen –como dice Fourier– el espíritu atiborrado de un montón de reglas, ¿quieren suponer por un momento que la mujer es por derecho igual al hombre? ¡Pues bien! ¿Cuál sería el resultado?:

1. Que desde el instante en que ya no se tuviera que temer a las consecuencias peligrosas que acarrea necesariamente, en su estado actual de servidumbre, el desarrollo moral y físico de las facultades de la mujer, se le instruiría con mucho cuidado para poder sacar de su inteligencia y de su trabajo el mejor partido posible.

2. Que ustedes, hombres del pueblo, tendrían como madres a obreras hábiles, que ganan buenos jornales, instruidas, bien educadas y muy capaces de instruirlos, de educarlos a ustedes, obreros, como conviene a los hombres libres.

3. Que ustedes tendrían como hermanas, como amantes, como amigas, a mujeres instruidas, bien educadas y cuyo comercio diario seria de lo más agradable para ustedes: porque nada es más dulce, más suave para el corazón del hombre que la conversación de las mujeres cuando son instruidas, buenas y conversan con sensatez y bondad.

Hemos lanzado una ojeada rápida sobre lo que sucede actualmente en los hogares obreros; examinemos ahora lo que pasaría en esos mismos hogares si la mujer fuera igual al hombre. El marido, al saber que su mujer tiene derechos iguales a los suyos, no la trataría más con el desdén y el desprecio que se usan con los inferiores; por el contrario, la trataría con el respeto y la deferencia que se otorgan a los iguales. Por lo tanto, ya no habría más motivo de irritación para la mujer, y una vez destruida la causa de la irritación, la mujer ya no se mostraría más brutal, ni artera, ni agria, ni colérica, ni exasperada ni malévola. Al ya no ser vista en la casa como la sirvienta del marido, sino más bien como la asociada, la amiga, la compañera del hombre, se interesará naturalmente en la asociación y hará todo lo posible para hacerla fructificar. Al tener conocimientos teóricos y prácticos, empleará toda su inteligencia para dirigir su casa con orden, economía y juicio. Instruida y conocedora de la utilidad de la educación, empleará toda su ambición para educar bien a sus hijos, los instruirá ella misma con amor, supervisará sus trabajos de escuela, los colocará como aprendices en la casa de buenos patrones; en fin, los dirigirá en todas las cosas con solicitud, ternura y discernimiento. ¡Cuál será entonces la satisfacción del corazón, la seguridad de espíritu, la felicidad del alma del hombre, del marido, del obrero que posea a una mujer semejante! Al encontrar inteligencia en su mujer, buen juicio, miras elevadas, podrá conversar con ella de temas serios, comunicarle sus proyectos, y de común acuerdo con ella, buscar los medios para mejorar aún más su posición. Halagada por su confianza, ella lo ayudará en sus empresas y negocios, sea mediante sus buenos consejos, sea mediante su actividad. El obrero, al estar él mismo instruido y bien educado, encontrará un gran encanto en instruir y desarrollar a sus jóvenes hijos. Los obreros, en general, tienen un muy buen corazón, les gustan mucho los niños. ¡Con qué valor trabajará este hombre toda la semana cuando sepa que debe pasar el domingo en compañía de su mujer, a la que amará, de sus dos pequeñas hijas traviesas, cariñosas, juguetonas, y de sus dos hijos ya instruidos que podrán conversar con su padre de temas serios! ¡Con qué ardor trabajará ese padre para ganar unos centavos además de su paga ordinaria para poder regalar a sus pequeñas hijas una bonita cofia y a sus hijos un libro, un grabado o cualquier otra cosa que él sabrá que les produce placer! ¡Con qué manifestaciones de alegría serían recibidos esos pequeños regalos! ¡Y qué felicidad para la madre ver el amor recíproco entre el padre y los hijos!

