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Los robots asesinos ya dejaron atrás el territorio de la ficción

MARCELO RAIMON*

Las FF.AA. de varios países poseen vehículos aéreos no tripulados capaces de atacar a miles de kilómetros. Pero los veinte años de presencia de EE.UU. en Afganistán enseñan que los “daños colaterales” de su uso, por más desarrollo tecnológico que tengan, son muy altos.

Para la temporada de blockbusters del 2019 se estrenó en todo el mundo “Angel Has Fallen” (“Presidente bajo fuego” en América Latina), la tercera película de la saga en que el agente secreto Mike Banning (Gerard Butler) salva las vidas de mandatarios estadounidenses, en este caso a Allan Trumbull, encarnado por Morgan Freeman.

El filme en general es divertido, pero para nada memorable. Salvo el arranque, cuando Trumbull se encuentra lo más tranquilo pescando en un bote en las aguas de un lago en Williamsburg, Virginia, a unos 250 kilómetros de la Casa Blanca. La zona está acordonada por un pequeño ejército de guardaespaldas de la escolta presidencial, muy armados y con varios helicópteros. La escena es al mismo tiempo bucólica y tensa. Todo está tranquilo, pero sabemos que algo va a pasar.

Y pasa nomás: de repente en el cielo aparece una mancha oscura que se mueve como una plaga de langostas, pero no son insectos. Los agentes se ponen nerviosos y amartillan sus armas, las “langostas” se acercan y comienzan a separarse y bailar en el aire arriba de sus cabezas, y -en un momento- empiezan a disparar, creando un infierno de proyectiles.

El ataque del enjambre de drones abre la historia de la película y marca el tono. Como es habitual, está preparada con excelentes efectos especiales y es convincente. Pero, obviamente, no tanto porque es una fantasía. ¿Verdad?

Israel. Poco después, en julio de este año, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) dejaron saber que usaron enjambres de drones en sus incursiones contra Hamas durante el conflicto de mayo con el grupo radical islámico de la Franja de Gaza. Ya no se trataba de una película de acción norteamericana.

Según la prensa especializada en asuntos de defensa, estos ataques habrían sido los primeros de su tipo en la historia de la aplicación de vehículos aéreos no tripulados (UAVS, por su sigla en inglés) en acciones militares.

El portal israelí Walla dijo en aquel momento que los enjambres fueron lanza dos por las FDI al menos “una treintena de veces” durante la Operación Guardián de las Murallas contra Hamas y la Jihad Islámica.

Walla reveló que los ataques se consumaron después de “un año de prácticas” y que los drones fueron fabricados por la israelí Elbit Systems, una de las firmas líderes del sector.

Citado por el portal, un oficial israelí, el mayor “M”, cuyo nombre, como es costumbre, se mantuvo en secreto por razones de seguridad, señaló que, primero, los enjambres “recopilaron inteligencia precisa” que ayudó a otros UAVS a “llevar a cabo ataques contra los objetivos”.

“Después de un año de preparación y ejercicios llegó el momento” de utilizar los enjambres, añadió “M”, según el cual el sistema “es capaz de encontrar al enemigo, destruirlo y alcanzar el logro operativo que buscamos”.

La noticia fue comen

tada con un contenido asombro y admiración por parte de la prensa israelí. El Jerusalem Post, por ejemplo, dijo que “Israel lidera el camino a medida que los enjambres de drones llegan al Medio Oriente”, y apuntó que no se trataría de “robots asesinos” voladores, sino una reconversión de drones más o menos convencionales para adaptarlos a un complejo y sofisticado trabajo en red. Defenseone, un website dedicado al análisis de temas militares, advirtió que los ataques de enjambres de drones de Israel sobre Gaza “deberían preocupar a todos” y aseguró que “es hora de que los líderes mundiales establezcan nuevas reglas para estas armas del futuro, que ya se utilizan para matar”.

El reclamo de la publicación puede ser atinado, pero quedará por verse qué tan oportuno y qué tanta fuerza pueden tener los “líderes mundiales” para poner coto al uso militar de UAVS “asesinos”. En especial teniendo en cuenta que, desde hace décadas, los jefes de gobiernos de los mismos países están tratando de limitar las armas nucleares o las bombas racimo, sin mucha suerte que digamos.

Afganistán. Los drones de este tipo abundan en muchas regiones del planeta. Si bien no se sabe si ya se usaron en enjambres, enfrente de Israel, en Turquía, funciona la compañía STM, que está produciendo con mucho éxito los Kargu, una serie de “drones suicidas”, conocidos también como “proyectiles merodeadores” porque, en efecto, pueden acechar a sus blancos por horas y, cuando lo enganchan, atacarlo con proyectiles o lanzarse contra ellos estilo kamikaze.

Y, por cierto, una de las grandes guerras del principio de este siglo, la campaña de la coalición encabezada por Estados Unidos en Afganistán, comenzó y terminó con famosos ataques de drones.

En octubre del 2001, días después de los atentados del 11 de setiembre de ese año contra el Pentágono y las torres gemelas de Nueva York, las fuerzas militares norteamericanas, junto a la CIA, comenzaron a correr a los talibanes de Afganistán con una lluvia de ataques aéreos, incluyendo una acción con un drone Predator, producido por la compañía General Atomics.

