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Arte al cuadrado

Se puede contar la historia política, económica y cultural del siglo XX narrando solamente la de Rusia. Esta sentencia arriesgada puede serlo aún más: se puede contar la historia del arte y la política de Rusia pasando por la vida y la obra de Kasimir Malévich, que nació en Kiev en 1878 y murió en 1935 de cáncer. Burliuk, Alexander Kruchenyj, Mayakovsky y Víctor Jlébnikov, artistas que, a mano limpia, propinaron Una bofetada al gusto público. Ese fue el título del manifiesto inexorable con el que los rusos daban comienzo al siglo pasado, en 1912, y pedían tirar por la borda del trasatlántico –ese con el que comparaban a la literatura rusa– a varios: “Pushkin, Dostoievski, Tolstoi, etcétera, etcétera, deben ser tirados por la borda del vapor del Tiempo Presente… Todos los Máximos Gorkis, Kuprins, Bloks, Sologubs, Remizovs, Averchenkos,

Chornys, Kuzmins, Bunins, etcétera, etcétera –solo necesitan quintas a la orilla de un río. Así recompensa el destino a los sastres”.

Esa sentencia, destino de sastre, es impulso suficiente para que Malévich quiera ir un poco más allá: en 1915 hizo su primer gran aporte a la historia del arte cuando llenó un salón con pinturas de planos geométricos de color suspendidas en infinitos espacios blancos. En ellas convergen una dinámica espacial y un significado poderoso.

El artista sintió que el futuro había llegado y que el Suprematismo, así llamó a la nueva tendencia, era con lo que podían pasar del arte ruso al nuevo arte soviético: la pura forma geométrica, en especial el cuadrado y el círculo. Es la no representación, la supremacía de la nada, del que El cuadrado negro es modelo y El cuadrado blanco sobre fondo blanco, epítome y cumbre de sentido.

CULTURA

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2023-02-05T08:00:00.0000000Z

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