Está claro que, haciendo esta suposición, la vida de la pareja, de la familia, sería para el obrero lo más deseable. Al sentirse bien en su casa, feliz y satisfecho en compañía de su buena anciana madre, de su joven esposa y de sus hijos, no se le ocurriría salir de su casa para ir a distraerse a la taberna, lugar de perdición en el que el obrero pierde su tiempo, su dinero, su salud y embrutece

su inteligencia. Con la mitad de lo que un borracho gasta en la taberna, toda una familia de obreros que vivieran unidos podría ir a comer al campo en verano. La gente que sabe vivir sobriamente necesita tan pocas cosas. Allá, los hijos respirarán el aire puro, estarán felices de correr con el padre y la madre, que se volverán unos niños para divertirlos; y en la noche, la familia, con el corazón contento, los miembros un poco relajados del trabajo de la semana, regresará a su vivienda muy satisfecha de la jornada. En invierno, la familia irá a los espectáculos. Estas diversiones tienen una doble ventaja: instruyen a los niños, divirtiéndolos. Con una jornada pasada en el campo, una noche pasada en el teatro, ¡cuántos temas de estudio una madre inteligente puede encontrar para instruir a sus hijos!

En las condiciones que acabo de presentar, el hogar, en lugar de ser una causa de ruina para el obrero, sería por el contrario una causa de bienestar. ¿Quién no sabe hasta qué punto el amor y la satisfacción del corazón triplican, cuadriplican las fuerzas del hombre? Lo hemos visto en algunos ejemplos raros. Ha ocurrido que un obrero que adoraba a su familia y al que se le metió en la cabeza educar a sus hijos, hiciera, para lograr ese noble objetivo, el trabajo que tres hombres no casados no habrían podido hacer. Luego, el capítulo de las privaciones. Los solteros gastan mucho, no se privan de nada. Qué nos importa, dicen, después de todo, podemos beber y vivir alegremente puesto que no tenemos que alimentar a nadie. Mientras que el hombre casado, que ama a su familia, encuentra satisfacción en sacrificarse por ella y vive con una frugalidad ejemplar.

Obreros, ese pequeño cuadro, apenas esbozado, de la posición de la que gozaría la clase proletaria si la mujer fuera reconocida como igual al hombre, debe hacerlos reflexionar sobre el mal que existe y el bien que podría existir. Esto debe llevarlos a tomar una gran determinación.

Obreros, ustedes no tienen el poder para derogar las antiguas leyes y para hacer nuevas, no; sin duda; pero tienen el poder de protestar contra la desigualdad y contra las leyes absurdas que traban el progreso de la humanidad, que los hacen sufrir, a ustedes en especial. Ustedes, pueden, por lo tanto –es incluso un deber sagrado–, protestar enérgicamente en pensamiento, palabra y en escritos contra todas las leyes que los oprimen. Ahora bien, intenten entonces comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción los oprime a ustedes, hombres proletarios.

Para educarlo, instruirlo y enseñarle la ciencia del mundo, el hijo del rico tiene ayas e institutrices sabias, directoras hábiles, y, por fin, bellas marquesas, mujeres elegantes, espirituales, cuyas funciones en la alta sociedad consisten en hacerse cargo de la educación de los hijos de buena familia que salen del colegio. Es una función muy útil para el bienestar de esos señores de la alta nobleza. Esas damas les enseñan a tener cortesía, tacto, finura, habilidad, buenos modales; en una palabra, hacen de ellos hombres que saben vivir, hombres como se debe. Basta con que un joven tenga capacidad y si tiene la felicidad de estar bajo la protección de una de esas amables damas, su fortuna está hecha. A los 35 años está seguro de ser embajador o ministro. Mientras que ustedes, pobres obreros, para educarlos, para instruirlos, ustedes no tienen más que a su madre; para hacer de ustedes hombres que sepan vivir, ustedes no tienen más que mujeres de su clase, sus compañeras de ignorancia y miseria.

No es, por lo tanto, en nombre de la superioridad de la mujer (como no dejarán de acusarme) que yo les digo que reclamen los derechos para la mujer; claro que no. En primer lugar, antes de discutir sobre su superioridad, es necesario que se reconozca su individualidad social. Me apoyo en una base más sólida. Es en nombre de su propio interés, el de ustedes, hombres; en nombre de

Es necesario, decía Tristán, reconocer la individualidad social de las mujeres

Los males de la clase obrera se resumen en dos palabras: miseria e ignorancia

su mejoría, la de ustedes, hombres; en fin, en nombre del bienestar universal de todos y de todas que los comprometo a reclamar por los derechos para la mujer; y, mientras tanto, reconocérselos, aunque sea en principio.

