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“No logro ver cómo una sociedad completamente de mercado puede disolver las diferencias de género”

JORGE FONTEVECCHIA

Phillips es catedrática de Ciencias Políticas y se incorporó a la London School of Economics en 1999 como catedrática de Teoría del Género. Su labor teórica y docente demuestra que la investigación sobre feminismo y género es parte fundamental del debate en los principales centros de pensamiento del mundo, del cual ella es una de las protagonistas excluyentes.

—En el paper “Puentes entre feminismo(s) y republicanismos”, en el que se analizan sus trabajos sobre este tema, la investigadora argentina Mirna Lucaccini dice que “la historia de tensiones entre ambos está signada por el olvido del republicanismo en tanto tradición de pensamiento, de los postulados feministas, así como las críticas que han hecho teóricas feministas por haber dejado delado sus reivindicaciones”. ¿Cómo explicaría el vínculo entre ambos territorios en la actualidad?

—El republicanismo comprendido no simplemente como una política, una alternativa al gobierno monárquico, sino pensando en el republicanismo en el sentido más amplio, una alternativa a una concepción liberal de la libertad, implica encontrar nuestra libertad en la práctica política, en lugar de escapar de la política. Existe la concepción liberal de que ser libre es mantener la política fuera de tu vida. La concepción republicana es mucho más que encontrar tu libertad a través de la política. Una de las preocupaciones de las feministas es que, tanto en las versiones clásicas del republicanismo como en algunas de las más contemporáneas que han recogido algunos de los temas, existe una concepción muy masculina de lo que supone este compromiso con lo público. Reproduce lo que siempre fue un problema, también dentro de la concepción liberal: la división entre público y privado, que no aborda las formas en que estamos posicionados en la sociedad como mujeres y hombres. Uno de los escritores ingleses contemporáneos sobre el republicanismo es Philip Pettit. Lo ve como una tradición. Dice que no se es libre de la dominación si se encuentra en una posición en la que nadie impide hacer lo que se desea. Un ejemplo que da es el de una mujer casada con un hombre muy generoso que le da todo lo que necesita en términos de condiciones materiales. Tu vida es exactamente como quieres que sea, pero dependes de su buena voluntad para ello. En esa concepción sigue estando dominada. Incluso si tu vida está bien. Eso encaja bastante bien con algunas de las cuestiones que las feministas plantearon sobre lo que significa ser independiente. Por tanto, son elementos que deben conjugarse.

—¿Ser feminista es ser de izquierda en el siglo XXI?

—Hay muchas feministas que no se definirían como de izquierda. Es difícil pensar en el feminismo como algo que no implique al menos algún tipo de asociación con un tipo de política más de izquierda. Es muy difícil pensar en una sociedad en la que los hombres y las mujeres puedan ser iguales sin abordar la reorganización de nuestro sistema de cuidado. En todas las sociedades del mundo, en este momento, se asume que la responsabilidad principal del cuidado de los jóvenes, los enfermos y los ancianos es el trabajo de las mujeres. La sociedad se organiza con eso como presupuesto básico. En esas condiciones, es muy difícil mantener la igualdad entre los sexos. Hay una división del trabajo en función del género: estructura la forma en que se organiza la política, el mercado de trabajo afecta a la distribución de los ingresos. En el futuro es un tema que deberá abordase. No veo cómo una sociedad totalmente de mercado puede hacerlo. Como mínimo, algo más parecido a la democracia social es una especie de condición necesaria para abordar lo que sigue siendo uno de los mayores obstáculos para la igualdad entre los sexos. Es muy difícil pensar en un feminismo que no implique al menos alguna crítica a una sociedad excesivamente orientada al mercado, y cierta insistencia en la importancia del Estado y lo público. No es necesariamente una posición terriblemente de izquierda. Así se abre una gran gama de posibilidades, que es lo que uno encuentra en el feminismo.

—Sobre el republicanismo, Lucaccini dice que, “a pesar del especial interés que ha generado actualmente, es posible ubicar sus raíces en Roma, las repúblicas florentinas, las revoluciones del siglo XVIII”. ¿Cómo lo definiría usted?

