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Tucumán por tierra, aire y agua.

En los alrededores de la capital, el cerro San Javier y el dique El Cadillal concentran excursiones por la selva de la Yunga en primavera.

Por Julián Varsavsky.

En los alrededores de la capital, el cerro San Javier y el dique El Cadillal concentran excursiones por la selva de la Yunga en primavera.

Nos instalamos en San Miguel de Tucumán y luego de un baño de historia, nos enfocamos en la naturaleza que la rodea. Comenzamos a explorarla con los pies en tierra con el guía de montaña Andrés Suárez, quien nos pasa a buscar por el hotel para hacer un trekking por las sierras de San Javier, a 25 kilómetros de la ciudad. Estacionamos en el parador Mundo Nuevo para entrar a una senda, ascendiendo hacia la zona de Villa Nogués y sus casonas de campo.

Avanzamos por lo profundo de la Yunga, esa selva de altura con frondosos laureles de 30 metros y profusión de lianas y plantas colgantes como claveles del aire, barbas de viejo y bromelias. A veces, en un mismo árbol, hay un centenar de plantas adosadas, algunas amables convivientes y otras parásitas insolentes. Por eso tumbar un sauco o un ceibo implica eliminar de la selva a una cantidad enorme de vegetales.

Casi todo el tiempo vamos por una nuboselva en galería. En verano hay días en que las nubes descienden hasta la copa de los árboles rodeando la caminata de un aura onírica y algodonada. El punto más alto de esta caminata de com

plejidad intermedia alcanza los 1.500 metros y desde una saliente vemos el pronosticado milagro: hoy es un día húmedo y al fondo del valle del Potrero de las Tablas, un colchón blanco de nubes tapa el precipicio a mis pies. Es como un cielo debajo del cielo que nos deja en estado de shock fotográfico, sin parar de hacer click pretendiendo abarcar una belleza que desborda por todos lados. Completamos el sendero en 7 horas con una parada para almorzar. No hay señaliza ción pero la senda está muy marcada. Durante el regreso Andrés cuenta que un trekking más exigente en San Javier es el ascenso desde Tafí Viejo a la cumbre del cerro Taficillo (1.876 m).

El Cadillal

Desde San Miguel salimos a la RN 9 y en 25 minutos llegamos a Puerto Argentino, un complejo con restaurantes, teatro y museo junto al dique El Cadillal, un gran espejo de agua en Tafí Viejo. Desde aquí parten excursiones como un paseo en barco con guía que explica el valor de los milenarios yacimientos arqueológicos que rodean el lago (esos hallazgos de las culturas Santa María, Ciénaga y Aguada

están en el Museo Arqueológico El Cadillal). Durante la navegación se bordea el dique y a veces se ven nutrias, tortugas acuáticas y con suerte, una corzuela –cérvido local– nadando con el hocico afuera. Hemos venido en son deportivo y haremos este circuito en kayak guiados por Sergio Wilde.

Nos colocamos chalecos salvavidas y comenzamos a palear con Sergio al frente: hoy el dique es un espejo perfecto. La idea es explorarlo a fondo y luego de una hora deslizándonos por la parte baja de un anfiteatro de montañas con selva de Yunga brotando a borbotones, atracamos. Sergio nos invita a caminar la densidad vegetal y hace una señal de detener la marcha llevándose el índice a los labios: “Miren”, dice en un susurro.

Elevo la mirada y descubro un pájaro carpintero grande de cresta roja golpeteando un tronco. En el lago habíamos visto a un Martín Pescador zambullirse y salir con un pescadito en el pico y garzas blancas paradas dentro del agua (a veces aparecen flamencos). Caminamos una hora y media hasta una bahía y una embarcación nos ha traído a remolque los kayaks para no tener que desandar nuestros pasos. Sergio cuenta que en El Cadillal podemos alquilar un kayak y salir solos –hay embarcaciones en el lago por seguridad– y se organizan remadas nocturnas.

Regresamos a Puerto Argentino y de la calma zen del kayak pasamos al vértigo de una tirolesa. Nos colocamos arnés y casco, trepamos una torre de 11 metros entre los árboles y saltamos en línea recta colgados de un hilo de acero de 250 metros de largo, pasando sobre las aguas y un fragmento de bosque a 14 metros de altura.

Interesantes trekkings

El ambiente natural que rodea al dique nos ha gustado tanto que regresamos al día siguiente a Puerto Argentino para hacer el trekking a la cascada Aguas Chiquitas. El primer tramo es de 2 km al borde del dique, siguiendo la muralla de árboles. Luego nos alejamos del espejo de agua bordeando el río Loro para remontarlo a pie hasta su afluente, el Aguas Chiquitas. Aquí surgen dos opciones: una es ir paralelo al río sobre el filo de un cañón entre la selva. La otra –la que elegimos– implica hacer cañoning, o sea, caminar por el río mojándonos un poco los pies. En ciertos lugares hay pozones de dos metros que debemos cruzar nadando con tres brazadas (el guía trae bolsas herméticas para los teléfonos).

El desnivel de esta subida es 600 metros y la extensión 9 km ida y vuelta. Tardamos dos horas hasta la espectacular cascada de 40 metros. Sus aguas son frías pero hace calor y nos zambullimos en la piscina natural en estado de gracia. Almorzamos y cuando nos place, emprendemos el regreso. Este sendero está bien señalizado y es posible hacerlo sin guía, aun

que no es lo ideal: el nuestro trae radio –una torcedura de tobillo haría muy difícil la salida– y en una reserva natural de 3.000 hectáreas sería peligroso perderse.

Apuramos el tranco: queremos tomar la aerosilla a la cima del cerro Médici, un punto panorámico con una de las mejores vistas del noroeste argentino: observamos un ocaso de fuego que descarga sus últimos rayos sobre la cima del cerro San Javier, las casitas de Tafí Viejo y una selva de Yunga que enciende su verdor al máximo, como si tuviese luz propia. Antes de bajar hacemos una caminata de 20 minutos por un sendero de Yungas que parece atravesar un bosquecito encantado.

Medio día lo dedicaremos a cabalgar desde el pueblito de Raco, a 55 km de la capital donde nos espera Alberto Caro con un desayuno de campo en su propia casa junto al establo. Me subo a Chiquito –un bayo palomino color crema– y partimos montaña arriba. Al rato ya cruzamos ríos de vertiente con muy poca agua entre la Yunga. Alberto nos hace bajar del caballo y bebemos agua helada y pura que brota de la montaña. Recorremos miradores con vista al valle y junto a una vertiente hay un bosquecillo de calas con sus flores blancas de centro amarillo. Al llegar a los 1.300 metros de altura –hemos partido de los 800– aparece el principal mirador: al fondo, los pueblos de Raco y Lules, y más allá el Cristo Bendicente de San Javier. Alberto desensilla su caballo y hace una muestra de amanse: lo acaricia, le habla al oído, lo hace sentarse con la mansedumbre de un perrito y se quita las alpargatas para pararse sobre el lomo de su animal. La cabalgata es sencilla, orientada a una familia con niños. Quien lo desee puede alargarla de dos horas a cinco con un asado en plena naturaleza a 1.400 m de altura mirando –un día de suerte– un colchón de nubes muy abajo (en verano es común atravesar nubes a caballo). Estos circuitos se pueden hacer caminando guiados por Bernardita, hija de Alberto. Pero la modalidad es lo de menos: a pie, a caballo, desde el aire o agua, a la densidad de esta selva hay que abordarla en tres dimensiones.

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2021-06-29T07:00:00.0000000Z

2021-06-29T07:00:00.0000000Z

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