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Un desafío todo el año.

De cara al gran evento Desafío La Regina, que tendrá lugar este mes, fuimos a relevar las mejores canchas de pesca del Alto Paraná, cuna de trofeos inolvidables.

Por Wilmar Merino.

De cara al gran evento Desafío La Regina, que tendrá lugar este mes, fuimos a relevar las mejores canchas de pesca de Puerto Rzepecky, en el Alto Paraná, cuna de trofeos inolvidables.

De un lado, 45 kg de surubí luchando por seguir en el fondo del Paraná; del otro, mi ansiosa serenidad por no cometer errores que me hagan perder el pescado de mi vida. En el medio, un multifilamento de 0,22 que pasó todas las pruebas de exigencia. En la media hora más larga de cualquiera de mis pescas se cruzaron múltiples pensamientos: desde el momento en que me llevaron a pescar por primera vez, a la comparativa con otras capturas notables en mis años de pescador, pasando por una reflexión sobre la disyuntiva que tenían hasta no hace mucho los pescadores de trolling: engrosar el nailon y no bajar el señuelo lo suficiente pero estar más seguros ante una captura, o afinarlo con riesgo de corte por tranca o pieza imparable.

Las cosas han cambiado, los materiales de pesca han sufrido una evolución notable y contamos cada vez con mejores elementos de pesca, pero… ya no se ven los peces de otros tiempos. Salvo, claro, en contados reductos privilegiados del Alto Paraná. Es el caso de La Regina Lodge,

epicentro de lo que será este mes el “Desafío la Regina” (ver recuadro), un evento que se está haciendo tradición en el alto. Es que su ubicación, a mitad de camino entre Itatí y Yahapé, la ponen a tiro con poca navegación de las mejores canchas de pesca: Puerto Corazón, Las Crucesitas, La Limona, El Tuyutí, El Pañuelito, Las Hermanas… todos rendidores escenarios para dar con los mejores ejemplares de la cuenca.

Regalo de la virgen

Pero volvamos al surubí, que aún no se ha entregado. En la piedra de La Tacuarita, aguas arriba de Puerto Corazón, sigue queriendo llevarme al fondo, deshacerse de ese Cucú de paleta de profundidad que lleva clavado y volver a sus profundidades, a esperar un sábalo grande que le permita seguir acumulando grasa para pasar un invierno que entrega días de 3 ºC de mínima como el de esta escena. Momentos antes de la clavada, en la tensa espera junto a mi compañero Leo Altieri, nuestro guía Andresito nos invita a mirar al Oeste para ver que en horizonte, emergiendo del medio del Paraná y sin ver la orilla, se divisa una cúpula: “Es la iglesia de la virgen de Itatí”, anuncia. Y no termina de invitarnos a “pedirle un pescado” cuando mi caña baja bruscamente y la chicharra suena fuerte antes de que alcance a decir “pique”, por lo que el guía acelera el motor para asegurar la clavada. Lo que siguió

fue épico, una pelea titánica que terminó con un sapucay que me volvió correntino de golpe siendo porteño, cuando Andresito, panza al suelo de la plataforma de casteo de la North Carolina, logró izar a la bestia. El pescado de mi vida estaba a bordo. Y no había tiempo que perder si quería devolverlo con vida, tras fotos y marcación, cerrando también en mi vida un amargo recuerdo de otros años, cuando al pelear otro soberbio cachorro en Paso de la Patria, el guía remató el pleito ensartándolo con un bichero sin previo aviso.

Cerraba así una jornada magnífica, el día de mi llegada al complejo La Regina de Puerto Rzepecki, cuando tras un desayuno continental impecable decidimos pescar dorados en baitcast hasta llegar a la mejor cancha de trolling para tentar cachorros.

El frío atroz tuvo a los amarillos con la mandíbula dura, haciendo ataques tibios, casi camiseteando los señuelos, situación muy distinta a la del verano en donde atacan con franqueza. No obstante, en los palos de Las Crucesitas logré algunas interesantes piezas de 3 a 5 kilos, que era el tamaño de dorado más activo en esa jornada.