Mientras reclaman para ustedes la justicia, muestren que son justos

Es entonces, a ustedes, obreros, que son las víctimas de la desigualdad de hecho y de la injusticia, es a ustedes a quienes compete establecer al fin el reino de la justicia y de la igualdad absoluta del hombre y la mujer sobre la tierra.

Denle al mundo un gran ejemplo, ejemplo que probará a sus opresores que es mediante el derecho que ustedes quieren triunfar y no por la fuerza bruta; ¡a pesar de que ustedes, 7, 10, 15 millones de proletarios podrían disponer de esta fuerza bruta!

Mientras reclaman para ustedes la justicia, demuestren que son justos, equitativos; proclamen, ustedes, hombres fuertes, hombres de brazos desnudos, que reconocen a la mujer como su igual y que esa es la razón por la cual le reconocen un derecho igual a los beneficios de LA UNIÓN UNIVERSAL DE LOS OBREROS Y DE LAS OBRERAS. Obreros, quizá dentro de tres o cuatro años tengan su primer palacio, listo para recibir a 600 ancianos y a 600 niños. ¡Pues bien! Proclamen en sus estatutos que se convertirán en SU CARTA, proclamen los derechos de la mujer a la igualdad. Que quede escrito en SU CARTA, que se admitirá en los palacios de la UNIÓN OBRERA, para recibir en ellos una educación intelectual y profesional, una cantidad igual de NIÑAS Y DE NIÑOS.

Obreros, en el 91 sus padres proclamaron la inmortal declaración de los DERECHOS DEL HOMBRE y es a esta solemne declaración que ustedes deben ahora el ser hombres libres e iguales en derecho ante la ley. ¡Honor a sus padres por esta gran obra! Pero, proletarios, les queda a ustedes, hombres de 1843, una obra no menos grande que cumplir. A su vez, liberen a las últimas esclavas que quedan aún en la sociedad francesa, proclamen los DERECHOS DE LA MUJER, y en los mismos términos que sus padres proclamaron los suyos, digan:

Nosotros, obreros franceses, después de 53 años de experiencia, reconocemos estar debidamente esclarecidos y convencidos de que el olvido y el desprecio en que se han mantenido los derechos naturales de la mujer son la única causa de las desgracias del mundo y hemos resuelto exponer en una declaración solemne inscrita en nuestra Carta, sus derechos sagrados e inalienables. Queremos que las mujeres sean instruidas respecto de nuestra declaración, para que no se dejen más oprimir ni someter a la injusticia y la tiranía del hombre, y que los hombres respeten en las mujeres, sus madres, la libertad y la igualdad de la que disfrutan ellos mismos.

1. Debiendo ser el objetivo de la sociedad la felicidad común del hombre y de la mujer, la UNIÓN OBRERA garantiza al hombre y la mujer el disfrute de sus derechos de obreros y obreras.

2. Esos derechos son: la igualdad a la admisión en los PALACIOS DE LA UNIÓN OBRERA sea como niños, heridos o ancianos.

3. Siendo para nosotros la mujer igual al hombre, queda claro que las niñas recibirán, aunque diversa, una instrucción tan racional, tan sólida y extensa en ciencia moral y profesional como la de los niños.

4. En cuanto a los heridos y los ancianos, el trato será el mismo para las mujeres que para los hombres.

Obreros, tengan por seguro que si tienen suficiente equidad y justicia para inscribir en su carta las escasas líneas que acabo de esbozar, esta declaración de los derechos de la mujer pasará pronto a las costumbres; de las costumbres a la ley, y antes de 25 años verán inscrito encabezando el libro de la ley que regirá a la sociedad francesa: IGUALDAD ABSOLUTA del hombre y de la mujer.

Entonces, hermanos míos, y solamente entonces, la

UNIDAD HUMANA se habrá CONSTITUIDO. ¡Hijos de la revolución del 89, he aquí la obra que sus padres les han legado!

TEXTUM

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2022-11-27T08:00:00.0000000Z

2022-11-27T08:00:00.0000000Z

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