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Un ballottage que elegirá presidente, pero no reforzará la democracia

CLARISA DEMATTEI*

las candidaturas de los partidos tradicionales obtuvieron 30% en la primera vuelta

Con un 40% de pobreza y una economía en plena recuperación pospandemia, el margen de maniobra del próximo presidente, sea el izquierdista Gustavo Petro, senador, o el personalista y conservador Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga, será estrecho. Pero algo tenemos en claro: el futuro de la democracia colombiana no es muy alentador.

La primera vuelta presidencial en Colombia pasó a la historia por la enorme influencia que tendrá para el futuro político del país. En primer lugar, porque nunca antes un candidato de izquierda logró un caudal de votos tan importante. Además, es la primera vez que un ballottage puede llegar a definirse por una diferencia tan reñida. Pero sobre todo, porque los dos candidatos que se disputan la presidencia accedieron a esta posición con un fuerte discurso contra la política tradicional.

Y en este contexto inédito el izquierdista Gustavo Petro y el líder personalista Rodolfo Hernández llegan a la segunda vuelta electoral que definirá la próxima presidencia de Colombia bajo una incertidumbre casi nunca antes vista. Los últimos sondeos dan cuenta de un empate técnico con un 5% de la población indecisa y otra tanto, que no se sabe siquiera si concurrirá a votar, en un país en donde el sufragio es voluntario. Y después de la sorpresa de la primera vuelta, en donde prácticamente ninguna encuestadora detectó el crecimiento exponencial de Hernández, está claro que el domingo cualquier escenario es posible. Tan posible que incluso puede suceder que no haya un ganador declarado esa misma noche sino durante las horas posteriores.

Y si hay un mensaje que la clase política colombiana identificó después de los resultados de la primera vuelta presidencial es que la ciudadanía demanda un cambio radical ya que los dos candidatos más votados fueron los que pregonan reformas estructurales en la política y las instituciones colombianas relegando, por el contrario, a los partidos tradicionales a obtener un magro 30% de los votos sumando las cinco candidaturas.

Pero, además del deseo de cambio, hay otras dos sensaciones que motivarán el voto por Petro o por Hernández este domingo: el descontento social y el miedo. Y ninguna de estas dos emociones son constructivas ni para el país ni para la democracia. Al mismo tiempo, y si bien los dos candidatos son muy distintos, ambos tienen algo en común: los dos emergen como presidenciables gracias a un discurso antisistema y esto genera una profunda incertidumbre con respecto a qué rumbo tomará la gestión de quién resulte electo.

Sin embargo, dentro de esa incertidumbre, sí hay ciertos elementos que podemos anticipar en términos de la gobernabilidad de la futura administración. En líneas generales, Colombia hoy atraviesa no solo una fragmentación partidaria con el surgimiento de cinco nuevas coaliciones, sino también una mayor polarización ideológica. Y esto sucede, como manifesté, en un contexto en el que ambos candidatos a la presidencia son grandes críticos de las instituciones políticas tradicionales de la democracia. En el caso de Petro, no solo perteneció a la guerrilla M-19 sino también ha realizado constantes denuncias de fraude que generaron un manto de sospecha sobre los tribunales electorales y abiertamente se pronunció a favor de restringir la libertad de expresión de ciertos medios de comunicación opositores a su ideología. En el caso de Hernández, su estrategia mediática y personalista consistió en desacreditar de forma manifiesta y constante a los partidos políticos tradicionales y generar un permanente antagonismo con todas las instituciones democráticas. De hecho, la antipolítica es la esencia de Hernández. Por eso, gane quien gane, es probable que la democracia no salga fortalecida, en un país que ya de por sí es clasificado como una democracia débil y en donde el 80% de la población se manifestó insatisfecho con el funcionamiento general de dicho sistema de gobierno y un 25% ha perdido la confianza en el voto en el último tiempo, de acuerdo con una encuesta publicada por el diario español El País hace menos de un mes. La pregunta que debemos hacernos es, ¿cómo la ciudadanía podrá valorar la democracia si desde la clase política se la desprestigia constantemente, y hasta ahora, ninguno de los dos candidatos ha dado muestras de querer fortalecerla?

Y este debilitamiento permanente de las instituciones también la veremos presente en la relación que el próximo presidente tenga con el Congreso. Más allá de quién gane, ninguno gobernará con mayorías legislativas. Si bien Petro podría formar ciertas coaliciones que facilitarían la gobernabilidad, en el caso de que gane Hernández la situación será aún más compleja ya que solamente tiene dos representantes en el Poder Legislativo. Esto lleva a que el próximo presidente tenga que gobernar con decretos o peor: ambos manifestaron que utilizarían la herramienta del Estado de Excepción para evitar la paralización de la gestión. Y la relación compleja con el Congreso es un impedimento especialmente preocupante en un escenario como el colombiano, con dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta prometiendo reformas estructurales que necesitan indefectiblemente la aprobación legislativa. ¿Cómo logrará Petro, en caso de ganar, modificar el sistema de pensiones sin que su proyecto pase por el Congreso? En el caso de Hernández, la situación es aún más grave ya que atraviesa un proceso judicial en su contra por presuntos delitos, vinculados con la asignación de contratos de obra pública cuando era alcalde de Bucaramanga. En caso de que la Justicia lo encuentre culpable y pierda los fueros, Hernández podría incluso ser destituido por el Congreso a los seis meses de asumir si no armara una coalición legislativa lo suficientemente robusta que le permita permanecer en el poder.

Pero, además, el problema podría empeorar en el caso de que este escenario complejo para la democracia también se traslade a la opinión pública y más precisamente, a la calle.

La parálisis gubernamental y las tensiones con el Congreso y las instituciones suelen ser problemáticas para cualquier gobierno, pero en el caso colombiano esto es aún más preocupante por el contexto de polarización ideológica e inestabilidad social. Este descontento podría generar nuevas movilizaciones sociales masivas, como en 2020 y 2021, como una forma de protesta por parte de un sector que ve que las promesas de campaña no se ven plasmadas en la realidad, ya sea porque el Poder Legislativo impide dichas reformas, o sencillamente porque ante miradas tan polarizadas es imposible conciliar todas las posiciones y más aún cuando para muchos indecisos, concurrir a votar es, en sus palabras “elegir un mal menor”.

Gane quien gane, es muy probable que ninguno pueda desarrollar su agenda de campaña en su totalidad. Con un 40% de pobreza y una economía en plena recuperación pospandemia el margen de maniobra del próximo presidente será estrecho. Pero algo tenemos en claro: el futuro de la democracia colombiana no es muy alentador.

*Licenciada en Ciencias Políticas (UCA). Investigadora del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA). Docente de América Latina en la Política Internacional, entre otras.

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2022-06-19T07:00:00.0000000Z

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