El final de fiesta fue –como se dijo– troleando en las piedras cercanas a Puerto Corazón: Punta Cuervo, Piedra Chata –donde me picó un dorado bueno que no se prendió pero dejó marcas en el señuelo– y la ya mencionada piedra de Las Tacuaritas, la del surubí de 45 kilos, milagro o coincidencia de la virgencita de Itatí.

Aguas arriba

Para el segundo día de esta curaduría a la que revista Weekend asistió de cara al gran encuentro de julio, ya algunas cosas fueron ajustadas: el reemplazo de triples por grandes simples en algunos señuelos que no habíamos tuneado, el descarte de artificiales y elementos que no iban a ser de utilidad para optimizar el espacio en la lancha. Y –sobre todo– el llevarnos una vianda (opción que ofrece La Regina aunque salgamos antes del alba) para evitar tener que volver a puerto a almorzar, sacándonos tiempo de pesca.

Este día, otra jornada fresca con poca amplitud térmica de mínima 2 ºC y máxima 10, buscamos nuevamente dorados en baitcast, siempre guiados por el inefable Andresito, acabado ejemplo de lo mejor del ser correntino. Nos llevó a conocer una inmejorable cancha de palos sumergidos, puntas de islas, correderas y encuentro de corrientes (un Disney para hacer bait) en la zona del Pañuelito. Pese a lo inmejorable de estos ámbitos, el frío nos jugó una mala pasada, con dorados que hacían ataques tardíos, siendo más voraces los de menor porte. Logramos algunos, inclusive doradillos mínimos, pero nos faltó el gran pirayú, hecho que sí se dio en otra lancha de uno de los sponsors centrales del Desafío La Regina que se encontraban relevando el ámbito y levantaron un soberbio ejemplar. Pero no dio para más y tras seis horas de darle a la manija, decidimos cambiar de especie y hacer una pesca de espera.

Por eso, le pregunté al guía si cabía la posibilidad de pescar pacúes o bogas. El pacú en momentos de aguas heladas no está en las costas y cohabita con las bogas en las profundas piedras del centro del río, por lo que tentar s ambas especies con granos de

maíz remojado podía ser una buena opción.

Tras el anclado en aguas no tan profundas pero antes de un veril, teníamos dos opciones: tirar al pozo buscando pacúes o trabajar sobre el veril tentando bogas. Nos dividimos la tarea y el propio Andresito “salió a la cancha” a mostrar sus pergaminos con una especie que ama pescar. El aparejo que nos armó fue de un plomo de 60 g, una sola brazolada de un metro con dos anzuelos: uno de remate con un pequeño lidercito casero que arma el guía con alambre de acero y otro pendiendo de un ojal a 10 cm del anzuelo anterior. Hablando de anzuelos, los usados fueron del tipo Chinu Nº 5, y en ellos enhebramos tres granos de maíz fermentado. Tiros de no más de 20 m ya nos ponían en carrera en una pesca donde es vital ajustar el plomo para que la línea toque fondo, pero a su vez no pasarse de peso por si queremos hacerla caminar un poco. Uno de 40 g fue suficiente esta vez.

El pique de bogas, pese al frío, fue muy activo, con ejemplares de 1 a 3 kg. No hubo, eso sí, pacúes, que brillaron por su ausencia. El ocaso empezó a ponerle fin a la fecha. Nos quedaba una media jornada al tercer día. Optamos por la revancha con surubíes.

Aguas abajo

Toda pesca se inicia mucho antes de ir al agua. Se preparan equipos, se busca

información, se coordinan viajes. Y en esta ocasión, cada final de jornada activaba un tendido de redes para ver dónde estaba funcionando la cosa. Y en el amanecer de la tercera y última jornada, al encontrarnos con Andresito en el embarcadero de La Regina los tres, Leo, Andresito y quien esto escribe, coincidimos en rumbear aguas abajo, hacia Yahapé, donde nos dieron el pitazo de que había un cardumen de surubíes.