—Volvería a que el republicanismo implica una concepción de la libertad que insiste en que la política es parte crucial del florecimiento humano. Eso se encuentra en las repúblicas florentinas. También en la tradición griega más antigua y en las revoluciones del siglo XVIII. Es una concepción de la política con la que tengo simpatía. La política importa. Es una parte crucial de la vida. Pero no se compromete necesariamente con la forma de pensar en las relaciones particulares entre la política, la economía, el hogar; en la cuestión de género está

“En Afganistán se usó el feminismo para objetivos de otro tipo.”

“Hay muchas feministas que no se definirían como de izquierda.”

particularmente arraigada. El republicanismo elude muchas de esas cuestiones y busca una forma particular de practicar y participar. Francia, por ejemplo, tiene un sentido muy fuerte de su identidad republicana, que deriva de esas revoluciones del siglo XVIII. Tienen un sentido muy fuerte de lo que significa ser franceses. Lo que hemos descubierto en las últimas décadas es lo problemático que resulta el Estado francés para llegar a un acuerdo con los ciudadanos franceses que son musulmanes. Ese sentido muy fuerte de la identidad republicana resultó ser un bloqueo realmente serio para promover una ciudadanía igualitaria dentro de la Francia contemporánea. No se trata de una cuestión estrictamente feminista, sino de algunos de los peligros de algunas versiones del republicanismo. Ser miembro de una comunidad y de los valores asociados a ella puede llegar a ser muy controlador de las diferencias.

—Usted escribió: “Los primeros planteamientos feministas –que se remontan a mucho antes de la Revolución Francesa, pero que se vieron muy fortalecidos por los acontecimientos de 1789– solían concebir como prioridad política extender a la mujer los derechos e igualdades considerados innatos del hombre”. ¿Cuál fue el momento en que el feminismo comenzó a tener peso dentro del pensamiento filosófico y político?

—Se pueden rastrear las ideas feministas a lo largo de siglos. Pero la evolución del feminismo como teoría específicamente es en gran medida un fenómeno del siglo XX. Es lo que responde más específicamente su pregunta. Y eso no quiere decir que no haya muchas feministas que estén haciendo contribuciones a la política desde antes. Lo que llamaría teoría política feminista en contraposición a los ideales feministas y la teoría feminista es un fenómeno muy del siglo XX. La teoría política en general se ocupa de estas nociones muy abstractas de la igualdad, la libertad, la democracia, los derechos. Trabaja con conceptos como individuo, ciudadano, nación. Las feministas se centraron en escarbar en esas instrucciones y en las formas en que no se comprometen, no reconocen ni aceptan el hecho de que vivimos en sociedades profundamente estructuradas por el género. No se comprometen con las relaciones de poder entre mujeres y hombres. Y creo que ese ha sido un enfoque del pensamiento feminista a lo largo del siglo XX, con muchas precursoras importantes que nos inspiran. Ese enfoque fue parte del debate del siglo XX. Es el período que más influencia tuvo sobre mí. Cada influencia marca nuestra propia subjetividad.

—¿Cómo definiría usted el vínculo entre neorrepublicanismo y neoliberalismo?

—Los veo muy diferentes. El neoliberalismo es una forma de liberalismo, que busca revertir las formas en del liberalismo del último período. En la historia del liberalismo, en los últimos cincuenta años, todavía se hablaba de contemporizar la libertad del individuo con la sociedad. Y muy a menudo se contraponía al socialismo o al marxismo, que se consideraba que priorizaban la igualdad, la solidaridad social. En cierto sentido, el liberalismo se definía en relación con eso. En los últimos cincuenta años, el liberalismo se amplió significativamente. Los liberales de hoy hablan de igualdad, de derechos humanos, de democracia. El liberalismo en general, no el neoliberalismo, se expandió para reclamar valores que la mayoría pensamos que son importantes, en una redefinición que a algunos, incluso, les puede resultar extraña. El neoliberalismo, en ese contexto, aparece como un despojo de esa ampliación y una vuelta a la centralidad del mercado. El mercado como solución, la necesidad de una apuesta reducida. La idea de que la competencia puede resolver todos nuestros problemas. Veo muy poca conexión entre eso y el neorrepublicanismo, excepto en que ambos critican el consenso liberal dominante, aunque en sentido contrario en un caso y otro. El neoliberalismo se enfoca en aspectos económicos de la libertad y la competencia. El neorrepublicanismo, desafiando parte de las concepciones individualistas.

