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La geodesia y los muertos sanos

Cada salida de pesca es una aventura nueva, con la fascinación de lo incierto. Habíamos salido tempranito de Paso de la Patria con la idea de remontar unos cuantos kilómetros del río Paraguay y pescar lugares emblemáticos de ese curso tan lleno de historia y de vida. Sebastián Gaboto fue el primer europeo que lo navegó buscando el camino a las míticas ciudades de oro y plata. Fue en el año 1528 que, al tropezar con los infranqueables saltos de Apipé en el Alto Paraná, debió retroceder con su flota hasta la confluencia con el río Paraguay, remontando por éste en busca de aquellos ambiciosos tesoros. Tal vez sus orillas y el marco silvestre que íbamos viendo no han cambiado demasiado en los casi 500 años que nos separan de aquella expedición. O de sucesos más recientes como la Guerra de la Triple Alianza entre 1864 y 1870. Las ruinas de Humaitá a la vera del río o las barrancas de Curupaytí siguen allí recordándonos esa cruenta disputa entre hermanos.

Mi buen amigo Carlos Bravo Bonpland, llevaba el timón de la lancha con la maestría de quien conoce muy bien cada recodo. Tomaba rumbos y curvas de manera particular, que otro hubiera encarado de forma directa, con la lógica de la economía geométrica, la de la recta como distancia más corta entre dos puntos, pero él sabía por dónde iba el canal, dónde estaban los bancos, los canales, cuáles eran los peligros de troncos desbarrancados en las costas donde el río se va comiendo al monte. Y a la pasada, entre mate y mate, me marcaba los lugares y me contaba algunas historias relacionadas con cada sitio, de sucesos históricos o anécdotas propias.

Me quedé pensando en Isla del Cerrito, en la confluencia misma con el Paraná, lo habíamos pasado hacía un rato pero seguía enganchado con ese lugar emblemático, lleno de leyendas, curiosidades y contradicciones, que alguna vez fue un leprosario donde se confinaba a los que padecían esta cruel enfermedad hasta sus últimos días. Y donde había un singular cementerio para sanos. Ni siquiera, en la postrera hora, se podían juntar los muertos que habían padecido lepra, con los no leprosos que fallecían por otros motivos y eran considerados muertos sanos. Como si el destino final no fuera común a todos, como si a ciertas almas hubiera que aislarlas y privarlas de la compañía a perpetuidad. En fin. Incongruencias del género humano.

A la pasada le pregunté a Carlos por una estructura metálica que emergía de entre el monte, una especie gran antena trunca. Y me explicó con detalle que se trataba de una torre de geodesia y que era usada para medir y triangular la geografía y topografía del país. Me conformó su explicación y me sonó prácticamente igual a la que me había dado mi abuelo de chico sobre esas torres que se veían a la vera de algunas rutas.

Yo lo sé -me dijo- porque cuando era gurí, una vez haciendo dedo en la ruta que va de Bonpland a Paso de los Libres me levantó el único vehículo que pasaba, una especie de estanciera grandota de madera manejada por un ingeniero y en el viaje me explicó lo de la geodesia, y aún hoy lo recuerdo. Me pegó un cimbronazo ese comentario, al descubrir que el ingeniero ese había sido el mismo que se lo explicó a su nieto mayor, que era yo hacía muchísimos años. Increíble coincidencia. Fue un día de pesca espectacular. Emprendimos el regreso casi con las últimas luces. Se trata de un río de frontera que de noche cobra otra vida, tiene un lado B que puede ser incómodo para navegantes o pescadores desprevenidos, no es un lugar para permanecer tarde. Volvíamos rápido, yo venía asomado por sobre el parabrisas de la lancha, con el viento pegándome en la cara. Siempre me gustó sentir el aire así, más en los atardeceres litoraleños teñidos de cielos rojizos y bandadas de aves yendo a algún lugar seguro para pernoctar. Y mientras pasábamos frente a la torre de geodesia, volví a acordarme de la anécdota de la mañana. De aquel protagonista importante de mi infancia, mi abuelo materno. Don Ricardo Palma. Yicardo como sonaba en el decir correntino de mi abuela. Tatata, para nosotros. Y, como la singular triangulación de las torres, pensé que tal vez algún día, en algún lugar, triangulando recuerdos y coincidencias de la vida, alguien pueda rescatarnos, aunque sea por un ratito, del inexorable olvido hacia el que marchamos todos. Y me puso feliz comprobar que a veces se ponen en línea ciertas cuestiones del universo y afloran desde lo profundo los buenos recuerdos para desempolvarse, oxigenarse un poco y tomar una buena bocanada de aire nuevo. Aire como el que me venía pegando en la cara desde las trincheras de Curupaytí hasta llegar al puerto de La Candelaria.

TURISMO

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2021-10-29T07:00:00.0000000Z

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