La navegación al alba, pese a la helada de una tercera jornada que no iba a tener más de 10 ºC, fue el primer regalo de una expedición que nos iba a dar sorpresas. Rumbo a la zona de la Olla Perdida y Palo Pintado, donde se venían dando los pintados, nos fuimos maravillando con el reverdecer de las islas tras las angustiosas quemas de hace unos meses, y tuvimos maravillosos encuentros con monos carayá –ruidosas presencias de las copas– y yacarés en las barrancas.

A llegar, tras una media hora de viaje, el movimiento de lanchas hacía inequívoca la presencia de surubíes allí. Muchas eran paraguayas, mal que nos pese en estas zonas limítrofes donde “cruzarse de la raya” es moneda frecuente. Vimos al llegar que algunos ya peleaban con capturas… no todas volvían al agua.

Andresito inició –a diferencia de lo vivido en Puerto Corazón con grandes navegaciones rectas– una tarea viboreante con la embarcación, en la que la maestría de los guías es fundamental para no interrumpir la pesca ajena y a su vez trabajar bien los señuelos en las piedras. Grandes, en formato banana o mojarras, fueron usados y dejados a mano para ir cambiando ante eventuales trancas. Ante estas últimas, un útil destrancador (aro metálico para bajar por la línea con ganchos y restos de red para enganchar el señuelo trancado) y la cancha del guía, nos permitieron recuperar todos los artificiales.

En un momento, todas las lanchas parten aguas arriba. Andresito recibe un llamado de un colega que lo invita a ir a la zona de Las Hermanas, porque el cardumen se había corrido. Salimos disparados para esa zona, a pocos kilómetros, y ni bien llegamos y mandamos señuelos al agua, mi compañero Leo Altieri clavó un surubí. Pero la alegría del momento se volvió todo nervio cuando dos lanchas cruzaron la trayectoria de la pelea y enredaron sus señuelos en la tensa línea de mi amigo.

A las órdenes

Sabiendo que pescadores inescrupulosos pueden hacer perder la pieza tironeando sin preocuparse por el que pelea el pez, Andresito se bajó el buff y empezó a pegar gritos-órdenes a los otros timoneles. “¡Aflojale, che!”, le mandó mientras el rostro de mi amigo Leo era todo impotencia y despesperación por no poder pelear su pieza. No sé cómo, pero Andresito se las arregló para maniobrar la lancha y llegar hasta los señuelos ajenos, sacar su machete y cortarles el multi para desenredarlos y arrojar cada artificial a sus respectivos dueños, aprovechando su flotabilidad para que pudiesen recuperarlos fácilmente. Ahí sí, liberado, Leo pudo disfrutar de la pelea de su pintado, que a la postre pesó unos 25 kilos.

El guía, que forma parte del programa Peces Marcados –actividad científica que será parte del Desafío La Regina donde las piezas serán marcadas y devueltas–, midió el pescado (1,40 m de largo por 61 cm de circunferencia ventral), sacó su marca y la puso en el surubí a la altura de la aleta dorsal. Sin duda, para el pescador, la esperanza de que ese ejemplar sea recapturado no solo será la confirmación de que hay sobrevida después de una captura bien tratada, sino que también hará un aporte al estudio de las rutas migratorias de la especie, para generar políticas de conservación.

Todo concluye al fin y con el epílogo de ese surubí volviendo a su medio, fue cerrando nuestra visita a La Regina. La yapa

vino en el lento camino de regreso, donde le propongo a Andresito un último regalo: un pequeño safari fotográfico de fauna. Volviendo a la altura del Tuyutí y luego el arroyo Rzepecki, que nos regalaron hermosas imágenes de yacarés, la deriva lenta de la lancha nos propone tras una curva tupida un último encuentro de naturaleza. Una hembra de puma estaba sobre la costa. Fue un fugaz cruce de miradas entre ella y nosotros, animal y humanos a cual más sorprendido, y antes de que alzara mi cámara saltó selva adentro y la perdimos. “He visto panteras, pero pumas… hace más de 20 años que no veía uno”, cerró Andresito. Fue la satisfacción final de un viaje inolvidable, pleno de emociones.

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2022-06-30T07:00:00.0000000Z

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