—Usted realizó una comparación entre Hannah Arendt y la cantante de jazz Nina Simone. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian?

—Esto es de mi libro más reciente, Unconditional Equals. He impartido un curso sobre teoría política feminista durante muchos años, y una de las cosas que han surgido repetidamente como tema aquí es pensar en qué quieres decir realmente cuando dices querer la igualdad entre los sexos; qué se entiende realmente por igualdad de género. Tengo una imagen bastante concreta en mi mente de cómo me gustaría que fuera la sociedad. La idea es que no hubiera prácticamente ninguna diferencia entre nosotros, entre los hombres y las mujeres, en cuanto a los roles, las ocupaciones, las actividades. En tanto los hombres como las mujeres serían padres. Hombres y mujeres por igual cuidarían a los niños. Hombres y mujeres saldrían a trabajar. Hombres y mujeres por igual estarían involucrados en la política. Hombres y mujeres por igual dirigirían programas de televisión. En mi imagen, no tendríamos una división del trabajo por género. Pero para una gran proporción de la población, la idea de que existan diferentes roles de género no se considera necesariamente inaceptable. Mi forma de pensar sobre Nina Simone y Hannah Arendt gira en torno a esta cuestión, en la que he pensado mucho a lo largo de los años: ¿hasta qué punto la igualdad en la sociedad es compatible con la división del trabajo por género? Y mi presunción es que simplemente no lo es. La referencia a Nina Simone viene de su maravillosa canción Mississippi Goddam, en la que dice: “No tienes que vivir a mi lado. Solo dame mi igualdad”. Y pensé mucho en ello porque, básicamente, lo que está diciendo ahí es que no cree que la igualdad sea incompatible con una cierta separación entre las comunidades negra y blanca. “No tienes que vivir junto a mí, no estoy diciendo que tengas que convertirte en mi mejor amigo, no estoy diciendo que tengamos que tener una familia blanca viviendo junto a una familia negra. Solo dame mi igualdad”. Ese es el significado de la igualdad. En este punto, Nina Simone y Hannah Arendt son bastante similares. Igual, no implica una integración social total. La igualdad social es algo mucho más que aritmético. Las he utilizado en mi libro para fomentar una forma de pensar ante lo que sigue siendo un dilema. No creo que pueda resolverse fácilmente. No debería haber diferencia entre lo que hacemos o las responsabilidades que asumimos.

—¿Toda desigualdad, en el fondo, es económica? ¿Hay relación de estructura/superestructura vinculada a la idea del feminismo?

—Lo que impugna el feminismo es la noción de que las mujeres importan menos que los hombres, que las mujeres no son iguales a los hombres. Es algo muy condicionado por las estructuras económicas de nuestra sociedad. Pero no puede medirse solo en términos de si hombres y mujeres tienen el mismo salario. O si gozan de igual calidad de vida en términos de salud. En las empresas se puede imaginar una sociedad en la que hombres y mujeres tengan la misma calidad de vida. Pero las mujeres eran consideradas sistemáticamente como inferiores a los hombres. La conexión entre ambas cosas es bastante fuerte. Muy a menudo, las personas que ganan más parecen más importantes que las que ganan menos. Es una conexión clara entre las estructuras económicas, el tipo de patrón de despreciar a ciertas personas como de menor importancia que otras. Pero para mí, al final, no sabrás que has conseguido la igualdad. Y así, has conseguido lidiar con esa sensación básica de que algunas personas son menos que otras. Simone de Beauvoir lo enmarcó como que en el mundo contemporáneo el hombre es el sujeto y la mujer se define siempre en relación con el varón. La mujer solo podría entenderse a través de su relación con el varón.

—Usted dijo: “Si examinamos los cimientos del liberalismo, podemos ver que no fue una omisión ‘accidental’ la que excluyó a las mujeres del contrato social original, sino que esta exclusión era central a lo que el contrato implicaba [...] el contrato era entre marido y esposa [...] pero era un contrato enteramente unilateral en el que las mujeres prestaban obediencia a cambio de protección [...]”. ¿Es deseable un nuevo contrato social?

