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Guerra

MIGUEL ROIG* *Escritor y periodista.

La plataforma de Apple está emitiendo en España una miniserie basada en la primera novela de Mick Herron, Caballos lentos (Salamandra, 2010), con la que inicia una saga de un grupo de espías caídos en desgracia, despojos de los servicios secretos británicos, que habitan unas oficinas de la City londinense llamada, sin ninguna exageración, la Ciénaga. Son agentes separados de sus funciones oficiales por haber cometido fallos insalvables o, en la mayoría de los casos, víctimas de trampas para quitarlos de en medio por razones que van desde la más ramplona envidia hasta alguna venganza o, simplemente, para facilitar el ascenso de alguien. Nada que no ocurra a diario en una oficina pública o privada, Las historias, de novela en novela, giran en el cruce de los servicios regulares con esta división de segunda línea, ya sea intentando que los parias asuman algún fracaso de la nave nodriza o bien, como acaba ocurriendo, socorriéndola frente, la mayoría de las veces, a intrigas y falsos ataques yihadistas.

La Ciénaga y sus funcionarios no forman una unidad de apoyo o un grupo especial que asiste en operaciones que no se pueden asumir en los niveles altos del sistema de seguridad. Son un descarte, un apéndice burocrático en un mundo del que John Le Carré acabó sus días narrando la diáspora del desmantelamiento del acorazado que se diseñó y montó durante la Guerra Fría después de quedar inútil, ofreciendo sin rubor mano de obra desocupada al sector privado.

Uno de los puntos que marcan el contraste entre las dos realidades es el protagonista de la serie, el responsable de la Ciénaga, un agente maduro, cómodo en la piel de un desclasado, alcohólico, que en la versión audiovisual interpreta Gary Oldman. El mismo actor que asume el personaje de George Smiley en la película El topo, de Tomas Alfredson. Los dos mundos, el doctor Jekyll y Mr. Hyde, encarnados por Oldman. El agente de Le Carré que se hacía preguntas existenciales frente a su contracara nihilista; de un lector de Hölderlin a otro que rellena sus zapatos húmedos con las hojas de un tabloide que ni siquiera lee.

Resulta extraño ver a Jackson Lamb, el protagonista de Caballos lentos, opinar con un eructo cuando le piden su parecer sobre un yihadista, única hipótesis posible de peligro ya que el comunismo solo sigue vivo en los relatos de Marine Le Pen o Matteo Salvini y que la OTAN, reunida a pleno en Madrid esta semana, salga del letargo y declare treinta años después a Rusia como su principal enemigo. Volver a vivir. O morir. Y al frente del nuevo marco bélico, Joe Biden, el hombre que junto a Barak Obama y Hillary Clinton vio en una pantalla caer a Osama bin Laden.

Hay una fotografía de aquello, en su día la más vista de Flickr, en la Situation Room de la Casa Blanca en la que, ante una pantalla, todos miran el desarrollo de la acción. Se supone que la escena fue registrada antes de que la voz en off del director de la CIA, Leon Panetta, desde los cuarteles centrales de Virginia, anunciara que acababan de matar a Bin Laden. La expresión de Hillary Clinton, tapándose la boca con la mano como sofocando un grito, y la gravedad de la mirada de Obama hacen pensar que la ejecución se está materializando. El vicepresidente Biden, a la izquierda, aparece en una actitud despreocupada mientras que Clinton ofrece un respiro moral ante la escena que no vemos, pero a su vez nos recuerda que allí hay violencia explícita.

Vale la pena mirar la foto en Flickr y, así como podemos comparar los dos personajes que interpreta Gary Oldman, observar la gestualidad de Biden, aquel día, como quien sigue una operación rutinaria frente a la de esta semana erigiendo la mayor fuerza bélica del planeta. Por cierto, no está de más recordar que la OTAN frente al yihadismo solo ha acumulado fracasos: Afganistán, Irak y Libia.

Se puede inferir que el contraste entre George Smiley y Jackson Lamb es el mismo que ofrece un policía de Los Ángeles y, por ejemplo, Philip Marlowe. Entre los dos Biden, no es tan fácil. No solo ver dónde están los matices de cada versión, sino dónde quedamos nosotros. Como aquel personaje de Paul Auster que contrata un detective para que lo siga, tal vez necesitemos que Lamb nos espíe y nos diga dónde estamos. A salvo, seguro que no.

POLÍTICA - PERFIL

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2022-07-02T07:00:00.0000000Z

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