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JUAN CARLOS FONTANA

Reencontrarse con este clásico animado de la ciencia ficción para adultos, en copias remasterizadas, a 48 años de su estreno no deja de ser un hecho gratificante.

Verlo hoy permite redescubrir un film que no ha perdido vigencia. Su historia se refiere a dos bandos enfrentados. Por un lado están los dominados, terráqueos u Oms (que en francés refiere a hombres, por hommes), más tarde convertidos en grupos rebeldes. Por otro, los Draags, que poseen un mayor conocimiento y dominio de la naturaleza y la tecnología. En esta sociedad distópica que propone el guion de Laloux y Topor, basado en la novela Oms

en série, de Stefan Wul, los Draags son dueños y señores del planeta en el que habitan. Estos personajes que parecen gigantes si se los compara con un humano, son de color azul y sus orejas se parecen a las de una criatura marina. No solo por su tamaño, también su inteligencia hace que consideren a los terráqueos, a los que se presume han secuestrado, como si fueran animales. Les colocan collares y los manipulan mediante un control remoto.

En el diseño de unos y otros se utilizó una variante del stopmotion, que provee a algunas de sus figuras de imágenes planas y colores opacos en lugar de los más luminosos de la Disney. Esa paleta de matices subraya el tono melancólico, que en algunas secuencias se quiebra, dando lugar a situaciones más violentas y explosivas. Escenas que son mechadas con desplazamientos parecidos al de los títeres, un estilo narrativo muy utilizado en 60 y 70 por la compañía del checo Jiri Trnka en sus animaciones. Si las imágenes de los Draags traen a la memoria a los curiosos personajes de los gigantes azules de Avatar, de James Cameron, también son claras en estos y otras figuras sus raíces surrealistas que remiten a las pinturas de Salvador Dalí, Hieronymus Bosch (el Bosco) y De Chirico.

La producción, que resultó curiosa para su época y recibió el premio especial del jurado en el Festival de Cannes en 1973, contiene escenas que en la actualidad chocan por su violencia solapada. La primera de ellas se da en la apertura, cuando se observa cómo una mujer con un niño en brazos es arrastrada cada vez con mayor violencia por una mano gigante de color azul, que termina matando a la mujer y dejando huérfano al chico que es adoptado por una joven alienígena. Es este niño, rebautizado Terr, el que mediante su voz en off narra el relato y al que Roland Topor convierte en el héroe de esta saga, no exenta de suspenso y de un constante interés que despierta en el que la observa.

CRÍTICA / CINE

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2021-07-24T07:00:00.0000000Z

2021-07-24T07:00:00.0000000Z

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