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Inquietud poética

OMAR GENOVESE

De abrevaderos y rescoldos

Autor: Samuel Cabanchik Género: poesía Otras obras del autor: El revés de la filosofía; La redención de la realidad; Wittgenstein: una introducción; Desde el palacio; Mantel de hule Editorial: Ediciones en Danza, $ 1.900

“Irrumpen un temor y una angustia insoportables, asociados a un pensamiento: la soledad eterna del muerto”. Este libro de poemas posee un espacio final asociado al término “muro”, para la pintada, donde acciona una brocha de frases que, de definir la totalidad, escapa instalando lo evanescente de las certezas. ¿Qué muerto se instala en esta lectura sino el hablado por la incertidumbre? ¿Qué será de mi lengua cuando ya no esté? Por eso los poemas preceden, pero con una particular misión: incitar al subrayado y relectura. Un efecto de reconstrucción, en tanto regreso sobre el camino que borra sobre sí las huellas del calor que fuera humano.

Entonces, si “el poema orbita/ como una amenaza de la luz”, ocurre otro fenómeno “en el cadáver del poema,/ el tiempo sin usar”. De la misma forma, Cabanchik sugiere que las costuras del idioma generan otra materia de la imagen, que podemos pensar como deforme por ese mismo tiempo que desgastó la memoria. Piedras bajo el agua, rodando en el sinfín de la comunicación que ya no es tal. En su Arte poética, Jorge Luis Borges escribió en El enigma de la poesía: “San Agustín dijo: ‘¿Qué es el tiempo? Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me preguntan qué es, no lo sé’. Pienso lo mismo de la poesía”. De allí que en De abrevaderos y rescoldos podemos leer: “Sombra que toma luz prestada/ para no morir”. Porque también: “De abrevadero a sumidero/ se escurre el tiempo/ y emboza la costra de la historia/ entre las piedras del camino”. Sí, hay una forma que evoca al haiku, al maestro Matsuo Bash, el recorrido de

Hacia el final del libro, otra vez, las sentencias acuden como bálsamo: “La literatura es la filosofía que se ignora; la filosofía, con lo que ignora, hace una literatura”.

estas páginas construye un bosque de silencio con la misma resonancia de las palabras, especie de refugio amable, de ahí el regreso a contemplar.

Este escape de la perduración es también un gesto sobre sí, plegado para el impulso: “Sin medida para el sinfín/ de lo que sin nombre/ ahoga toda cosa en su vacío”; porque “nada que decir/ en el país de las cosas últimas”. Justamente, lo último es la poesía, su señal condenada porque “el poema es un matungo olvidado en el yermo”. Esta cuestión teórica en torno al acto de escritura, a la construcción imaginaria que la totalidad hace a lo universal babél ico, encuentra que la propia observación es la de un lector en falta, porque “el ojo se desnudó en el ojo”.

Hacia el f inal, otra vez, las sentencias acuden como bálsamo: “La literatura es la f i losof ía que se ignora; la filosofía, con lo que ignora, hace una literatura”. Esta noción vislumbra que sí existe un estilo de escritura en los filósofos, como también que ciertos novelistas deberían leer a Kant antes de intentar una sola oración más. O también frecuentar a Erasmo de Rotterdam y su Sobre la enseñanza firme pero amable de los niños, que no por ser díscolos dejaban de aprender.

Entonces: “La salida estética del obsesivo es la melancolía”, otra forma de la intimidad ante la pérdida de resonancias; así como la “voluntad de vivir: la curiosidad por saber cómo termina la novela”, eso sí, sin saltar las páginas, honesto lector. ■

CULTURA / LIBROS

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2023-03-26T07:00:00.0000000Z

2023-03-26T07:00:00.0000000Z

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