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Los testigos presenciales del terremoto de San francisco de 1906 y un instant book

En la mañana del 18 de abril de 1906, un terremoto de una magnitud de 7,9 grados sacudió brutalmente la bella San Francisco, sembrando destrucción y muerte. Se estima que más de 3.000 personas perdieron la vida a causa del sismo y otras 300.000 se quedaro

“The San Francisco Calamity by Earthquake and Fire” (“La calamidad de San Francisco por terremoto e incendio”, de 1906) fue conocido en la industria editorial como un instant disaster book, un “libro instantáneo sobre desastres”. Este género emergió en parte porque hubo tantos desastres a principios del siglo pasado que conmovieron al público norteamericano: la inundación de Johnstown de 1889; el huracán de Galveston de 1900; la erupción de 1902 del Monte Pelée; el incendio del Teatro Iroquois de 1903; el Gran Incendio de Baltimore de 1904; el incendio en 1904 del barco de vapor General Slocum; y finalmente, el terremoto de San Francisco de 1906, que mató a más de 3.000 personas y destruyó el 80 por ciento de la ciudad.

Todos estos se convirtieron en temas de libros que siguieron un cierto patrón. Un periodista era enviado apresuradamente al lugar, despachaba furiosamente el texto, el número de páginas se engordaba con cachivaches publicados previamente y se pegaban imágenes, cuantas más mejor. En pocos días se sacaba el libro al mercado, antes de que el interés por el desastre desapareciera. El autor de “The San Francisco Calamity” fue Charles Morris, aunque en realidad se le acredita como editor, un ardid que permitía a los editores tener más libertad en los componentes finales del libro. Morris fue un escritor profesional que publicó una gran cantidad de historias populares, así como novelas baratas bajo seudónimo. No está claro cuándo llegó a San Francisco desde Filadelfia, ni cuándo terminó su manuscrito, pero la editorial afirmó que fue cuestión de semanas. Si el libro no fue el primer relato sobre el terremoto, ciertamente estuvo entre los primeros.

Para justificar una cantidad de páginas suficientes para merecer ser un libro, “The San Francisco Calamity” incluía un estudio comparativo de muchos otros terremotos, así como una historia de la ciudad californiana. Pero el corazón del libro es una pequeña sección que comienza más o menos después de las primeras cincuenta páginas, cuando Morris cita directamente a sus atónitos entrevistados. Los relatos de sus testigos oculares son nítidos e inconexos, su experiencia aún no está despojada de su sorpresa. Nada ha sido suavizado ni estratégicamente olvidado. Describen un espectáculo de desastre, aún en desarrollo.

Un cartel publicitario de cerveza que se convierte en un tablero de mensajes públicos y se llena de avisos de muertes. Ladrones que cortan los dedos y muerden los lóbulos de las orejas para apoderarse de las joyas de los muertos. Refugios confeccionados con finas cortinas de encaje y manteles. Heridas sangrando y miles de personas sin nada que ponerse aparte de su pijama. Algunos sobrevivientes nunca dejaron de gritar y otros quedaron en coma. Algunos se negaron a separarse de su piano, de su máquina de coser, de su canario o del cuerpo de su amante. Los vagones de basura transportaban cadáveres. El aire estaba denso con el olor a gas y humo, y los cables eléctricos que colgaban de postes y edificios caídos arrojaban chispas azules.

Ricos y pobres, personas de origen chino y blancos, de repente dormían y comían juntos, para desconcierto mutuo. (Entre la mitad y las tres cuartas partes de la población se quedaron sin hogar). Había órdenes de disparar a matar a cualquiera que fuera sorprendido saqueando, a veces escenificadas como ejecuciones públicas, y cuando una manada de ganado corría en estampida por una calle central, transeúntes eran corneados y aplastados. El agua era tan escasa que la gente se tendía en el suelo para lamer los charcos de barro. Como le dijo un hombre a Morris: “Estamos tan ebrios y obnubilados por el horror que ahora nos tomamos esas historias con calma. Estamos saturados”.

El telón de fondo de estas historias eran interminables explosiones de dinamita. Como se sabe, los incendios espontáneos comenzaron casi inmediatamente después del terremoto. Como es menos conocido, las autoridades utilizaron dinamita como técnica de extinción de incendios. No había agua y pensaron que el fuego se propagaría con menos facilidad entre los escombros. No fue muy efectivo, y las consecuencias colaterales fueron tremendas, pero no había otra solución a la mano, por lo que las autoridades continuaron, volando partes cada vez más grandes de la ciudad: primero, edificios seleccionados, luego media cuadra, luego una toda la cuadra y, finalmente, veintidós cuadras de Van Ness Avenue, una milla y media de casas victorianas “hermosas y costosas” que en su mayoría no habían sido afectadas por el terremoto.

Morris justificó su periodismo morboso en el prefacio de su libro. El tiempo, argumentó, convertirá todo en “una masa indescifrable de miseria”. Obtener los detalles mientras están frescos era importante. Los detalles hacían que el registro histórico fuera preciso y también servía como una medida apropiada de simpatía pública. Las intenciones de Morris probablemente no eran tan elevadas como afirmaba, pero tenía razón en lo principal: hay una diferencia colosal entre saber que hubo un terrible terremoto en San Francisco en 1906 y saber, digamos, que una mujer dio a luz en algún lugar en medio de arbustos, sin ropa ni comida ni dinero ni agua, su casa destruida y explosiones de dinamita sonando de fondo.

Publicado originalmente en The Public Domain Review (https://publicdomainreview.org/collection/sanfrancisco-calamity).

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2023-06-04T07:00:00.0000000Z

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