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Exorcizar el trauma de una vida que queda atrapada

Emujer J.C.F. l cine de Martin Farina (Taekwondo, Fulboy,

nómade, entre otras) exige de un espectador atento a lo que ve, observa y que pueda hacer sus propias asociaciones. Podríamos atrevernos a decir, que pide de un observador que sea capaz de armar su propia película. El lenguaje de este cineasta no es lineal, es sugestivo, no cronológico, sino que encadena secuencias, en apariencia desordenadas, las que más tarde nos damos cuenta que tienen un por qué. Y al final todo cierra, casi mágicamente, no se debe a una obra del azar sino a una muy minuciosa narración que está milimétricamente pensada e imaginada. Su cine además se construye en un todo de imagen, texto, agregados de videos, o fotos y música.

Con este documental cierra una trilogía muy personal que comenzó con Cuentos de chacales (2017) y El lugar de la desaparición (2018). Su título refiere a una secta religiosa, fundada por David Berg, en 1968, en California, “Los niños de Dios”, la que también tomó el nombre de familia internacional”. Lo que film intenta poner en cuestión es lo que vivió una familia que por una circunstancia especial, el padre, la madre y sus dos hijos, pasaron a formar parte de esa agrupación, en la que fueron víctimas de abuso, de sometimientos, de no ser dueños de sus actos, porque todo era digitado, ordenado por un líder. Así lo sugieren los protagonistas que detallan, intercaladamente, lo que vivieron y experimentaron. Quienes recrean con dolor y lágrimas lo sucedido, pero también como para mostrar que a pesar de todo están enteros y unidos, son Francisco y Sol Cruzans y su madre Silvia Markus.

En distintos momentos del documental se menciona que en los hogares los preparaban “para esperar el fin del mundo, los niños nos íbamos a ir volando al cielo, ahí nos íbamos a ir todos los niños de Dios”, se escucha decir. Se comunicaban en castellano e inglés y como lo explica Silvia Markus, al borde del llanto: “A nosotros nos dolía dejar a los niños e irnos a predicar, pero era así, porque los chicos eran hijos de todos”.

Martin Farina, no se solaza en el dolor, en el recuerdo del sufrimiento, al contrario. Intenta rodear a los personajes de circunstancias casi oníricas, de climas y atmósferas simples, cotidianas, pero precisas en sus intenciones subyacentes. Es como si sus imágenes intentaran traducir lo que sucede en la con“la ciencia de estos protagonistas, que lograron rearmar sus vidas, sin olvidar aquello que los marcó y dejó huellas indelebles en su pasado, en sus existencias.

El cineasta, como en sus producciones anteriores, hace uso de un lenguaje que se apoya en planos detalle, en cómo una suave melodía y tal vez un primer plano y una iluminación perfectamente ideada, consiguen transmitir una sensación, que no es fácil traducir en palabras. Es muy interesante dejarse llevar, sumergirse en el estilo Farina, no sólo porque exige al que observa una percepción especial, sino porque obliga a pensar e imaginar por qué una historia merece ser contada y filmada.

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