En la noche del 7 de octubre, el mismo día en que comenzó la campaña, el UAV despegó con el objetivo de liquidar con un misil Hellfire al mullah Mohammed Omar, en ese momento jefe del Emirato Islámico de Afganistán y comandante supremo talibán. Era, afirman expertos, la primera acción de la historia con este tipo de tecnología.

Quizás porque el Predator todavía no había superado todas las pruebas necesarias antes de ser activado en combate, el ataque resultó un fiasco, ya que el cohete impactó un automóvil afuera del edificio donde se encontraba Omar y, en medio del caos, el jefe talibán logró escapar.

Omar moriría en Pakistán en abril del 2015, al parecer, enfermo de tuberculosis.

Fiasco. En todos esos años, sin embargo, el hecho de que el comandante supremo talibán siguiera con vida fue una pesadilla para el Pentágono. Y el desastre del ataque con el Predator derivó en largos enfrentamientos al interior de

La guerra de Afganistán empezó y terminó con ataques de drones

la industria militar norteamericana.

Los choques entre la Fuerza Aérea y la CIA, y los avances tecnológicos, al parecer, no sirvieron de mucho, porque la que es considerada la última acción con drones en Afganistán antes de la salida final de las fuerzas armadas estadounidenses fue un desastre.

A mediados de setiembre, un vocero del Pentágono, el general Kenneth Mckenzie, del Comando Central de las fuerzas norteamericanas (Centcom), reconoció que el ataque con un UAV contra un grupo de militantes de EI-K, la rama afgana de Estado Islámico, resultó en un “trágico error” que costó la vida de diez civiles, entre ellos siete niños.

Como siempre, a los norteamericanos y a sus aliados les gusta hacer catarsis a través del cine, mostrando que, al menos, sienten culpa por sus pecados bélicos. El tema de los drones no es una excepción, como se puede ver a través de los filmes “Eye in the Sky”, del 2015, con Helen Mirren como una coronel británica con conciencia al frente de un comando de vigilancia aérea y ataques con drones MQ-9 Reaper (también desarrollados por General Atomics).

Otro filme en este terreno es “Good Kill”, del 2014, donde Ethan Hawke ofrece un interesante recorrido por las culpas que agobian a un ex piloto de F-16 convertido en un miserable operador de drones que mata gente al otro lado del mundo con un joystick desde un triste cubículo en una base en Las Vegas.

Revelaciones. Soldados con este tipo de cuestionamientos éticos existen en la realidad. Una de ellas es Lisa Ling, quien recientemente se convirtió en una “whistleblower”, un denunciante que da a conocer al mundo las tropelías cometidas en su empresa o en su puesto en las fuerzas militares.

En un artículo de “Technology Review” del 7 de octubre, publicado en ocasión del vigésimo aniversario del inicio de la guerra de Afganistán, Ling afirmó que, incluso después de dos décadas de uso de drones, “la verdad es que no podemos diferenciar entre combatientes armados y campesinos, mujeres o niños”.

“Este tipo de acciones de guerra están mal en muchos sentidos”, añadió Ling, una experta en informática aplicada a la guerra, en la entrevista con la revista del Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Las preocupaciones causadas por el uso de UAVS con objetivos militares es tan grande que existe ya al menos una organización no gubernamental de alto perfil que activa contra ellos, la Ban Killer Drones.

Para el grupo, el largo periodo entre la acción del 29 de agosto en Kabul y la admisión oficial del Pentágono en setiembre, es “un ejemplo del encubrimiento continuo de las atrocidades de los drones asesinos”, llevadas a cabo por “todos los gobiernos estadounidenses desde el primer ataque”, el también fallido contra el mullah Omar.

Negocio. Las quejas, y las objeciones éticas, de todas maneras, no parecen tener mucho efecto frente al poder del dinero. Según un reporte de la consultora Fortune Business Insight, el mercado de los drones militares llegará a 26.120 millones de dólares en 2028, un aumento espectacular frente a los 10.680 millones del año pasado. Factores como “el aumento de las actividades de intrusión a lo largo de las fronteras y el aumento del gasto militar de varios países” serán los que “impulsen la demanda” de drones militares durante el período analizado, añadió el informe.

Junto a Elbit Systems y General Atomics, otras firmas que se destacan en este mercado son Israel Aerospace Industries (IAI), las estadounidenses Northrop Grumman, Lockheed Martin y Boeing, la francesa Thales Group, la británica BAE Systems y la sueca SAAB.

Del lado “no occidental” del mundo, en China se están desarrollando drones letales como el GJ-11 o Lijian (Espada Afilada), producido por Hongdu, y el WZ-8, un UAV supersónico de vigilancia capaz también de lanzar ataques armados. Y los rusos tienen a sus S-70 Okhotnik-b, desarrollados por la célebre Sukhoi, y los Sirius, fabricados por Kronstadt, entre muchos otros.

Está claro que los drones militares no son solamente un buen negocio para los productores de Hollywood.

El negocio de los drones militares mueve más de 26 mil millones de dólares al año

EL OBSERVADOR

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2021-10-16T07:00:00.0000000Z

2021-10-16T07:00:00.0000000Z

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