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Aventura en modo Tandil.

Días activos combinados con delicias criollas en esta localidad bonaerense. Vuelos en planeador, remadas en kayak, cabalgatas, salidas en bici, canopy, escalada y rappel.

Julián Varsavasky. Por

Días activos combinados con delicias criollas en esta localidad bonaerense. Vuelos en planeador, remadas en kayak, cabalgatas, salidas en bici, canopy, escalada y rappel. Opciones más allá del circuito tradicional.

Llegamos a Tandil un martes templado a la hora de la siesta y camino al hotel rodeamos el lago del Fuerte, un calmo espejo en la parte baja de una hoyada serrana: a cada rato cruzamos gente de todas edades trotando, caminando a buen ritmo y pedaleando, acaso antes de volver al trabajo. Ya desde la ruta –donde vimos más corredores– habíamos captado el ambiente deportivo en esta ciudad verde con 27 kilómetros de sendas aeróbicas (muchos se van cada tarde a escalar). Nuestro primer impulso es sumarnos a ese flujo activo. Y como el día invita, nos instalamos y salimos a trotar por un camino en caracol hasta la cima del cerro del Parque Independencia, con su castillo morisco de 1923.

Al bajar desembocamos en el lago y el complejo Dam Beach, donde vemos kayaks en la arena. Nos acercamos y están en alquiler: salimos a remar hacia un gran chorro de agua artificial que

salta 20 metros hacia lo alto y baja como cascada (oxigena las aguas). Navegamos media hora –el lago mide 500 metros de largo, es muy poco profundo y no tiene oleaje– y vemos el nado sutil en fila de una familia de cisnes de cuello negro, una pareja de garzas en un juncal, gallaretas de pico amarillo y gaviotas revoloteando con un parloteo interminable. Desembarcamos y un guía de kayak nos cuenta que el lago es muy seguro para quienes busquen su primera experiencia: “Se puede salir con guía pero la mayoría lo hace solo”. Alquilan también tablas de stand up paddle y botes a pedal.

A caballo

Amanece despejado y vamos a cabalgar con el experimentado Gabriel Barletta. Partimos desde el pie de la sierra con una docena de personas y en un camino de tierra, el guía organiza un breve galope: taconeamos al grito de largada y arrancamos a lo Llanero Solitario (salvando las distancias). En 15 minutos llegamos a la reserva Sierra del Tigre, rumbo a la cima entre pastizales. Vemos burritos de origen africano, una pareja de siervos axis de Asia Menor y una familia de llamas andinas. Entramos a una zona de canteras abandonadas y Gabriel explica: “De acá salieron los adoquines de las calles de Buenos Aires, producidos por picapedreros montenegrinos muy explotados”. Pasamos junto a una casa de piedra con techo de chapa: “Allí vivían y, cuando se agotaba la cantera, levantaban otra con el techo de la anterior”. El guía señala hacia lo alto: “Ahí tienen un paisaje más famoso que las cataratas de Iguazú”. No vemos nada y rápido nos aclara: “¿Ven esa roca

redondeada? Es la loma del culo”. En efecto, la saliente con doble redondez hace honor a su nombre. Coronamos el cerro: a nuestros pies se extiende una planicie cuadriculada de verdes y al fondo se levanta el sistema serrano de Tandilia con 2.200 millones de años de antigüedad. Regresamos al punto de partida pero esto no era todo: se enciende el fogón y Barletta guitarrea dos horas yendo desde la canzoneta italiana a Spinetta, Calamaro y una zamba: su voz a todo pulmón retumba en el bosque y rasguea con un arte muy estudiado del instrumento.

En bici y en planeador

Al tercer día elevamos la intensidad de la acción: volaremos en planeador, una aeronave de fibra de vidrio sin motor. Vamos por la Ruta 74 al Club de Planeadores fundado en 1936. Dos pilotos nos esperan con un avión remolcador y un biplaza planeador de 9 m de largo. Abordamos y atan el planeador con una larga soga a la avioneta: comenzamos a carretear sobre una pista de césped hasta remontarnos. Voy en el asiento de atrás bajo una cúpula de acrílico con casi 360° de visibilidad. A los 500 metros de altura, nos soltamos del remolcador y avanzamos a 240km/h mirando un panorama de sierras y cuadrículas de cultivo. Nos elevamos en círculos espiralados al impulso de una térmica.

El piloto había sido claro: “Podemos hacer un vuelo acrobático si no sos susceptible al mareo”. Le mentí que no lo soy. Cual lo advertido, salimos de una nube y el planeador comienza a trazar un largo círculo vertical en el cielo, primero elevándonos como un cohete para después girar como en un salto mortal hacia atrás, un vertiginoso rizo: el salame del almuerzo amenaza con volver pero queda en eso. A los 25 minutos comenzamos a descender lenta y silenciosamente hasta la pista, casi con la suavidad de una pluma.

Por la tarde alquilamos bicicletas para recorrer 7 kms hasta el complejo Cerro El Centinela, un paisaje con dos grandes piedras paradas al borde de un abismo. Colocamos el candado en la cadena de amarre y subimos con una breve caminata al sector de las rocas, por un ambiente en el que no desentonaría un dinosaurio.

Escalada y rappel

El último día le ponemos un poco de vértigo al viaje: volvemos a la Reserva Natural del

Tigre para hacer canopy entre la cima de los árboles. Nos colocan arneses y comenzamos a saltar de una copa a la otra con la técnica de tirolesa a toda velocidad (son cinco estaciones y el salto más largo mide 80 metros). Luego nos llevan a otro sector para hacer un descenso en rappel con los pies en la pared de la montaña, de espaldas al vacío: bajamos dos paredones de 15 metros cada uno. Por último escalamos una pared tan recta que, si no tuviese tomas artificiales atornilladas, sería imposible subir. Los guías nos dan seguridad con la cuerda y nos van dirigiendo los movimientos: subo 15 m de pared como un experto. Pero no lo soy: esta escalada no es tan difícil como parece. Es más una cuestión de seguir la técnica, que de fuerza.

Partimos de Tandil con aires renovados y un balance de calorías invariable: lo que comimos de más, lo hemos quemado en proporción, no corriendo en el gym como en una rueda de hámster, sino en la naturaleza serrana, casi sin darnos cuenta.

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2021-10-29T07:00:00.0000000Z

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