—Es ambicioso, pero en el mundo se produjeron cambios significativos en una serie de campos. En lo que respecta a las relaciones de género, es bastante diferente del mundo de hace cincuenta años. Y no quiero negarlo. Pero las formas de percibir a los hombres y a las mujeres han persistido de alguna manera a lo largo de todo esto. Se refleja en los patrones de violencia masculina contra las mujeres y en toda una serie de fenómenos reales. Se hizo un estudio que reunía información sobre las normas de género en casi todos los países del mundo, Representaba a alrededor del 80%

“Existe una concepción muy masculina de lo que es el compromiso con lo público.”

de la población mundial. Y las cifras, si no recuerdo mal, eran que el 91% de los hombres del 80% de la población mundial y algo así como el 88% de las mujeres compartían al menos una opinión, que reflejaba una agenda que demostraba que las mujeres eran menos importantes que los hombres. Cosas como que dijeron que estaban de acuerdo con la opinión de que las mujeres tenían menos derecho a un trabajo que un hombre, o estaban de acuerdo con la opinión de que los hombres son mejores políticos que las mujeres. Sorprende cuántas personas en el mundo siguen albergando al menos un prejuicio contra la igualdad de género, lo ordinario que parecen estos pensamientos, lo normalizados que están, la facilidad con que los aceptamos. Es más que misoginia. Parece una forma de la normalidad. Y creo que eso refleja el sentido en el que se nos dice que vivimos en un mundo en el que, en principio, los hombres y las mujeres se consideran iguales. Se supone que nuestras leyes sostienen esa igualdad. Pero no hay que rascar mucho debajo de la superficie para ver percepciones muy fuertes, no solo acerca de que los hombres y las mujeres son diferentes, sino de que las mujeres son, en muchos sentidos, menos importantes que los hombres. Y es sorprendente la cantidad de cosas que siguen existiendo en sociedades que desde hace muchas décadas han establecido leyes de igualdad, leyes contra la discriminación, igualdad de derechos de voto para hombres y mujeres. Debemos pensar realmente qué es lo que sigue manteniendo esa discrepancia entre el aparente respaldo a los principios de igualdad entre los sexos y el prejuicio. Ciertamente, en su país, en mi país, esto se respalda oficialmente, pero no se traduce en nuestra forma de pensar cotidiana.

—¿Se puede establecer una diferencia entre la actitud de la ex Unión Soviética, China y Cuba respecto a la cuestión feminista?

—Tanto la Unión Soviética como la China de Mao tenían un respaldo oficial a la igualdad entre los sexos. La forma en que se tradujo fue, en gran medida, en que las mujeres deben estar en igualdad de condiciones en la fuerza de trabajo, junto a los hombres. Para ello se basaron en ideas que se encuentran en algunas de las obras de Karl Marx y Friedrich Engels. Pero como muchas mujeres han señalado posteriormente, esto significaba en muchos casos lo que la gente describió como ni siquiera un doble turno, sino un triple turno. No solo se esperaba que las mujeres trabajaran a tiempo completo junto a los hombres, sino que también siguieron asumiendo la responsabilidad principal de la familia en el hogar. Se esperaba que fueran también buenas activistas y organizadoras políticas. No fue un modelo que abordara satisfactoriamente los problemas. Y nunca se tradujo en nada parecido a la igualdad de poder político para los sexos. Las élites políticas, tanto en la China de Mao como en la Unión Soviética, eran muy masculinas. Al igual que en las democracias liberales contemporáneas, había un respaldo oficial a la igualdad de los sexos. Pero la forma en que se tradujo al final tuvo algunas consecuencias desafortunadas graves para las mujeres. Las mujeres perdieron tanto como pueden haber ganado en otros aspectos. No son modelos que uno quiera reproducir, pero es notable que en esos casos, como en la Argentina contemporánea y el Reino Unido, hay un respaldo oficial a la igualdad, pero la forma en que se implementa se queda muy corta.

—¿Por qué el comunismo tuvo una respuesta moral a la cuestión de la elección sexual de las personas? ¿Hay algo en su marco teórico ideológico que llevó a encarcelar a personas homosexuales?

