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Una de cal y otra de arena

Cuando cursaba en la Facultad de Ar- quitectura me hice de un amigo, se llamaba Heriberto y era oriundo de Pehuajó. Siempre me hablaba de la laguna Salada, donde según él se pescaban unos buenos pejerreyes. Como pescador que soy, no tardé en morder la carnada y en el siguiente receso de invierno conseguí prestado el Renault 12 de mi viejo y salí para allá. Todo pintaba normal como tantos otros viajes, con la Ruta 5 despejada y un sol radiante que derretía de los campos los últimos vestigios de la escarcha matutina. Pero sucedió que por Carlos Casares, en el medio de la nada, algo pareció explotar dentro del motor al tiempo que se encendieron todas las alarmas del tablero.

Con tan solo asomarme debajo del capot se volvieron ciertas mis peores presunciones. La correa del ventilador se había zafado y enganchado en la hélice del ventilador, cuyas palas rotas se habían incrustado en el radiador, del que brotaba agua como si fuera una regadera.

¡Nada que hacer! ¡Fin del viaje! ¡Game over!

Solo y sin medio de comunicación a mi alcance, mi única alternativa era enviar papelitos con las almas caritativas que se detuvieran, con la esperanza de que alguno de estos mensajes pudiera llegar hasta una estación caminera del Automóvil Club.

Luego de varias horas, que se hicieron eternas, por fin allá a las perdidas se vio en el horizonte la inconfundible silueta amarilla del auxilio que presagiaba el fin de mi varadura. Venía desde 9 de Julio y hasta allí me remolcó, tirándome con una cuarta.

Ya instalado por la fuerza en el pueblo, remolcaron el auto al taller oficial de la marca.

“¡Qué desastre!”, repetía el mecánico. “¡Qué mala suerte, se rompió todo!”.

En resumen: radiador nuevo, ventilador nuevo, correa nueva y bomba de agua también nueva. El auto estuvo dos días parado hasta que pude reanudar mi viaje. Nuevamente en ruta, tardé solo una horita en llegar a destino, donde la impaciencia de mi amigo y nuestras ganas de pescar no admitían más postergaciones.

Ya en la laguna, alquilamos un pequeño bote plástico, cargamos los equipos, colocamos el fuera de borda y salimos al fin a pescar. Por lo menos esa era nuestra intención...

La laguna nos recibió planchada como lago de aceite, mientras nuestras líneas iban y venían, ignoradas por los peces. Cansados de no pescar, anduvimos de aquí para allá a todo motor en la búsqueda de mejores lugares, hasta que una de esas carreras por el medio de la laguna fue interrumpida por un crujido estrepitoso. Nuestro bote voló un par de metros y el motor se detuvo. ¡Chocamos contra un poste sumergido!

En medio del susto revisamos todo y no vimos filtraciones, así que encendí el motor y muy lentamente volvimos al muelle. “¿Que tal la pesca muchachos?”, preguntó el botero. ¡Todo bien! ¡Todo bien! Fue nuestra respuesta, mientras nos apuramos a cargar todo en el auto y desaparecer para siempre de ese lugar. Hora de volver a casa con las manos vacías y olvidar ese viaje desastroso.

Como no me podía rendir ante tan nefasta experiencia, las siguientes vacaciones volví a Pehuajó en busca de revancha. El viaje esta vez fue impecable y con respecto a la pesca, partimos esta vez hacia la laguna de Cochicó, distante doscientos kilómetros de allí.

Mi amigo cargó tres grandes cajones tipo conservadora en el baúl, lo cual me pareció de un optimismo exagerado, pero no le dije nada para no pincharle el globo.

Anduvimos recorriendo e intentando pescar en algunas costas, hasta que descubrimos un canal que comunicaba dos lagunas.

¡Era algo increíble! ¡El agua hervía de pejerreyes!

Era tirar y sacar, a razón de un pejerrey por minuto tan sólo con mi caña, por su parte Heriberto también hacía lo suyo. No dábamos a basto a encarnar los anzuelos y desenganchar los pescados. En una hora llenamos el primer cajón y lo tuvimos que arrastrar hasta el auto. En un par de horas más de pesca desenfrenada y con los brazos doloridos, completamos los tres cajones con los preciados pejerreyes, dando por terminada la fructífera cosecha.

¡Día de total felicidad! Habíamos alcanzado el paraíso. Fue nuestra revancha, aunque hoy, con una visión más conservacionista, sienta vergüenza al contarlo.

LA ULTIMA

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2023-06-06T07:00:00.0000000Z

2023-06-06T07:00:00.0000000Z

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