—Hubo batallas en torno a eso. En la Revolución Rusa, había una corriente muy fuerte, pero minoritaria, que veía el socialismo y el comunismo como algo muy vinculado a la liberación sexual y muy vinculado a la liberación de hombres y mujeres por igual de lo que se veía como una estructura familiar basada en la propiedad y que permitía a hombres y mujeres por igual vivir como seres libres. Por lo tanto, esa era una vertiente, ciertamente en los primeros años de la Revolución Rusa. También estuvo en China, pero tampoco se convirtió en la corriente dominante. Tiene usted razón. No tengo un punto de vista sobre esto. Es una pregunta interesante. Sí hay algo en la naturaleza de las formas en las que se formuló el socialismo que realmente fue más un bloqueo para poder pensar en la igualdad de derechos para los gays y las lesbianas, por ejemplo, que en otros contextos. Pero ciertamente creo que, en términos de liberación sexual general, había corrientes muy fuertes en el primer socialismo, pero seguían siendo minoritarias.

—Usted dijo: “La Ilustración se ha convertido en símbolo de todo aquello de lo que hay que desconfiar. Michel Foucault nos ha enseñado a ver en el ser autónomo y racional una forma insidiosa de pensamientopolicía; Alasdair Macintyre ha pisoteado con fuerza las pretensiones de racionalidad universal, arguyendo que todas las nociones de moralidad y razón se fundan en tradiciones históricas particulares; Richard Rorty nos ha liberado de la búsqueda de autoridad filosófica solo para abandonarnos en el terreno de la contingencia local donde vale todo y nada”. ¿Se puede establecer una ética política que reemplace a la moralidad prescriptiva?

—Lo dije hace mucho tiempo. La cuestión es realmente el universalismo. Estoy dentro de una tradición dentro del feminismo muy crítica con el relativismo cultural. No veo cuál es la justificación para decir que el tipo de igualdades y libertades que me importan a mí no serán significativas para otras personas. Pero también pienso en esto, creo que es algo que ha sido muy poderoso dentro del feminismo, que hay que escuchar lo que la gente dice y piensa sobre sí misma. Y en el proceso de escuchar se descubre que la gente tiene concepciones muy diferentes de lo que va a ordenar sus vidas. Y así, los peligros del universalismo, que es algo sobre lo que muchas feministas han escrito mucho, aunque se convierte en una especie de proyección de tu propia forma de pensar, más bien parroquial, de que lo que te importa a ti se convierte en lo que debe importar a todo el mundo. Debemos ser cuidadosos con el universalismo. La Ilustración, como los historiadores posteriores, dejaron claro que es un período de enorme fermento intelectual en el que la gente piensa en todo tipo de direcciones diferentes. La cuestión detrás de esa cita o de tu pregunta es hasta qué punto se puede vivir sin algún tipo de principios y políticas universales. Creo que nos esforzamos por alcanzar el universalismo porque, si no lo hacemos, es otra forma de decir que algunas personas importan más que otras. Deseo mis derechos, pero no tenemos que preocuparnos por los tuyos, aunque eso siempre tiene que estar atemperado por este reconocimiento de que muy a menudo lo que pensamos como universal son en realidad proyecciones parroquiales o nuestro propio tipo de presupuestos.

—¿Qué enseñanzas sobre feminismo y republicanismo pueden extraerse de la salida de las tropas de los Estados Unidos de Afganistán y el consiguiente perjuicio para la imagen pública de Joe Biden?

—La lección es que las intervenciones, americanas, occidentales, en esa parte del mundo han sido en su mayoría sin ningún plan a largo plazo sobre hacia dónde deberían ir las cosas y han llevado a una enorme pérdida de vidas. Pensar en la devastación que se ha alcanzado en esa parte del mundo en los últimos veinte años me deja sin palabras. La intervención inicial en Afganistán se celebró en parte como la liberación de las mujeres de la tiranía de los talibanes. Afirmar que los talibanes representaban una muy mala noticia para las niñas y las mujeres en Afganistán es cierto. Mi objeción a eso es la forma en que, en cierto sentido, el feminismo fue movilizado como una especie de capa para algo que no tenía que ver con el feminismo. La pérdida de vidas no fue para asegurarse de que las niñas tuvieran la oportunidad de ir a la escuela. Esa sería una lectura muy equivocada de lo que supuso la intervención estadounidense en Afganistán. Y la retirada, con todas sus consecuencias, tampoco nos dice nada sobre lo que hace o piensa el gobierno estadounidense en relación con los derechos de las mujeres o la importancia del feminismo. Se tergiversó tristemente en el discurso público como una batalla por los derechos de las mujeres, cuando en realidad lo que estaba ocurriendo en Afganistán tenía muy poco

“La igualdad social es algo mucho más que aritmético.”

“Neorrepublicanismo y neoliberalismo son dos cuestiones muy diferentes.”

“El republicanismo implica encontrar nuestra libertad en la práctica política.”

que ver con los derechos de las mujeres.

—Usted dijo: “Toda abstracción de género neutro termina siendo sospechosamente masculina”. ¿Cómo se puede hacer para romper ese cerco teórico del género neutral?

—Esto es algo en que una parte muy central de la teoría política feminista realmente estuvo comprometida, porque los teóricos políticos de hoy en día casi siempre se consideran a sí mismos como neutrales en cuanto al género. Ya no hablan de hombres, hablan de humanos, de individuos, ciudadanos. Utilizan estos términos para referirse a todos nosotros. Hombre, mujer, transexual, lo que sea, se refieren a todos nosotros. Se refieren a nosotros como personas, pretenden ser neutrales en cuanto al género. De hecho, mi opinión, y la de muchas feministas, es que a menos que reconozcas el género, a menos que reconozcas el poder del género en nuestras sociedades y el grado en que nuestras vidas están estructuradas por el género, a menos que reconozcas y pienses en el género, entonces tu intento de ser neutral en cuanto al género acabará insertando otro conjunto de suposiciones que se basan en algún tipo de experiencia masculina arquetípica. Digo de la experiencia masculina arquetípica porque no me refiero a la experiencia real de la mayoría de los hombres, es un arquetipo de hombre. Pero creo que la lección de gran parte de los escritos feministas es que si la pretensión de neutralidad de género, a menudo sincera, en realidad reproduce una masculinidad dominante, a menos que se aborde el género, a menos que se reconozca lo significativo que es, entonces se termina deslizando nociones de un arquetipo masculino. Y lo vemos en las formas en que hablamos de los políticos, lo vemos en las formas en que pensamos en la estructura del trabajo, lo vemos en muchas esferas de nuestras vidas. Esto es algo que, a menos que se aborde explícitamente el género, va a terminar reproduciendo las relaciones de poder, que favorecen un tipo particular de división del trabajo en función del género. Y creo que esa es una de las mayores lecciones que se encuentran en el feminismo. No se trata de decir que todo es una especie de conspiración para volver a imponer la dominación de un sexo sobre otro. Pero sí que, si se quiere conseguir realmente la igualdad, no será hasta que se aborde el punto de que la desigualdad existente es de género. Es exactamente el mismo punto que creo que la raza, si las personas que piensan que se puede desafiar el racismo simplemente no reconociendo que hay racismo, diciendo: “En lo que a mí respecta, todos somos iguales. Todos somos iguales y te trato exactamente igual”. Apoyo mucho el uso de los cupos de género en la política, que no es un enfoque neutral de género. Se trata de decir: “Tenemos que reconocer la importancia del género si queremos empezar a avanzar hacia una situación en la que hombres y mujeres puedan participar por igual en la toma de las principales decisiones de nuestras vidas”. Si nos limitamos a decir: “En lo que a mí respecta, seleccionamos a nuestros políticos sobre una base neutral de género”, entonces lo que haremos es reproducir las estructuras existentes. La neutralidad de género es un intento de pensar en cómo mejorar las cosas sin abordar realmente las estructuras que están sosteniendo las desigualdades, ya sea en relación con el género, la raza, la sexualidad.

—¿El Edipo freudiano cae en el mismo problema teórico de reproducir la familia tradicional victoriana, tal como señalaron Gilles Delueze y Félix Guattari en “El Antiedipo”? En Argentina el psicoanálisis freudiano es muy popular.

—Es la imagen que tenemos de Argentina: la de un país con mucho psicoanálisis. Para ser honesta, no tengo mucho que añadir sobre esto, porque el psicoanálisis no ha sido una de mis principales áreas de estudio, aunque muchas feministas son conocedoras del psicoanálisis. Y ha habido un largo debate dentro del feminismo sobre hasta qué punto, en cierto sentido, Freud y las nociones del complejo de Edipo están irremediablemente basadas en una especie de imagen masculinizada de la identidad humana, o hasta qué punto el psicoanálisis es una forma enormemente útil de poder abordar las fuerzas del inconsciente que también son parte de lo que nos dificulta cambiarnos a nosotras mismas y cambiar nuestras vidas. No soy una experta.

—¿Por qué son malos o buenos los cupos de mujeres en política?

—Cambiaron la estructura de nuestra toma de decisiones políticas en todo el mundo. América Latina ha sido una de las partes del mundo donde han sido muy significativos. Europa es otra, África es otra. Por lo tanto, el uso de los cupos de género es un atajo. Marcó una gran diferencia en los patrones de nuestro liderazgo político.

—Usted dijo: “La historiadora feminista Joan Scott dijo una vez que la aparente contradicción entre querer ir ‘más allá’ de la diferencia de sexo y la necesidad de insistir precisamente en esa diferencia para movilizarse contra la desigualdad era la paradoja constitutiva del feminismo. Me parece una forma útil de pensar en general sobre los retos de la diversidad”. ¿Es factible la idea de un “partido feminista” como una forma de participación política?

—Es una de las citas más esclarecedoras, y es una de mis favoritas, pero no lo tomo como que necesariamente debamos crear un partido político feminista. Creo que significa que las mujeres tienen que organizarse como mujeres. Es importante tener grupos de mujeres dentro de los partidos políticos, que las mujeres se movilicen a través de los partidos políticos, en alianzas entre partidos porque, aunque siempre haya muchos aliados masculinos, normalmente, a menos que las personas más afectadas por un asunto se organicen, se hace muy poco. Lo sabemos por la historia. Así que creo absolutamente que las mujeres tienen que organizarse sobre la base de ser mujer, que al final nos gustaría hacer mucho menos significativa en nuestra sociedad. Y ese es el punto de la cita de Joan Scott. Pero, personalmente, no soy una gran fan de los partidos feministas porque supongo que hay una tendencia a que se conviertan en demasiado representativos a sí mismos como un tema único. No creo que el feminismo sea un tema único. No creo que el género sea un tema único. Afecta a todas las cuestiones de nuestra vida, pero no creo que la mejor manera de movilizarlo sea a través de un partido específicamente feminista. La clave es que las mujeres se organicen. Podría ser que se organicen dentro de los partidos políticos existentes.

—Juan Perón, líder del peronismo, uno de los partidos más grandes en Argentina y Sudamérica, en algún momento habló de “rama femenina” como parte de su organización. ¿Es una forma sana una “rama” dentro de un conjunto?

—Es algo muy parecido al modelo soviético, o muy parecido a muchos partidos políticos de África que también tenían una especie de sección femenina. Y eso, en cierto sentido, fue visto como que resolvía el problema. Mientras el partido político haya reconocido la importancia de que las mujeres tienen problemas y necesidades especiales, entonces de alguna manera eso es “guetoísmo”, lo que no creo que aborde satisfactoriamente los problemas, por lo que yo pienso mucho más en términos de grupos de mujeres que buscan movilizarse dentro del partido político más amplio con el fin de conseguir que la gente se ocupe de las cuestiones en que todos en el partido político deberían estar preocupados, en lugar de una especie de separación de las mujeres y las actividades políticas particulares de las mujeres y la movilización de las mujeres por separado. Pero hay muchas opiniones al respecto. Este es solo mi punto de vista particular. Hay feministas que argumentan de manera muy diferente sobre esto. Pero para mí, creo que las secciones femeninas de los partidos políticos son muy a menudo una forma de no abordar las cuestiones cruciales. Se convierten en una especie de forma de estacionarlos en otro lugar.

REPORTAJE

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2022-01-22T08:00:00.0000000Z

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